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"I don't want to belong to any club that will accept people like me as a member." Groucho Marx en Groucho and Me (1959).

miércoles, 26 de febrero de 2014

number one


Fue Florencia Coll (@florciacoll) la que me pasó el enlace y fue la nota de Rossana Reguillo la que me devolvió a la ya remanida conjetura en torno a aquella definición de Alfred Hitchcock: “Cuanto mejor el villano, mejor la película” (acá el libro).
En “La narcomáquina ya no necesita Chapos” Reguillo anota: “El Chapo se ha hecho legión”. 
Sólo quiero anotar que en algo han contribuido ciertas series a “desespectacularizar” este procedimiento tan caro al Departamento de Estado americano y el FBI de crear enemigos públicos número uno.
Como en aquellas Cartas del diablo a su sobrino, que C.S. Lewis escribiera en la Segunda Guerra, el Mal prefiere que sus esclavos crean que hacen el bien, sólo así pueden ser legión. Sólo así los patrones del mal pueden postular un limbo al que muchos acceden pero, como en la fórmula de Andy Warhol, sólo durante cinco minutos.
Walter White sostiene, hasta que ya no puede mentir y mentirse más, que todo lo hace por su familia. Breaking Bad nos ofrece un retrato del mal cotidiano, familiar, mezclado con el sano deseo burgués de progreso social. También lo hace la reciente True Detective: el asesino serial al que buscan los detectives es una suerte de “resplandor”, algo ominoso que brilla en el camino. Mientras tanto, en Rusty Cohle y Marty Hart (McConaughey y Harrelson) opera una transformación cuyos signos vemos en las idas y vueltas del relato entre 1995 (últimos años “analógicos”) y la actualidad. Son ellos nuestros patrones del mal, no porque puedan enseñorearse en medio del mal que provocan, sino porque en ellos medimos (que es el otro significado de patrón), tenemos un modelo de cómo se degrada la vida.


Ver también el texto de Sandino Núñez: El capitalismo como simulacro del capitalismo.

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