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lunes, 19 de septiembre de 2011

malena

El viernes 9 de septiembre pasado hacía mi caminata habitual por el parque Scalabrini Ortiz cuando escuché en Radioactividad, el programa favorito de todas las mañanas, que era el cumpleaños número 100 de Nelly Omar. Pedí un tema y lo pasaron, y caminé hasta Puerto Norte escuchando "Amar y callar" (con esas sublimes guitarras de José Canet). Como finalmente no sacaremos en 32 Pies la nota que había escrito sobre ese "dato" (Nelly Omar+100 años+Malena), la pongo acá.

 Foto diario La Capital.

Una noche calurosa de la primavera de 1992 fui al Auditorio Fundación de Rosario a ver por primera vez a Nelly Omar. Acaso mi experiencia, llamémosle generacional, con el tango estuvo interferida por su decadencia estelar, su convite televisivo, su olor a antipolillas en ese vestuario maravilloso de los buenos viejos tiempos. Como saber, sabía de qué trataba el tango y su ambiente. Pero jamás, hasta que entré a esa sala, había sido tocado por los efluvios de ese rito popular con el que los hombres de antes se iniciaban en la filosofía de la vida, la valoración de unas reglas nunca del todo claras, pero firmes; la adoración, por último, de una mujer que se paraba delante de un semicírculo de guitarras y desgranaba unas melodías y unas palabras que se amasaban en un Olimpo cercano.
Nelly Omar: esa noche asistí a un ritual que irrumpía desde tiempos remotos, para el que el Auditorio, con su decorado de Mozarteum, se convertía en un montaje funambulesco, alucinado. Los hombres, algunos unos vejestorios encantadores a los que les temblaban los pies cuando se paraban, le gritaban piropos, le preguntaban cosas de su vida, le declaraban su admiración y su amor; recordaban cosas. Fue esa noche que alguien, creo que una mujer, le pidió que cantara “Malena”. No entendí, porque no sabía que se dice que ella es la Malena del tango, por qué la respuesta de Nelly Omar fue que no los haría (dijo algo así como “Ustedes saben que no voy a hacer esa canción”) y por qué, en un tono de festejada complicidad, todos la ovacionaron.
Quince años más tarde, Nelly Omar me decía al teléfono —cuando la entrevisté para un diario que ya no existe—: “Sí, Malena soy yo”. Me hablaba desde su casa de la calle Medrano, en Buenos Aires. Y decía también: “El amor de Manzi fui yo, pero Manzi no fue mi amor. Él no cumplió su promesa. Yo entonces estaba casada; él también estaba casado y me dijo que se iba a divorciar, que íbamos a ir a casarnos al Uruguay. Por eso nunca convivimos, después él se enfermó de cáncer y murió”.
Manzi es Homero Manzi (1907-1951), autor de la letra de “Malena”. Nelly Omar iría a Uruguay más tarde, pero en otra circunstancia: había caído el gobierno de Perón y la Revolución Libertadora (1955) la incluyó en una de sus listas negras por su amistad con Eva Perón, por la canción “La descamisada”, por todas esas cosas que trajo ese Golpe de Estado.
Osvaldo Soriano había entrevistado a Lucio Demare, compositor de la música de “Malena”, en enero de 1974, dos meses antes de la muerte de Demare, quien había dicho en esa charla: “La música de «Malena» la hice en no más de 15 minutos. Manzi me había entregado los versos unos diez días atrás. Pensé: «Esta noche va a venir Manzi y por lo menos le voy a decir cómo empieza el tango». Entonces me senté en un café y lo escribí de corrido, sin pulir y sin cambiar nada”.
Acho Manzi, hijo de Homero, dijo que nunca en su casa se habló de quién era la Malena de los versos, pero que en un programa de radio su padre habría dicho que la mujer que tenía en mente para esa canción era la cantante y actriz María Esther Lerena, quien en 1922 protagonizó junto con Ignacio Corsini el film Milonguita. En esa época el cine era mudo y los artistas solían cantar sus partes acompañados de guitarristas detrás de la pantalla. Manzi tenía 17 años cuando se pasaba la película; la alusión a Lerena en la letra, veinte años después, sería entonces un recuerdo, lo que reafirma aquella máxima que dice que conocer es recordar. “La «verdadera» Malena —declaró el hijo de Manzi— nació del recuerdo fogoso de un muchacho de 17 años que revivió sus sentimientos cuando adulto”. Acho Manzi también cuenta que fue recién en 1965, en un programa de televisión que conducía Antonio Carrizo, cuando se instaló la pregunta acerca de quién era Malena.
Vuelvo a la actuación de Nelly Omar —quien cumplirá 100 años en 2011— en la primavera de 1992, a cualquiera de las otras dos a las que fui a verla al teatro El Círculo: en la última, la de 2007, el peso de la edad se notaba apenas en los tonos muy altos en los que Omar suele terminar algunas canciones, pero la voz seguía siendo, de algún modo, la de esa niña cuya juventud se alimenta de la vigencia del mito. “Malena soy yo”, me había dicho. Claro, ¿quién más si no?

Malena
Música de Lucio Demare, letra de Homero Manzi.

Malena canta el tango como ninguna
y en cada verso pone su corazón.
A yuyo del suburbio su voz perfuma,
Malena tiene pena de bandoneón.
Tal vez allá en la infancia su voz de alondra
tomó ese tono oscuro de callejón,
o acaso aquel romance que sólo nombra
cuando se pone triste con el alcohol.
Malena canta el tango con voz de sombra,
Malena tiene pena de bandoneón.

Tu canción
tiene el frío del último encuentro.
Tu canción
se hace amarga en la sal del recuerdo.
Yo no sé
si tu voz es la flor de una pena,
só1o sé que al rumor de tus tangos, Malena,
te siento más buena,
más buena que yo.

Tus ojos son oscuros como el olvido,
tus labios apretados como el rencor,
tus manos dos palomas que sienten frío,
tus venas tienen sangre de bandoneón.
Tus tangos son criaturas abandonadas
que cruzan sobre el barro del callejón,
cuando todas las puertas están cerradas
y ladran los fantasmas de la canción.
Malena canta el tango con voz quebrada,
Malena tiene pena de bandoneón.

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