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sábado, 13 de agosto de 2011

super

En tiempos de la biopolítica (la administración política de todo lo vivo, según el cada vez más en uso término de Foucault), hay dos personajes fundamentales que nutren la imaginería del cine: los súper héroes (seres modificados genética o tecnológicamente que replican la fantasía del soldado o el policía ideal) y su escoria, los zombies (metáfora de los apestados por la mayor de las plagas del capitalismo tardío: la súper pobreza).





Por ahora nos referiremos a los primeros y, en particular, al film Super, que dirigió James Gunn (Slither, Amanecer de los muertos) y se estrenó en EEUU en abril de este año, después de cosechar el aplauso de los mejores festivales (que no son Cannes).
Difícil que un film tan extraño gane la confianza de las distribuidoras argentinas, habrá que esperar un Bafici o algo semejante.
Rainn Wilson (sí, el magnífico protagonista de la serie The Office) encarna a Frank D’Arbo, cocinero en una hamburguesería y casado con la excesiva (para el personaje) Liv Tyler, pierde a su esposa en manos de Jacques (una de esas creaciones superlativas de Kevin Bacon: narcotraficante, al final enloquece de rabia y mata a balazos a un socio reciente; le devuelve el revólver a su matón y exclama: “No pueden culparme por esto”). D’Arbo comienza a planear venganza, en el medio tiene un rapto místico mientras mira por tevé una serie evangelista. Con eso y su instrucción en un local de comics que atiende Ellen Page arma un súper héroe, Crimson Bolt (rayo carmesí). Ellen se suma a la cruzada (como Boltie: rayito) y nos descubre de a poco una particular psicopatología violenta. Si la magnífica Kick-Ass (Mathew Vaughn, 2010) nos resultó una ácida comedia sobre lo más ridículo de las aspiraciones de la justicia por mano propia, Super dobla la apuesta y viene a pervertir a su modo el juego: no sólo no hay moraleja, sino que al restaurarse el orden y encaminarse la vida de los personajes que sobreviven lo que ha quedado devastado es la cadena de valores que empujaron la acción.
Super no parodia a un comic (usa los recursos de la serie Batman de los 60: onomatopeyas escritas en pantalla, etcétera), sino que lo recrea. Une, para decirlo en los términos que ya usamos, la escoria zombie (nuestro Súper es un limado) a las aspiraciones de superación individual que son, al fin y al cabo, las de una vigilancia errática. Es violenta y Ellen Page es sublime en las escenas en que goza a carcajadas aporreando tipos, incluso cuando se excede en la paliza y deja un fiambre en el living de una casa. Hubo quien la describió como una suerte de Watchmen (2009) de entrecasa y psicótica. Cierto, habrá que buscarla en internet.

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