El 4 de abril de 2005, hace seis años, bajo el título "Con ojos de niño", Mariela Mangiaterra registró la última visita de Francesco Tonucci a Rosario. “Sostenemos de la mano a nuestro hijo porque tenemos miedo”, decía Tonucci. ¿Viven los niños hoy en una ciudad más segura en el único sentido en que necesitamos ciudades seguras: control, regulación y educación del tránsito? Como Tonucci está de vuelta en la ciudad, repasamos lo que dijo.
En la inauguración oficial de la muestra “Frato en volumen”, una colección de escenarios lúdicos basados en las viñetas de Francesco Tonucci, un grupo de niños juega. Lo hacen con la concentración y el desparpajo de quien está haciendo algo importante. No los distraen ni las palabras del intendente Miguel Lifschitz, ni las del propio Tonucci. Juegan alrededor de una caja de madera que contiene arena húmeda, palitas, rastrillos y baldes. Sobre el arenero cuelga una imagen de un personaje de Frato –seudónimo con el que Tonucci firma sus dibujos–, que dice: “¿Podrías decirme cuánto cuesta este estupendo juego?”
“Ciento cincuenta dólares”, dice un niño. “No, cien pesos” dice otro. Ante la pregunta de si eso es caro o barato, todos saltan: “¡Es caro!”. Y arguyen: “Porque es grande”. “Aunque es arena, de la que hay en la playa o en el río”. Cuando se les pregunta si ellos tienen juguetes que cuesten eso, una niña dice: “¿Existen juguetes que cuesten tanto?”. “Sí, los Max Steel. Yo tengo”. “Y las Barbies”.
En el relato de Tonucci, creador del proyecto Ciudad de los Niños, acerca de su infancia en Fano –pequeña ciudad italiana de La Marche–, quizá puede atisbarse su interés por las ciudades y sus procesos de construcción desde la perspectiva de la mirada infantil: “Yo digo siempre que he tenido la suerte de nacer en tiempos de guerra. No había nada, no había juguetes y nosotros no teníamos más remedio que inventarlos y construirlos con lo que se encontraba por la calle: papel, barro. Y jugamos muchísimo. Lo segundo, la guerra destruía y esto es lo que para los adultos es terrible, y yo lo entiendo hoy. Pero de niño, esto creaba mundos impresionantes para nosotros, mundos abandonados para los adultos. Una casa abandonada es un lugar de juego impresionante para los niños. Y después, he podido vivir mi infancia y mi juventud en un país que se iba reconstruyendo y esto es una experiencia de gran valor social y cívico. Ayer los chicos adolescentes, que ya concluyeron su tarea como consejeros, me hicieron la primera entrevista de su programa de radio y me preguntaron cuáles eran mis deseos de chico. Les conté que yo no veía la hora de llegar a ser grande para hacer mi parte en la reconstrucción. Qué lejos está esto de lo que piensan los chicos de hoy. Con esta actitud cínica de separarse de su propia ciudad, como diciendo: esta es la ciudad de ustedes, no la nuestra. Y nosotros, al participar de esa experiencia de reconstrucción, nos animábamos a contribuir con esa obra. Y eso ha sido importante también en las experiencias que yo he hecho después como investigador y pedagogo”.
Dibujos de niños que cuelgan del perchero de una guardería, de los tendederos de ropa entre los edificios o atrapados en las páginas de las tareas escolares. Y como contrapartida, la resistencia que ejercen los chicos: inventando sistemas de poleas que los comunican de balcón a balcón, o con la mirada absorta que se escapa del salón de clases siguiendo el vuelo de una mariposa. Después de recorrer la muestra que contiene las viñetas de Tonucci, una de las impresiones más fuertes en torno al pensamiento del autor es que hoy necesitamos tener a los niños cerca, bajo vigilancia; pero lejos, en la imposibilidad de producir verdaderos momentos de encuentro con ellos.
“El niño –dice Tonucci– tiene que sentir los padres cerca, pero el vínculo es afectivo, no geográfico. Hoy en día el vínculo geográfico, muy frecuentemente, sustituye al afectivo. Dejar la mano de un niño es un hecho de amor, no es un hecho de desinterés. Es porque yo lo quiero mucho que acepto el miedo de dejarlo, porque yo sé que lo necesita. Separarse siempre es algo que cuesta. Muchos padres me dicen: «Mi niño no me cuenta nada». No cuenta nada porque vive toda su vida entre adultos, por lo cual piensa que todo lo que le ocurre éstos ya lo saben. ¿Cuándo vale la pena contar? Cuando se va solo, con amigos. Cuando va a jugar en un campo o en una calle, una vereda o una plaza. Y descubre algo y se cansa, suda, se estropea, le ocurre algo. Al final vuelve a casa, cansado, feliz, sucio, con hambre y ganas de contar. Esto es un niño feliz o, en todo caso, un niño que cumple su papel y hace su oficio, que es jugar. El problema que estamos viviendo hoy en Italia, después de Estados Unidos, es la obesidad infantil, que será una gran alarma de las próximas decenas de años. Porque los niños se quedan en casa frente a la televisión, comiendo. Que un niño pueda volver a casa con hambre es precioso en el mundo occidental. Aunque aquí hay niños que viven con hambre. Esa es, por supuesto, otra situación que hay que enfrentar de otra manera. Yo creo que es importante que los adultos tengan la capacidad de dar un paso atrás, de devolver tiempo libre a los niños, renunciando a algunas de esas actividades que se regalan a los niños, porque a nosotros nos gusta pensar que nuestro hijo sabe hacer esto o aquello. Que pueda llegar a ser un campeón de fútbol y por lo tanto no lo dejamos jugar a la pelota y lo inscribimos en una escuela de fútbol”.
