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domingo, 23 de diciembre de 2012

casi boyitas


Hace dos noches atrás quedamos en encontrarnos este sábado (22 de diciembre) a la tarde en el club editorial Río Paraná para la presentación del libro Casi boyitas, de Gilda Di Crosta y Daniel García. La cosa, según supe esa velada, es más o menos como sigue: hace dos años Daniel se embarcó en la expedición Paraná R'angá, mientras Gilda se quedaba en Rosario a esperarlo. En ese tiempo, él produjo los maravillosos dibujos que forman parte del libro de esa expedición y ella, mientras lo esperaba, anotó lo pesares de esa espera en los textos que acompañan este libro que, a su vez, editaron Lila Siegrist y Georgina Ricci, las dos editoras más encantadoras de la ciudad.
Razones ajenas a mi voluntad me impidieron permanecer durante la presentación, pero atento al axioma peronista por excelencia ("el que avisa no traiciona"). pasé por el local de calle Velez Sarsfield para saludar, acompañado por Vicente. Gilda, a la que veo a menudo acompañada por Daniel, no sólo me humilló con la espontaneidad y la elocuencia de siempre, sino que recordó lo que habíamos conversado la otra noche acerca de ciertos productos dietéticos que, por distintas razones, los dos buscamos, y me sorprendió extrayendo de su cartera dos alfajores Merengo sin azúcar cuya mención, unas 48 horas atrás, había quedado para mí en una suerte de firmamento platónico, señalado por una dama admirable. Y no sólo eso, encontrarme, en el libro, con esos dibujos de Daniel, capaces de encontrar un cuerpo en un manchón de grafito.
Hace como dos meses, en la sala de espera del Banco Francés, había anotado en la página 17 de Umbra, el segundo libro de poemas de Gilda: Mucho más que en Hueco reverso –el primer libro–, Gilda retoma acá su "sueño con palabras", con eso que las palabras tienen de sonido, de música, y con los sentidos aleatorios que trae la melodía. 
El párrafo a propósito del que hice la anotación dice: "negro de paso-noche/ de noche que no paso/ pasado que es/ mi noche, mi paso".
Entre pasar la noche, decía, y no pasarla sólo hay pasado. Así, hacer propia la noche es sumirse en su propio estado de tránsito.
Eso, para empezar.



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