El viernes pasado, en la presentación de las dos nuevas nouvelles de la EMR, Damián Ríos, uno de los jurados, leyó el siguiente texto a propósito de Tambor de arranque, la novela de Francisco Bitar.
Damián Ríos y Gabriela Cabezón Cámara, jurados del premio "Ciudad de Rosario" durante la presentación. Imagen de EMR.
Bella como una conversación
por Damián Ríos
Hay una pareja
joven, una hija, una casa y una idea: comprar un Taunus para invertir una plata
que en principio estaba destinada a la compra de un colchón; entonces hay un
viaje de la pareja para ver el auto, para probarlo. Francisco Bitar, poeta,
trabaja su novela con pocos elementos y mucha dedicación; es un obrero de la
imagen y de la frase, porque para eso es poeta y decidor, porque sabe que si
tienen alguna obligación los escritores es la de decir bien. Compone relatos
breves y los engarza, con la paciencia y la precisión de un artesano, y así
novela. Después, estructura. Tambor de
arranque tiene una estructura compleja, en donde conviven muy bien
diferentes puntos de vista y diferentes tiempos del relato. A veces una escena
se cuenta dos veces, de un lado y del otro, como si la escena misma fuera
un objeto que hay que saber apreciar. El mismo tratamiento puede recibir una
habitación o una casa, mirada con diferentes ojos. Finalmente, un relato, se
sabe, tiene que ser un artefacto que funcione. Esta concepción de la literatura
tiene una larga historia en el mundo, pero hablemos de los últimos tiempos y
hablemos de la Argentina, porque estamos celebrando la aparición de un libro
que no es estrictamente contemporáneo, premiado y publicado por una editorial
estatal, rosarina. La cita que abre Tambor
de arranque está tomada de “El ego va a siempre al volante”, un cuento de
Delmore Schwartz. Una traducción posible de la cita, que encontré googleando en
estos días y adapté especialmente para esta ceremonia, sería la siguiente:
“Pero en mi peor momento decidí comprarme un auto nuevo”. Ediciones del diego,
con una traducción de Guadalupe Arenilla y Daniel Durand, publicó ese mismo cuento
alrededor del año 1998. Circularon muy pocos ejemplares, diez o veinte. La idea
de esa colección de traducciones de Del diego era, humildemente, actualizar el
canon de lecturas ofreciendo textos de autores de otras lenguas vertidas a un
castellano empecinadamente argentino, en un momento, fines de la década del 90,
en que la literatura traducida venía casi exclusivamente de España, más
específicamente de Barcelona, con algunas excepciones, muy contadas. La idea
que nos hacíamos de la narrativa, por aquella época, era de un tipo de relato
de corte minimalista, carveriano, deudor de Hemingway, que a su vez era deudor
de Pound. Esto parece una simplificación muy grosera, pero sirve para pensar
algunos matices. Los poetas que en aquel momento empezábamos a editar en
pequeñísimas editoriales decidimos, por distintas vías, cortar camino.
Respirábamos Carver, porque el oxígeno venía en los libros amarillos de
Anagrama, pero releíamos a Pound y a los imaginistas y a Eliot, entre muchos
otros: era una manera de pensar, de habitar una vanguardia que por entonces todavía
sentíamos posible. Leían –otros- y siguen leyendo –otros- un tipo de
cuento corto, usualmente llamado short storie, que en el siglo pasado
practicaron Eudora Welty, Flannery O’ Connor, Carson McCullers, John Cheever,
el mismo Carver, pertenecientes todos a una sólida tradición que hoy sigue
siendo pródiga incluso en nuestra narrativa. Pero los leían, esos, en una
lengua aplastada por la industria editorial española, que importábamos barata
con un tipo de cambio conveniente; cada tanto había un crédito stand by y zafábamos.
Y lo que es peor, muchos escribían y siguen escribiendo en esa lengua
adaptada a las necesidades de una industria en ese momento en expansión y es
así que hoy podemos encontrar escritores argentinos, uruguayos, chilenos y hasta
me animaría a apostar que también paraguayos, que escriben en esa lengua o,
peor, que son pensados por esa lengua que nadie habla pero que muchos leen y
escriben. Pero la lengua de Bitar, la lengua que compuso Tambor de arranque,
no le viene de esas lecturas, que seguramente conoce bien. Tambor de
arranque se inscribe en casi la misma tradición literaria pero a la hora de
pensarse en su interior empieza por el principio: pone “las patas en la fuente”
y entonces va y rescata a Delmore Schartz, un escritor que fue saludado por
Pound y Eliot en su momento, que son algo así como los padres de gran parte de
la literatura occidental, y si bien se limita a citarlo en inglés, opera a lo
largo de todo su relato en santafecino tan familiar como extraño, si le prestamos
el oído. Y se postula para un premio organizado por la Editorial municipal de
Rosario y esto no me parece menor. Hablando de su lengua, por ejemplo: “Capaz
lo tenemos a tiro”, locuta un personaje de Tambor de arranque. Se
refiere a un Taunus usado, un auto. Y si, con esa frase se pone a tiro de
Zelarayán, de Briante, de Fogwill, de Uhart, de Bizzio, de algún Saer, que son,
de los poetas, nuestros mejores narradores. “Capaz lo tenemos a tiro”: esa
frase dice, en literario argentino, mucho de los sueños de esa clase media
siempre al borde la escasez, siempre al borde del divorcio, del descalabro
económico, espiritual y afectivo que implica la ruptura de un contrato
matrimonial y de esos temas trata, de paso, la lengua de esta novela y de esas
cosas hablaba, como no, en su lengua, Delmore Schartz, a mediados del siglo
pasado. Las criaturas de Tambor de
arranque tienen casi todo a tiro, pero están al borde de la disolución. En
su decadencia, son bellos como ese diálogo que sostienen Isabel y su madre. Son
bellos y tristes, quiero decir, como una conversación, magistralmente escrita,
entre una madre y su hija recién separada, lejos de su casa y de su ex marido.
Se
sabe: la ambición de los novelistas es novelar y nada más que eso. Bitar novela
muy bien y Tambor de arranque sabe
conmover, emocionar, ponernos a pensar. Leyéndola, aprendí cosas que no sabía
que sabía. Acá quiero saludarla. Cuando terminé de leerla la tomé como un
regalo. Hace, Francisco Bitar, con cosas de este mundo, algo de otro mundo: una
hermosa novela. Nada menos. Por mi parte estoy muy agradecido. Muchas gracias.
Mario Castells y Francisco Bitar. Foto de EMR.