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lunes, 31 de mayo de 2021

qué es la teología política

Bajo el título: “…which begs the question: ‘What is political theology’”, Adam Kotsko escribió este resumen sobre su objeto de estudio, que podría ser también el nuestro:  

por Adam Kotsko | An und für sich

 

A veces siento que estoy del lado equivocado de una disputa terminológica. El término en cuestión es uno que se ha vuelto totalmente central en mi investigación académica: teología política. Hay que admitir que es un terreno embarrado y, por eso, su definición está embarrada. La yuxtaposición de los dos términos y la conexión entre el sustantivo y el adjetivo hace pensar inicialmente en una teología comprometida políticamente (es decir, “política” es la clase de diferencia que distingue a la “teología política” como especie dentro del género “teología”). Si tuviéramos que aventurar una conjetura adicional, podríamos dar con la idea de que se refiere a tratar la política como si fuera teológica: la teología política opuesta a la política teológica. Aunque seguramente ningún lector ingenuo de la frase acertaría con la definición que prefiero: o sea, el estudio de la relación misma entre política y teología, centrado en homologías estructurales e intercambios conceptuales entre los dos campos. En cambio, mientras nos mantenemos en el espacio de “mi” versión, el campo parece converger en significado más obvio, el primero, como hilo conductor.

¿Por qué insisto en la definición menos intuitiva? No es porque refleje mejor los orígenes del campo, aunque lo hace. La Teología Política de Schmitt mezcla hasta cierto punto las tres versiones, pero la tercera versión, contraria a la intuición, es la verdadera innovación y contribución. Sin embargo, y obviamente, Schmitt no se gana nuestra lealtad. Tampoco es simplemente porque he escrito libros usando ese paradigma y no quiero tener que desechar todo ese trabajo, cosa que no tengo que hacer, ya que “mi” enfoque, por cierto, todavía se ve como parte válida de la gran cobertura de la teología política.

Mi insistencia proviene, en cambio, de la creencia de que la tercera definición, contraria a la intuición, brinda la mayor posibilidad de aportar algo distintivo. Esta convicción proviene de dos observaciones. La primera es que la “teología política” no es una especie distintiva del género teológico. Toda la teología es intrínsecamente política. Toda la teología tiene que ver con nuestra vida en común: establece normas de conducta, define a las comunidades en términos de internos y externos, y presenta ciertos reclamos de legitimidad y autoridad. Son solo las idiosincrasias culturales del secularismo europeo post-Westfalia las que nos impiden ver eso al establecer la “religión” como algo separado que debe mantenerse lo más lejos posible de la “política”. Esto no quiere decir que defienda o apoye cualquier forma de política declarada “teológica” en particular; la gran mayoría me parece enormemente destructiva. Pero me opongo a ellos no por la razón formalista de que son “teológicos” y, por lo tanto, no pertenecen a la política, sino por la razón de que son destructivos.

Al final, no existe una posible distinción consistente entre formas religiosas y no religiosas de comunidad y vida política. Dadas las normas culturales que oscurecen este hecho obvio, ciertamente hay un beneficio pedagógico en resaltar el elemento político de la teología. Pero sustancialmente, toda la teología es política y siempre lo ha sido. La “teología política” en ese sentido está aportando solo un nuevo énfasis o un nuevo nivel de transparencia, sin que establezca un campo nuevo o distintivo.

Por el contrario, “mi” versión, que explora los paralelos sincrónicos entre los sistemas políticos y teológicos y el proceso diacrónico por el cual los conceptos “migran” entre los dos, fue una innovación genuina en el momento de su formulación. No surgió de la nada, ya que Schmitt se basó en el enfoque de Weber, pero fue un paso adelante genuino. Y en este rincón del campo los académicos continúan haciendo avances metodológicos y arrojando nueva luz sobre los fenómenos históricos de formas que probablemente proporcionen mojones intelectuales más duraderos que cualquier intento dado de, por ejemplo, imaginar cómo entre los Padres de la Iglesia habrían respondido a un debate político contemporáneo.

