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miércoles, 9 de febrero de 2011

lecturas infantiles

César Aira tuvo y tiene reseñadores notables, como Oscar Taborda, que reseñó La trompeta de mimbre, el libro que leí en Punta del Este/Maldonado, entre los últimos días de septiembre y primeros de octubre de 2010, mientras participaba del V Encuentro de Escrituras de esa ciudad, al que fu invitado por el querido Negro Pereira Severo. Ahí, en el hotel Bravamar, frente a la playa Brava de Punta del Este, donde un ejército de albañiles trabajaban en una ciudad hecha para multiuplicarse por veinte durante la temporada, ahora desierta, con el viento corriendo frío por avenidas y calles vacías; ahí, decía, leí esas páginas de Aira con una fascinación ya conocida. 
Leí, por ejemplo, el párrafo sobre lecturas infantiles que transcribo y me sigue inquietando. Aira habla sobre la lectura de Mandrake, sobre la relación de los villanos de la serie y el dinero, la irresoluble relación entre la vida —el dinero, según una interpretación que es sólo mía y que acaso no sea del todo lo que escribió Aira— y eso que, como "arte", cabe en el mundo transfigurado del escribir y el leer —la "otra aventura", según la fórmula Borges-Bioy—:
«Estas lecturas infantiles —escribe Aira— nunca son pueriles: no las han escrito niños, y los niños que las leyeron se volvieron adultos garcias a ellas, gracias a que ellas los ayudaron no sólo a pasar el tiempo sino a ganarlo. Lo pueril es más bien lo que se margina del circuito del dinero. Y la literatura para niños se hace sólo por dinero. Casi podría pensarse en un operativo como el de Desirée —el personaje de Mandrake que paga para convertir cada pieza artística en una trampa para atrapara a Mandrake—: cada vez que la víctima se vuelve hacia un objeto artístico, éste se tansmuta en arte comercial, y el goce estético se ve frustrado...» 

 Abajo, a la izquierda, el hotel Bravamar, donde paró la guardia de seguridad del presidente norteamericano John Fitzgerald Kennedy en 1961, cuando lo de la Alianza para el Progreso.
 La punta desde la mano del ahogado, en la Playa Brava.

 La vieja estación de servicio de la avenida Gorlero o alguna de esas calles que ya no importan, en el centro de Punta.

 Con Luciano Lamberti en la Mansa.
 El Bravamar, desde la Brava.
Las avenidas vacías sobre la playa Brava.

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