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sábado, 21 de enero de 2012

el corazón del verano


Fue un día tórrido. Pero el placer de andar entre la gente, como de incógnito, con los auriculares clavados en los oídos, atenuó esa nube caliente que abrazaba todas las cosas. En el colectivo, camino al trabajo, vi a una chica que saludaba a una mujer mayor y le cedía el asiento a un viejo. La chica tendría unos veintipico de años. Tenía también esa belleza barrial: la piel pálida, los ojos redondos y los labios llenos, y una ropa barata, elegida con esmero y pulcritud que no disimulaba sus pechos voluptuosos y sus curvas. Pensé: "Nadie podría hacer con esa mujer otra cosa que una familia", y me fascinó la frase: lo estúpido, lo cierto, lo ridículo y lo "cutre" de la frase. El verano agita esa belleza: las cosas que despiertan con el calor y nos llenan con su veneno, las cosas hechas para una vida que se revela de pronto y fenece como los bichos que zumban en las lámparas nocturnas.
De noche, de vuelta en el colectivo, vi un par de niños montados en las rodillas de sus madres: el sólo contacto de la piel con el género de algodón que llevaba puesto me quemaba, pero esos niños iban riendo, frotaban con la piel de sus madres una alegría llena de calor y sudor y pensé de nuevo que hay una belleza barrial que desborda donde quiera que se la mire; pensé, claro, en la línea de Cohen: "The rich have got their channels on the bedrooms of the poor".
Al bajar, una brisa del sur parecía prometer un clima irreal, lleno de fresco nocturno, que recogía la resaca de los aromas del tilo y el siempreverde, y caminé dos cuadras hasta mi casa hundido en la fantasmagoría de una ciudad que era nueva, aunque era la ciudad a la que volvía.
En casa, recogí la ropa tendida, entre ella la de cama de mi esposa y pensé: "Qué delicada criatura se ha vuelto con estas prendas tan livianas. ¿Dónde estaba yo cuando las usaba?" Y, mientras descolgaba unos minúsculos shorts de algodón, escuché la charla de los vecinos que cenaban (son unos vecinos nuevos, que han puesto en el local comercial donde funcionó una cortinería un templo evangélico). Las niñas preguntaban al padre las palabras exactas del bautismo y, como demostrándole su aplicación en la tarea, recitaban frases del pastor que, antes que fastidiarme, me ensenaron esa infancia, llena de milagros y bautismos espectaculares.
En el corazón del verano, me digo (como si quisiera hacer una canción), está la ciudad que nunca conocimos...

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