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martes, 27 de octubre de 2009

joão gilberto noll > bandoleros

Fotografía de José Casal (Télam)

“Dos obsesiones atraviesan la narrativa de Noll: el viaje y la disolución de la identidad”, dice Álvaro Matus en el prólogo a Bandoleros, del brasileño João Gilberto Noll. Claro que ese viaje es también el episodio de canicas que se desparraman.

Noll ganó los más importantes premios en Brasil y, desde 1980, lleva unas trece novelas publicadas. Sin embargo –y gracias a instituciones estatales brasileñas de subvención de traducciones y difusión de su patrimonio–, recién en 2006 la siempre inquieta editorial Adriana Hidalgo publicó la primera traducción de uno de sus libros, Lord. Bandoleros (cuya primera edición en portugués es de 1985) es el segundo.

Noll es dueño de un estilo parco y situaciones por momentos alucinadas, donde el humor agita cierto aire de abandono. “No pertenecer ni a nadie ni a hecho alguno, puro bebedor de Dreher. Me pregunté si todas las grandes borracheras no partían de una idea como ésa”, escribe en la página 19 de su novela.

El viaje, es cierto, está en las novelas de Noll. Lord transcurre en Londres: un brasileño en Inglaterra que vuelve su ser social un camaleón de las distintas situaciones hasta que imposta un personaje que quién sabe. En 1969 Patricia Highsmith publicó El temblor de la falsificación, novela en la que su protagonista, un meticuloso norteamericano de clase media alta dedicado al cine, se instala en Marruecos a la espera de compañeros de trabajo para la escritura del guión de un film. Allá, en ese país ajeno, entre desconocidos con los que no tiene otro trato que el del pago diario de la cuenta de hotel y el restaurante, los límites morales y “cívicos”, los límites de clase –el gran tema de la Highsmith–, comienzan desvanecerse y el sujeto emprende algo así como una “falsificación” de sí mismo.

Cuando se dice que Noll va tras la “disolución de la identidad” de sus personajes, acaso hay que entenderlo a lo Highsmith: hay un Brasil de fondo, claro, está Porto Alegre, los vidrios del aeropuerto de San Pablo, por son el resto lejano de algo a lo que se perteneció, no como una vieja reliquia, sino la ropa de los ausentes en el armario. O, como describe Noll al personaje de Steve a través del narrador: “Y yo miraba y pensaba que aquel rubio un poco morrudo, metido en sus suéter y jeans era allí una inútil pieza más, cortando pasto de un mundo que no necesitaba más de sus servicios”.

Las noticias más inquietantes dicen que Noll es admirador de nuestro Ernesto Sabato, cosa que puede ser cierta en lo anecdótico (de hecho, el buen Ernesto aparece mencionado en Bandoleros), pero insostenible en el estilo y la temática de Noll, ajeno a cualquier clase de condescendencia. Bandoleros es el cruce de varias persecuciones: la de un joven poeta al protagonista; la del protagonista a su esposa Ada, aislada en un departamento de Boston entre jóvenes universitarias que ensayan lo que llaman “la sociedad minimal” (una irónica crítica del autor a las aspiraciones de la intelligentsia universitaria y la doctrina de las minorías); la persecución de Steve (un norteamericano alcohólico con un severo daño neurológico) de la infancia que vivió en Brasil. Bandoleros, como el célebre texto de Freud sobre lo siniestro, demuestra sin proponérselo que son más terribles los deseos que se cumplen que aquellos que se desvanecen en el aire. Todos llegan al fin de la persecución, pero para encontrar que no había un fin. En ese laberinto, el tiempo también se diluye, se vuelve rizomático, pasado y presente conviven pero no al modo melancólico con el que se sopesa una pérdida: conviven sin balanza. “En rigor de verdad –página 70–, cuál es el día que pasa sin que alguien disuelva mi última esperanza? (...) Todo marcha en dirección a una claridad que no comprendo en absoluto”. Antes que disolver una identidad, Noll parece mostrar en Bandoleros, donde también los argumentos se confunden (el de la novela Sol macabro, que escribe el narrador y protagonista, con la historia central), la materia amorfa y oscura de la identidad, su carácter “real”, su “falsificación”. A esto opone Noll los cuerpos y los rostros de sus personajes. Escribe: “No podemos saber definitivamente nada de alguien mientras no le vemos la fisonomía”.


Ficha: novela

Bandoleros

João Gilberto Noll

Traducción de Claudia Solans

Adriana Hidalgo

Buenos Aires, octubre de 2007

183 páginas

$ 32


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