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"I don't want to belong to any club that will accept people like me as a member." Groucho Marx en Groucho and Me (1959).

sábado, 31 de agosto de 2013

museos personales

En los años de facultad había creado un personaje, un escocés que había quedado varado en una pequeña ciudad cerca de Rosario y había fracasado varias veces en el intento de forjarse una reputación como músico. De todos esos intentos fallidos había construido algo así como una historia, que exhibía –y de alguna manera escribía– en un museo personal que funcionaba en la misma casa en la que vivía, una choza más o menos arreglada de una gran chacra que le habían prestado para vivir. Desde entonces guardo cosas pequeñas que usé con intensidad en algún momento (el cubo amarillo con el que jugó mi hija en su primera infancia, el primer cepillo Buttler-Gum 411 comprado a principios de los 90 o las tazas inglesas que me legó mi madre): la idea no es que esos objetos me recuerden el que fui, sino el futuro cifrado en su uso, el futuro que quedó en suspenso cuando esos objetos cayeron en desuso, aquello que, al no suceder, permenece en ese horizonte sin tiempo: ni pasado ni futuro, una efervescencia sobre la línea del tiempo.
Pero fue recién cuando mi hijo comenzó a construir sus "muestras" –lo que él llama "museos"– cuando caí en la cuenta de mi progresivo trabajo en un museo. A la vez, me alarmó de algún modo esa propensión suya a museificar sus juguetes. Do modo que decidí preguntarle.


Última muestra: personajes de ficción y dispositivos de reproducción. Vicente, Rosario, principios de agosto de 2013.

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