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viernes, 9 de octubre de 2009
waltz with bashir
esto es más o menos lo que escribí en enero o febrero, cuando waltz with bashir estaba nominada a los oscar como mejor film extranjero. creo que ganó el premio, pero eso no es lo importante
Tanto el legendario Andrew Sarris en su columna del Observer, como el más desacatado David Walsh en su columna de la página de la Cuarta Internacional (wsws.org) consideran a Waltz with Bashir, del israelí Ari Folman, una de las mejores películas del 2008. Aclamada en Cannes y otros festivales internacionales, el film está postulado entre los cinco candidatos a mejor película extranjera (la acompañan The Baader Meinhof Complex, de Alemania; The Class, de Francia; Departures, de Japón, y Revanche, de Austria). Waltz with Bashir es innovadora en varios aspectos: primero, es una animación; segundo, su protagonista es su director (Folman, que aparece dibujado, no caricaturizado, con trazos muy estilizados y reales, al modo de un Milton Caniff en historieta, pero con más detalles); tercero, el film está planteado tanto como un documental, al punto que cuando Sarris anotó en su columna que era una de los mejores documentales de animación que había visto un lector preguntó irónico y respetuoso: “¿Cuáles son los otros, Andy?”
La película trata de los recuerdos perdidos del soldado que fue Folman en la guerra del Líbano (1982). Al comienzo se encuentra con un amigo de esos años que le cuenta un sueño recurrente. “¿Por qué me contás esto a mí, no te convendría ver a un psiquiatra? Yo soy sólo un director de cine”, le dice Folman (salvo en dos casos, todas las personas que aparecen en el film son reales y figuran con sus propios nombres). “¿No puede ser terapéutico un film?”, le responden. Entonces el hombre comienza a recordar. Las matanzas de Sabra y Shatila perpetradas por la falange libanesa del asesinado presidente electo Gemayel Bashir con el consentimiento del ejército israelí están en el fondo terrible de este film que trata, sobre todo de la memoria, de cómo su construcción es la representación de un mundo y cómo el mundo se pierde –si me permiten esta intervención patrística: el mundo como camino de la salvación– cuando la memoria se quiebra. Afortunadamente, este hermoso film es muchísimo más que eso, claro.
El año pasado, entre los nominados al mejor film extranjero de los Oscar figuró también una animación, la francesa Persépolis, dirigida y escrita por Marjane Satrapi y basada en su novela gráfica del mismo nombre que es, a la vez, la autobiografía de sus años de infancia en la Irán de la transición entre el sha y los fundamentalistas de Komeini. Persépolis pasó por el festival de cine independiente porteño, se exhibió un par de semanas en salas y luego fue derechito el devedé. En Rosario ni se vio. Por su tema en alza debido al último conflicto en Gaza, es posible que Waltz with Bashir tenga más suerte que su compañera francesa de hace una año, pero es difícil, tratándose de una animación.
Folman, quien declaró que su film no es político (“para eso –dijo a la prensa en Cannes– debería haber indagado en la voz del lado palestino o cristiano, y esta es una película sobre mi experiencia personal en la guerra”), le dijo a un periodista del diario inglés The Guardian que si bien vio Persépolis cuando su film estaba ya avanzado, prefiere creer que su trabajo atraerá la mirada de los jóvenes y de un públicos menos encasillado en el concepto “familiar”.
El tema de la animación o el dibujo, utilizado para tomar distancia y, a la vez, esquivar las zancadillas de una representación que se proponga repetir, volver a escenificar el horror (el caso paradigmático podría ser La lista de Schindler), cobra vigencia al tiempo que las formas del cine y la historieta se domestican. Entre sus fuentes, Folman cita el maravilloso libro Palestine, una historieta que recoge la cobertura del periodista e historietista malteño (radicado en Estados Unidos) Joe Sacco. En el prólogo de la edición del año 1999 (el libro es del 94, cuando Sacco volvió de cubrir la primera intifada), Edward Said dice que las viñetas, al tiempo que nos presentan otro mundo, nos hacen más accesible una experiencia que hacemos propia a través de un artificio. Waltz with Bashir procede de manera semejante.
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