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martes, 21 de junio de 2011

copa de agua

Recuerdo que a principios de los 80 (o fines de los 70, algo así), Mirtha Legrand solía invitar a sus almuerzos a algún miembro de Alcohólicos Anónimos, que se nos mostraba siempre de espaldas y bebía una copa de agua cristalina.

Este hombre (porque siempre era un hombre, al menos en mi recuerdo) se me aparecía así como una suerte de asceta, un san agustín que había conocido días de fiesta y ahora bebía un líquido insípido y transparente en el que sólo él podía hallar sabores inapreciables para los prosaicos mortales que no habíamos hecho ese periplo del abismo a la luz.
Me preguntaba por qué no tomaba coca cola, o seven up, o crush. Y ante esa obviedad (si no toma vino, que lo reemplace con gaseosa), me respondía que tal vez la opción por la copa de agua subrayaba la elección de la abstinencia, como quien hace un voto de pobreza.
Pasarían luego poco menos de diez años hasta que me encontrara con las historias del detective alcohólico Matt Scuder (una de cuyas citas flamea el principio de esta bitácora), sobre todo con Ocho millones de maneras de morir, en la que la historia de la novela se divide entre la investigación de Scuder y las reuniones en Alcohólicos Anónimos: "Descubrí que bebía porque me hacía sentir bien, hasta que un día me dije, ¿por qué tengo que sentirme bien?", dice una de las mujeres que van a las reuniones con Scuder.
La copa de agua, para volver a nuestro asunto, estaba ahí para transparentar la copa de vino, no era un objeto del presente, sino del pasado y el futuro. 

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