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viernes, 15 de octubre de 2010

una modesta medida

El 15 de septiembre pasado, en Rosario 12, Beatriz Vignoli repasó los tres títulos de la colección naranja de la emr e hizo este comentario sobre San Nicolás de la frontera por el que nunca le estaré lo suficientemente agradecido.

Tres exitosas apuestas a la crónica
La montaña invisible, de Ricardo Guiamet; San Nicolás de la Frontera, de Pablo Makovsky, y Contorno Don Bosco, de Matías Piccolo se suman a los libros anteriores de la colección. Pasajes históricos, autobiografía y geografías memorables.


por Beatriz Vignoli

Tres nuevos libros ilustrados, de edición reciente, acrecientan la apuesta de la Editorial Municipal de Rosario por la crónica literaria sobre el acervo de la región a través de su Colección Naranja: La montaña invisible, de Ricardo Guiamet; San Nicolás de la Frontera, de Pablo Makovsky, y Contorno Don Bosco, de Matías Piccolo. Se suman a los seis títulos ya publicados en dicha colección por Sergio Delgado, Daniel García Helder, María Cecilia Muruaga, Elvio Gandolfo y Beatriz Vignoli.
En La montaña invisible, Ricardo Guiamet (Rosario, 1959), retoma y perfecciona temas y modos de narrar que ya abordaba en su novela Silvia, tálamos y túmulos (Ross, 2008). Los hombres buscan tesoros ocultos, decía la heroína del título, y en La montaña invisible el Indiana Jones en cuestión es el cronista, cuya búsqueda tiene mucho de novelesco o de épico ya que se lanza por los terrenos chatos de la llanura santafesina en un auto sugestivamente marca Clio: la musa de la historia, apunta Guiamet, quien no por nada es psicoanalista y poeta objetivista y los pasajes históricos de cuyos libros son de una intensidad formidable. Va tras una pista aportada por una geóloga olvidada y en pos del legendario "morrito de Monasterio": el punto más alto de la provincia, una elevación topográfica casi imperceptible en la región santafesina donde se crió el autor.
Devenido en narrador protagonista, éste va y viene en su narración entre el recuerdo de un viaje hecho con su padre y la investigación mediante la que reúne el material histórico y geográfico que constituye el meollo del libro. Lo que al fin encuentra tiene que ver con el recuerdo de mundos entrevistos en libros de aventuras que transcurrían en lugares exóticos. El que cada toponímico y cada apellido sea rigurosamente real y esté corroborado no le impide a Guiamet anudar todos esos significantes en una trama de sentido que se articula con tanta belleza como si hubiera sido creada al vuelo de la pluma o a la luz mortecina de la pantalla sobre el teclado. Documental lírico, se podría llamar esta crónica literaria si fuese una película como las que ama y analiza Guiamet, también crítico de cine. Lo que va encontrando en sus peripecias son las palabras justas, los nombres correctos de las cosas. También, como los cronistas de antaño, inventa apodos fabulosos para lo divisado en la distancia: alfalfa violeta, chanchos a lunares.

En San Nicolás de la Frontera, su segundo libro publicado por la EMR, el poeta, periodista, curador del Festival de Poesía y ghostwriter Pablo Makovsky (Paysandú, Uruguay, 1963) sorprende agradablemente con un relato de eje autobiográfico. Allí, el asombro acerca del propio destino se amplía a través de los círculos concéntricos que van formando los diversos ámbitos por donde el autor fue creciendo, desde el hogar al espacio público, y que él vuelve a recorrer para escribir el libro. No hay muchas vidas que logren contener, en sí mismas, un universo tan compacto como el de una ficción. Es decir, no suele suceder a menudo que una biografía real funcione como la cápsula cerrada en torno a un sentido que constituye la vida de un protagonista de novela; no si le corresponde abrirse además al acontecer histórico. Cuando todo eso sucede, y cuando además personaje y autor coinciden en un único individuo, el género autobiografía abraza un enfoque estético del mundo, pega un salto y se eleva a las alturas de la literatura grande, o casi. El fuerte de Makovsky es la condensación poética con que trabaja desde el lenguaje la experiencia inefable de lo que pudo haber sido y no fue: la historia nacional como un depósito de cadáveres de grandes sueños. Su tema es el vacío denso en expectativas no realizadas que flota sobre esas ruinas del futuro del pasado.
La vida de Makovsky acredita algunas particularidades que la hacen excepcional en alguna modesta medida. Cuenta que se casó y sueña con Mariela Mangiaterra y que migró de Uruguay a Argentina, de San Nicolás a Rosario, de una familia marxista a su conversión a la fe católica en la que se bautizó de adulto; todas estas transiciones lo constituyen en algo parecido a algún antihéroe de alguna novela de Graham Greene. Muchas de tales particularidades no fueron narradas en este libro, ni siquiera en la solapa del mismo, y entre ellas podría resaltarse su incursión en la literatura experimental allá por los años ochenta en colaboración con Mariano Guzmán (del que da cuenta un opúsculo casi inhallable titulado Turkey Alley Rumble Sex) o, por la misma época, sus carismáticas performances musicales en inglés que prefiguraron en parte su actual rol de cantante, letrista (en español) y frontman del grupo La Mecedora, con el que sí estuvo presente en la presentación de los tres libros el viernes 27 del mes pasado.

Menos ambicioso en lo literario pero mucho más preciso en lo periodístico que sus predecesores generacionales, Matías Piccolo (Rosario, 1974) se toma el atrevimiento de bautizar su hábitat urbano como Contorno Don Bosco, que por supuesto es el título del libro. En su crónica, Piccolo es a la vez el ciudadano que habita el centro de Rosario, el pionero que inaugura una cartografía, el topógrafo empecinado que emprende un relevamiento e inventario de absolutamente todo lo que hay en el territorio al que previamente delimitó, y el estudioso de las ciencias sociales que no sólo analiza y saca conclusiones de los datos obtenidos sino que además elabora un pronóstico a futuro (que no deja de ser preocupante).
El sesgo subjetivo y personal también se halla presente, pero con más pudor y modestia que en los otros dos autores (o menos que contar, ya que es más joven). El lenguaje es atemporal. Excepto por sus evocaciones de travesuras con los amigos de la niñez, podría decirse que en su rigurosa objetividad Piccolo como narrador se asemeja a un científico que fuera a la vez el espécimen estudiado, ya que cuando habla de su vida es para dar cuenta de sus hábitos en lo que éstos podrían tener de común con costumbres generales de la época contemporánea. La parte histórica de la obra arroja luz sobre la arquitectura de los edificios de inquilinatos de fines del siglo pasado o comienzos del siglo veinte y la labor local de los salesianos.

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