Tonucci sostiene que por su condición de excedente, de dentro de una sociedad adultocéntrica, los niños ven, denuncian, proponen cosas nuevas. Por eso, parte de su trabajo consiste en asistir a las reuniones de los Consejos de Niños –que en Rosario ya son seis–, para escuchar a los que considera los agentes naturales del cambio. “Yo voy a escucharlos –dice– porque estoy muy interesado en robar ideas. Retomamos un hilo que estoy siguiendo en Rosario desde hace seis, siete años, que es el tema de la inseguridad y de la necesidad que los niños sienten, igualmente, de salir de casa. Esto empezó en el 99 con una frase de una niña que decía: «Los padres tienen que ayudarnos, pero de lejos», que es un resumen de una filosofía de ciudadanía. Los niños piden a sus padres que hagan un paso atrás como padres, como individuos, en el nivel de lo privado. Y que asuman un papel público, como ciudadanos. Esto significa algo así como: «No es mi padre sino que es un poco padre de todos los niños que están alrededor»”.
El segundo nudo de este hilo de trabajo se ató en el 2003: “Cuando otra niña –cuenta Tonucci– dijo: «Si nos tienen siempre de la mano, un día tendrán que dejarla y yo tendré miedo». Y esta también es una frase densa de significados. Porque nosotros, adultos, tenemos la mano de nuestro hijo porque tenemos miedo. Pensando que el niño tiene miedo. Y esta niña nos advierte: «Mirá que yo tendré miedo y me estás dando lo contrario de lo que querés darme. Querés darme seguridad y en realidad me estás dando miedo». El tercer nudo del pasado lo aporta un niño que dice: «La solución es simple, es suficiente dos padres tomando mate en cada cuadra». Ahora hay un proyecto de poner bancos en las calles del distrito norte para invitar a los padres a detenerse”.
En el encuentro de la semana pasada, según Tonucci, los niños dijeron: “«Queremos que los padres aprendan». Esto fue muy divertido, porque normalmente son los hijos los que tienen que aprender. ¿Y cómo aprenden los padres? «Si nos dejan un poquito y nos observan, aprenderán que somos capaces y no tendrán miedo»”.
La filosofía del pedagogo no admite más límites para la concreción de su ideario que la acumulación de poder en manos de los adultos, a la vez que en ellos deposita la responsabilidad excluyente de vehiculizar las necesidades de los niños. “La dificultad mayor del proyecto –dice– es tomarlo en serio. Es un proyecto muy fascinante, es muy difícil que los adultos escuchen la presentación de este proyecto sin animarse, sin emocionarse. Por lo cual es muy común que los adultos se anoten y adhieran a este proyecto, sin darse cuenta lo que cuesta. Escuchar a los niños y aceptar su punto de vista significa renunciar a algo como adultos. Ellos no lo tienen en cuenta y dicen: esto no se puede hacer, no tenemos espacio y no tenemos dinero. Después de haber estado todos de acuerdo para hacerlo. Este es el problema más grande, escuchar a los niños requiere aceptar lo que los niños proponen. No para hacer todo lo que dicen, sino para abrir con ellos una relación correcta”.
Tonucci es investigador del Instituto de Psicología del Consejo Nacional de Investigaciones (CNR) de Roma. Dedica su actividad profesional al estudio del pensamiento y el comportamiento infantiles en el ámbito de la familia, la escuela y la ciudad. En 1991 promovió y dirigió el proyecto “La ciudad de los niños” en el Ayuntamiento de la ciudad italiana de Fano y desde 1997 está a cargo del proyecto internacional del CNR que lleva el mismo nombre. Desde 2001 es responsable científico del proyecto “Roma, la ciudad de los niños”, del Ayuntamiento romano. El municipio de Rosario suscribió a ese proyecto en 1996.
Publicó, entre otras obras, La ricerca come alternativa all’ insegnamento (1972) –edición castellana: La escuela como investigación, Barcelona, 1979–; A tre anni si fa ricerca (1976) –A los tres años se investiga, Barcelona, 1988–; La valuazione como lettura dell’ esperienza (1978); Guida al giornalino di classe, (1980) –Viaje alrededor de El Mundo, Barcelona, 1981– y La città dei bambini (2002) –La ciudad de los niños, Madrid, 2001–.
Como dibujante –bajo el seudónimo Frato–publicó, entre otros, Con gli occhi del bambino (1981) –Con ojos de niño, Barcelona, 1994–; La solitudine del bambino (1995).
Fotos en santafe.gov.ar
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