Pero ese mismo ejemplo muestra uno de los inconvenientes percibidos de “mi” versión: su calidad puramente crítica o diagnóstica, que no parece tener ningún beneficio político real. Admito que esta crítica, en la medida en que insistimos en tomarla como una crítica, se aplica a mi propio trabajo en teología política, que ha sido casi enteramente de carácter crítico hasta ahora. Sin embargo, creo que haríamos bien en mantener cierta distancia de su aplicación o de las soluciones hasta que comprendamos el alcance total del problema, y ​​eso es algo para lo que se nos plantean muchos problemas si insistimos en encontrar soluciones “teológicas” a los problemas “políticas”. La razón de esto es que tales actividades –ya sea que las lleven a cabo tradicionalistas o liberacionistas– están destinadas a buscar la “buena versión” del cristianismo (o cualquier tradición religiosa en la que estén trabajando, aunque el cristianismo sigue predominando). De hecho, existe una persistente tentación de ver las “malas versiones” del cristianismo como algo diferente al cristianismo “real” y, por lo tanto, irrelevantes.

Al contrario, insisto en que las “malas versiones” del cristianismo son realmente versiones del cristianismo. Que realmente responden a temas y tensiones dentro de la tradición. A veces, muy a menudo, lo hacen de manera oportunista y de mala fe, pero no están simplemente inventando cosas. Son parte de la tradición cristiana y los teólogos cristianos deben responsabilizarse por ello. Pero en su mayoría se niegan a hacerlo, por lo que necesitamos teólogos políticos como yo para tomar el relevo.

El hecho abrumador de la era moderna es que la Europa cristiana conquistó y explotó sin piedad casi todos los rincones del mundo, cometiendo crímenes históricos sin precedentes y casi inimaginables en el camino. Los cristianos establecieron la trata transantlántica de esclavos, secuestrando seres humanos, enviándolos a grandes distancias y trabajándolos hasta la muerte a escala industrial durante siglos. No solo creían que esta actividad era compatible con su fe cristiana, sino que a menudo desarrollaban justificaciones teológicas explícitas para ello. Se podrían presentar historias similares en ámbitos como el colonialismo, el establecimiento del capitalismo industrial, la devastación del medio ambiente y, para ser franco, casi todos los demás problemas sociales, políticos y económicos graves que enfrentamos.

Esto no puede ser simplemente un error o un malentendido. No dudo que hay elementos redentores, subversivos e incluso revolucionarios en el cristianismo, ni creo que podamos simplemente deshacernos de una parte tan importante de nuestra tradición cultural y “empezar de cero”. Sin embargo, hasta que no tomemos cabal medida de la contribución cristiana al desastre rodante que llamamos con ironía el mundo moderno, los intentos de reapropiación de la herencia cristiana serán increíblemente arriesgados. Ese riesgo es sin dudas mucho menor entre las comunidades cristianas no blancas y no occidentales –y destacar tales enfoques de la teología es el mayor beneficio particular de la hegemonía del modelo de una “teología comprometida políticamente” dentro del campo–, pero incluso en tales casos sigue siendo real.

Al final, tal vez nos decidamos de una vez por todas por la versión “buena” del cristianismo, así como podríamos descubrir cómo desechar todo el “bagaje teológico” para llegar a un mundo verdaderamente secular. Pero me parece más probable que encontremos que el gesto de separar la buena versión del cristianismo de la mala es parte integral de la supremacía cristiana que suscribió el colonialismo y la esclavitud o que el deseo de purificar la secularidad de la escoria teológica es algo profundamente religioso. En otras palabras, asumo que, si somos verdaderamente honestos acerca de nuestros sistemas políticos y teológicos, nuestro alboroto será erradicado, así la teología política, en el sentido puramente diagnóstico y crítico, está en su mejor momento cuando se apronta para matar a todos los alborotos sin piedad.

 

Nota bene:  se respetaron todas las itálicas del original.

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