Definido por su modo, por su maniera, un clásico es un artista que confía mucho más en el lenguaje de su representación que en lo que ese lenguaje representa. En otras palabras, un autor que entendió que una máscara es acaso la mejor forma de mostrar el rostro, antes que desencajarse la cara en pos de una verdadera mueca. En este sentido el músico italiano Paolo Conte es un clásico, un cantante enmascarado.
Las canciones de cabaret de Paolo Conte son el testamento de un hombre que llegó tarde a los grandes acontecimientos y debió conformarse con los despojos de la fiesta. Canciones que, como las ruinas insuperables de Roma, renuevan la sensación de que todo está hecho, pero que aún así uno puede permitirse ese paseo sensual entre vestigios maravillosos. Por eso, por esta suerte de distracción que sopesan sus canciones, el disco que mejor releva la mirada cínica, irónica y desencantada de Conte es Novecento, cuya octava pista es “Gong-oh”, lo que podría señalarse como su ars poetica. No por nada la canción está en medio del “Inno in re bemole” (un himno que remonta los días del gran amor perdido) e “I giardini pensili hanno fatto il loro tempo”, en la que alguien recuerda el viejo y galante esplendor de los jardines colgantes de los Finzi-Contini (retratados en la novela de Giorgio Bassani), ya pasados de moda.
Las canciones de Conte, un abogado que supo librar al mundo del ejercicio de su profesión cuando comenzó a componer para músicos populares italianos en los 60, tienen sus propios tópicos y sus caprichos: palabras como “sorriso” y “faccia” (sonrisa y rostro: los elementos de la máscara del comediante), balbuceos y carcajadas que se repiten con la sonoridad y el placer del juego, términos en inglés sobre los que montan un coro de ninfas, que acompañan a Conte en la diversión.
Como observara el amigo que trajo los discos de Europa: la contemplación de las mujeres que bailan, acaso a sabiendas de que la vida iba a ser otra cosa pero, la música era tan exquisita y la noche tan cálida... es uno de los temas más recurrentes de Conte, que sobre el final de “Ho ballato di tutto” le hace declarar a su personaje: “Soy una mujer caliente, como suelen decir, que es arrastrada mar adentro sin piedad, que no sabe nadar ni aprenderá”. De esa alegría frugal del baile, en la que todos los personajes son conscientes de la comedia que representan, sin que la representación sea menos intensa, Conte extrae su elixir más denso y exquisito. Esta antigua idea romana de seres que son manejados por los hilos del destino, como la bambola (la muñeca) y el giocattolo (el jueguete) oscilan en las melodías lo mismo que los mástiles de la nave del tiempo que navega en su música.
Milonguero. Apreciado por los más despistados como una suerte de Tom Waits italiano, por su timbre de barítono de voz agujereada y burlona, Conte se disfraza con los estilos más variados: canciones italianas, tangos, milongas, rumbas, jazz, hasta temas con marcada influencia gitana o balcánica. Sus discos son una babel peninsular y musical y, como en la parábola bíblica, evocan aquél idioma con el que iba a poseerse el mundo, devenido ahora un lenguaje del recuerdo y el encantamiento, mientras la melodía trae “una música dentro de la música” o, lo que es lo mismo, según lo declara en “Elisir”: “Una música sin música”.
En Conte convive la apasionada mirada sobre las mujeres con la amarga sabiduría del también piamontés Cesare Pavese, que en su novela La luna y las fogatas le hace decir a su personaje Nuto (un viejo trovador que ahora sólo va del trabajo a casa y de casa al trabajo): “A las mujeres no les interesa la música, sólo quieren mostrarse frente a sus amigas cuando conquistan a un hombre”. Las melodías y la interpretación de Conte llevan entonces un gesto de despreocupación, casi solitario, en el que afirma su virilidad: él canta para la “donna calda” (la mujer caliente que habla en la canción “Ho ballato di tutto”), encendida en medio de la pista, rodeada de una cohorte de viejos y jóvenes admiradores y vuelve sola a su cama. Canta para la muchacha de pies ligeros (como en “Happy feet”), a la que contempla mientras piensa: “Qué cosas leerás, con qué libro fascinarás tu corazón y lo perderás en el laberinto de un amargo autor. Pero, mientras tanto, tus pies: tap tap tap...”.
