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sábado, 28 de mayo de 2016

las series de la cia

El currículum de John McLaughlin (Pennsylvania, 1942) podría leerse como el de un alto ejecutivo aplicado, cuyo desempeño incluyó numerosas capacitaciones y estudios, así como el trabajo en equipo con personas calificadas. Es más, nuestro amigo McLaughlin comenzó su carrera en el terreno de las artes, lo que señala también su buena base cultural. Es cuando nos enteramos de que el buen John fue varias veces director (interino y adjunto) de la Central Intelligence Agency (CIA) cuando percibimos una ligera interferencia. Porque, sin dejarnos llevar por la ideología y, menos, por las fantasiosas proezas de ciertas películas, convengamos que lo que todas las ficciones dan por hecho (pongamos el último James Bond o Jason Bourne) es que el manejo de la inteligencia significa el manejo de vidas, es decir, de las personas y sus cuerpos. No tenemos por qué no creerlo.
Bien, sin embargo nuestro colega Neil Parmar, de Ozy.com, dejó de lado estos reparos y consultó a McLaughling sobre tres series que están en carrera y ponen en escena con cierto realismo dramático el trabajo de los oficiales de inteligencia de la principal potencia mundial, los Estados Unidos.

House of Cards

La primera serie que nuestro hombre de la CIA analiza con Parmar es House of Cards (cuatro temporadas de trece episodios disponibles en Netflix) ¿Cuán fieles a la realidad son esas sesiones de informes con el presidente Frank Underwood?, pregunta el periodista. “Son bastante realistas”, dice McLaughlin, quien, como ex director adjunto y director interino de la CIA, informó al menos a cuatro presidentes –de Ronald Reagan a George W. Bush. “Una reunión informativa real tiene lugar en el sótano de la Casa Blanca, pero en este caso lo que se ve es sólo un fragmento de tensión dramática de la reunión, ya que si se presencia todo el asunto sería como ver secarse la pintura.”

McLaughlin es un adicto a las series de televisión políticas. Se prende con House of Cards, pero también The Americans (la cuarta temporada está en curso y a punto de finalizar. La produce el canal FX y su creador, Joe Weisberg, fue durante breve tiempo agente de la CIA), Homeland (este año estrena su sexta temporada, que transcurrirá en Nueva York) y Veep. “Quienes estamos en Washington –dice McLaughlin–, quienes hemos trabajado aquí muchos años, tienden a ser atraídos por estas series, que son todas muy improbables, claro. Sin embargo, hay en cada una de ellas un elemento en el que nos reconocemos”.
El periodista le pregunta: “En la última temporada de House of Cards se nos presenta al personaje de Kevin Spacey a medida que construye una cultura del miedo para dominar el discurso político nacional. ¿Cómo se las arreglaría con una presidencia como esa si todavía estuviera en la CIA?” McLaughlin responde: “Ese es un elemento de la serie que está bastante exagerado. Varios de quienes estuvimos en las decisiones políticas y de inteligencia hemos discutido estas cuestiones. Sí, algo de eso sucede, pero en su mayor parte tenemos colegas que están trabajando de manera bastante cooperativa y que tratan de ayudarse entre sí. Los pretenden trabajar con el miedo y la intimidación se ganan una mala reputación muy rápido. Y la gente no quiere trabajar para ellos, y su efectividad decae muy rápidamente. Conozco a algunas personas con las que era difícil trabajar, aunque en general eran considerados muy brillantes e incluso se ganaban la lealtad de sus subordinados, pero no huno nadie tan dedicado de manera unidimensional al miedo como táctica como Frank Underwood”.
Vamos bien, según McLaughlin esa clase de políticas caen en la órbita de las decisiones personales, la ficción las exagera, trabaja acaso con las fantasías sobre las que tantas veces “discutieron” los agentes de inteligencia que sobrevivieron a más de una administración. Incluso se refiere a la relación de Underwood y su esposa, dice: “Hay un aspecto de Frank y Claire que a menudo se ve en Washington, por lo general con menos mezquindad de la que se nos muestra: sólo esta ambición fríamente calculada. Como dijo una vez Bob Gates: Washington es la única ciudad donde se ve a alguien caminando por el callejón de los amantes sosteniendo su propia mano”.

