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martes, 21 de junio de 2011

polvo de estrellas

GregMottola (a quien debemos la muy popular Superbad y la magnífica Adventureland) dirigió Paul. Siempre atento a esos momentos claves de la adolescencia, cuando una salida nocturna, o un trabajo que se hace sin ganas es la excusa para emprender el camino hacia una nueva etapa, para cruzar el puente, como en la clásica imagen del cine; Mottola hizo de sus películas unos fascinantes ritos de iniciación en muchos sentidos. Si Superbad era el pasaje a la madurez de un deseo no declarado, Adventureland era el fin de la inocencia (ambientada en los tempranos 80, el film es una metáfora de una América que ya no es más un parque de diversiones justo en el momento en que los megaparques comienzan a construirse). Bueno, con ese espíritu está hecha Paul, tal vez uno de los mejores films del año (según nuestro crítico de cine amigo) que, por ahora, sólo puede verse en internet.
 
Paul es un extraterrestre fugitivo que cayó a la Tierra en 1947. Estuvo sesenta años recluído, en algo así como el Área 51 (que Mottola simula retratar "documentalmente" en algún punto de su película) y ahora, en 2010, huye y en su huída se topa con dos británicos nerds (o geeks, whatever: Simon Pegg y Nick Frost, autores del guión original) que viajan en un motorhome por el medio oeste americano, siguiendo la ruta de los fanáticos de los ovnis, los cómics, Star Wars y toda esa parafernalia (de nuevo: es como un parque de diversiones pero diseminado por el paisaje de Estados Unidos. Dijo Mottola a un periodista de npr.org que toda la película es un homenaje a Steven Spielberg –quien a su vez aparece en el film en un diálogo telefónico con Paul: claro, porque es como un ET políticamente incorrecto —Paul insulta, cancherea y se desnuda– o un Encuentros cercanos del tercer tipo –que está perfectamente citado– bizarro). Sin embargo, parece que Paul no es una parodia de de esos films del homenajeado, sino su original.  
Al promediar la película, mientras uno de los agentes que persigue a Paul y sus amigos habla por teléfono con su jefe (nada más y nada menos que Sigourney Weaver, la heroína de Alien), se nos muestra sobre una mesa en el dormitorio de la mujer una foto de George Bush (padre) autografiada con la frase “Fuiste lo mejor que invadí”. Ese chiste es acaso el centro de la prolífica relación que explotó Hollywood entre lo que sucede en un dormitorio y el ministerio de relaciones exteriores norteamericano: esta idea de que las grandes conquistas imperiales son polvo de estrellas, como dice la canción (“Stardust”) y a veces, polvo nomás.
Pero vuelvo a la idea de Paul como original. El lema del film, en su póster original rezaba: "La historia de dos extraterrestres y un cowboy de otro planeta". Y es que Paul es eso, invierte esa otredad del alien: Paul, el personaje, el alien que está en la Tierra hace 64 años e inspiró las películas de Spielberg y las imágenes de los cómics, no sólo es algo familiar, sino lo reverso de lo otro, de eso otro que postula un alien, de modo que la otredad nos es devuelta en las figuras de los personajes más "americanos" que aparecen en el film: el creacionista fanático que toma al pie de la letra la Biblia y considera a Charles Darwin un autor satánico (como en La herencia del viento), los dos tarados que nos recuerdan a los forajidos de Deliverance (cosa que también se cita de modo explícito en Paul); en todos ellos percibimos a seres hostiles, ajenos a esa trama simbólica, de algún modo "integradora" que nos ofrece Paul, en la que la humanidad es más nootoria porque nos enseña sus costuras, su marca de fábrica (dicho sea de paso, única "humanidad" que puede construir el cine si quiere seguir siendo cine). 
En fin, que la tarea del cine no fue otra: mostrarnos lo otro, crear monstruos (monstruo: de monstrarum), incluso cuando son amigables.
Mottola, Simon Pegg y Nick Frost. Tomado de http://4lifecostarica.net

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