En 1992, en el disco Parole d’amore scritte a macchina (cuya tapa lleva una ilustración de su amigo Hugo Pratt), Conte mezcla los tantos y los tintos (los del derecho y la música) e interpreta una canción, la que le da título al disco, en el que un ex esposo reconoce en la carta del abogado de su ex mujer los viejos reclamos del amor: “Tu abogado es un verdadero asno –canta según la traducción del escritor Guillermo Piro–, no, ciertas cosas no se escriben… porque después los jueces las padecen”. Tres años más tarde, en Una faccia in prestito (Un rostro prestado) Conte vuelve a calzarse la máscara.
Como Cohen, que declara: “Intenté dejarte y aquí me ves de pie: un hombre trabajando para tu risa” (“I tried to leave you”), como cualquier varón cabal, Conte sabe que su hombría tiene un premio allí donde está la sonrisa de la mujer. Así canta en “Eden” (de Parole d’amore...): “Estoy buscando por todo el paraíso la torre donde flamea tu sonrisa”.
Paolo Conte se acompaña al piano con kazoo.
El viejo esplendor. A los 20 años, cuando aún hacía música junto con su hermano Giorgio, Paolo Conte llegó a un honorable tercer puesto en un festival de jazz de Oslo en el que representó a Italia. Hoy, su piano es el más popular de la canción italiana. Sus canciones, que comenzaron a popularizarse a mediados de los 60, cuando Adriano Celentano interpretó “Azzurro” (el azul brillante del cielo de verano sobre la ciudad vacía) y “La coppia più bella del mondo”, se inspiran en esas escenas de la vida cotidiana en las que la ruina (el salón de baile pasado de moda, un viejo restaurante de un hotel del Báltico lleno de viajantes de comercio que esperan como fantasmas una llamada de teléfono) revela lo más esplendoroso de una vida que vuelve en la música. También son los temas del cine y la literatura, sobre todo las películas y las novelas norteamericanas de los 30, como el aire de jazz que más suena en sus composiciones.
Además de Celentano, Caterina Caselli, Patty Pravo y Bruno Lauzi interpretaron las canciones de Conte, quien en 1974 sale al ruedo con el álbum Paolo Conte. Pero recién en 1979 el público reconoce al cantautor cuando se populariza la canción “Un gelato al limon” (he aquí otra de las marcas de Conte: el juego con las palabras y las frases, la mezcla de términos y formas gramaticales de otros idiomas guiado por la sonoridad de la línea melódica: en italiano es “de limone”, “al limón” es castellano). También en inglés, como en “Via con me” o “Boogie” (de hecho su página en Internet se llama “swonderful”, que reproduce el vicio italiano con el que Conte pronuncia It’s wonderful). Según Guillermo Piro —traductor vernáculo de Pinocho y El gatopardo—, Conte es un imitador de voces, un payaso cínico que ejecuta un meloso y funambulesco kazoo a la vez que imita el acento de cada región de Italia.
Pudo escucharse un fragmento de su canción “Come di” en la presentación del programa de televisión Los simuladores y Dios sabe cuántos locutores bastardearán en poco tiempo su música. También el film The french kiss (Lawrence Kasdan, 1995, estúpidamente titulada aquí como “Quiero decirte que te amo”) incluyó “Via con me”, de Conte, entre sus títulos, lo que ayudó a su difusión en Europa y Estados Unidos.
En RazMataz (2000), un musical ambientado en el París de los años 20, Conte vuelve sobre su obsesión con el cabaret y el vaudeville y representa el encuentro de Europa con la música negra.
Padre nuestro. A esta altura Conte tiene ya su filiación musical en Italia. El más notable de todos es Vinicio Capossela, que retoma del maestro su pasión por la milonga argentina y el tango. En “Alla presce con una verde milonga” Conte invoca a Atahualpa y en “La Zarzamora” pinta una escena en el río Paraná.
Siempre ajeno al estilo que impusieron luego de la Segunda Guerra los festivales de San Remo, Conte, que recibió sus primeras lecciones de jazz de los soldados norteamericanos que desembarcaron en la península, es definido mejor por su parentesco con la música de Nápoles, rica en tradiciones cruzadas y en un folklore sobre el que no se caería en el oxímoron al calificarlo de cosmopolita.
Gioco, giocattolo, significan juego y juguete, y Conte parece sentir una especial predilección por esas hermosas palabras: “Hacés de mí un juguete en tus manos”, dice en “Gong-oh”, consciente al fin de que las canciones, como manda la milonga y los géneros tradicionales, se buscan en las mismas canciones y que el compositor observa desde una terraza cómo se ha ensanchado el río (Cohen dixit) y cómo el único abrigo son esas palabras en las que aún juega la infancia.
Escrito originalmente para El País Cultural, Montevideo, Uruguay, ca. 2002.
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