Veep

La conversación vira hacia Veep (una sátira política sobra una vicepresidenta ficticia que tendrá una sexta temporada en 2017): “Son todas representaciones exageradas de las personas que uno conoce –dice McLaughlin–, pero hay dos personajes en particular que son asesores del Congreso: Amy y Dan. Amy no tiene vida privada; es ambiciosa, está preocupada y se pone tensa cuando hace malabares con tantas cavas. En cambio Dan es representativo del tipo de personas que uno ve de vez en cuando, cuya lealtad puede cambiar en un instante. Si está trabajando para alguien y en esa nave brota una pérdida, de inmediato se pone en busca de un nuevo buque, incluso cuando trata de sostener a su primer jefe, seguro de que está comprometido con su causa. Es un comportamiento bastante raro, pero también notable por las condiciones en que se produce”.

Homeland

“Reconozco –dice McLaughlin cuando se refiere a Carrie Mathison, la agente de la CIA que es protagonista de Homeland– la intensidad absoluta de Carrie. Conocí a muchas personas que trabajaron en terrorismo que eran igualmente intensas, aunque sin la parte bipolar. Que le clavarían los dientes a un caso y seguirían así hasta el final, sin importarle lo que suceda. En muchos casos, las personas que trabajan hoy contra ISIS (Estado Islámico) son las mismas que trabajaron en los días de al-Qaeda después del 9/11. Se han tomado esto como una misión personal”.
El otro gran protagonista de Homeland (la serie fue, en sus primeras tres temporadas, la favorita del presidente Barack Obama), es Saul Berenson, director de la CIA a cargo de Carrie, quien muchas veces repite su lema: ¿Por qué los espías no nos dedicamos a espiar, en lugar de matar? “Las personas me han preguntado si soy Saul Berenson. No. Pienso en mi vida y el tiempo que paso ahí, puedo ser la mitad de Saul. Pero nadie podría ser Saul, porque él es un tipo que, literalmente, nunca se detiene. Representa la lucha de los agentes de inteligencia con el equilibrio entre la vida y el trabajo. Él es la exageración de la persona para quien su trabajo está antes que todo”. De hecho, una de las escenas más crueles de la tercera temporada es una en la que Berenson llega de improviso a su casa y encuentra a su esposa cenando con su amante: sólo saluda y sube las escaleras urgido por hallar ciertos materiales con los que continuar su trabajo y, a la vez, consciente de la situación en la que está metido”.

The Americans

Lo que intriga a nuestro periodista de The Americans es la lenta acumulación de relaciones personales para llegar a los contactos y obtener información clave. Es decir, la trama de interacciones nada espectaculares, a través de empleados en puestos a veces irrelevantes, que se teje para acceder a sitios donde se guardan secretos (el ejemplo señero es la novela La máscara de Dimitrios, de Eric Ambler).
“Todo eso de los asesinatos y el caos es exagerado, pero la parte realista es la vieja táctica rusa de la formación de personas que pueden, con mayor o menor éxito, mezclarse en una sociedad. El último ejemplo público, ahora desclasificado, es el caso de la ilegal 10 en 2010. Algunas de las personas no eran tan buenos como los norteamericanos Philip y Elizabeth Jennings (protagonistas de The Americans, dos espías rusos que disimulan su actividad con una agencia de viajes y una familia cuyos hijos no saben a qu;e se dedican sus padres)”. Incluso hay una historia de amor entre un agente del FBI y una agente de la KGB, ¿con qué frecuencia se forman estas relaciones?, quiere saber el periodista.
De nuevo, la respuesta de nuestro agente de la CIA es pobre: “En muy raras ocasiones. Es el último pecado. Es concebible, pero derrota a las personas que lo cometen. Es por eso que hay todos estos pasos de control interno, como investigaciones periódicas y pruebas de polígrafo. Pero es una relación delicada: por un lado se está tratando de proteger la fuente y tal vez incluso de la admira, a menudo porque se sabe que ella se sostiene en razones ideológicas. Pero hay líneas que simplemente no se pueden cruzar”.
La conclusión final de McLaughlin es que las series traen sólo un “débil eco” de la experiencia real. Débil, pero no tanto, si debemos creer en su devoción por estas series. ¿Por qué mirar ficciones de lo que ha sido el propio trabajo que lo deforman y exageran? Acaso porque muchos trabajos no son sino la deformación y la fantasía de lo que no cabe en la vida.

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