De vuelta, el clima no daba para hacer una parada como las habituales del verano en heladería Catania, así que le ofrecí a Vicente ir a comer algo a algún lugar, mientras su madre y hermana estaban en el centro. Pensé que se empeñaría en ir a un macdonalds, pero no, dijo "bar". Le ofrecí un barcito pequeño, con un calefactor aéreo en la vereda, en Avellaneda entre San Luis y San Juan, un lugar encantador al que hemos ido con Elena a la salida de Tae Kwon-Do. No, quiso Roma, donde antes estaba ese reducto mugriento de barrio e ilusión llamado La Capilla (Roma no es mejor, pero está mejor presentado: el café es intomable y tiene esas mozas jóvenes que creen que un café es un cortado y que el café-cortado se sirve en jarrita, invento rosarino de más por menos y café aguado).
Ahí, en una suerte de sótano que han inventado sobre el flanco Este del salón, Vicente me pidió papel y bolígrafo. Le di mi libreta y una microfibra y él me deslumbró con letras y dibujos.
Primero hizo esta suerte de microbio. Lo que me asombró (por hace rato que no lo veía dibujar) es cómo desarrolló ese no sé qué de darle forma a lo que es, sospecho, una suerte de "escritura gráfica": hace esos rulitos, como si desenmarañara algo deslizando la punta de la microfibra sobre el papel. Una vez concluido ese trabajo de "enrulamiento" viene el momento de los palitos que le dan una forma con la que salir de ese laberinto. ¿Es un microbio? Algo así, un virus, una cosa que también se desliza por los intrincados caminos de un cuerpo cuya escritura es también un rollo.
Luego ensayó esto que me pareció un hallazgo excepcional: ¿Es un robot?, le pregunté. Sí, claro. Los rulitos aparecen de nuevo en los brazos. Lo que no puedo dilucidar es hasta qué punto la figura del robot es un descubrimiento del niño en el mismo trazo (lo que es muy probable). Si así fuera, me resulta muy sugestivo que las forma reconocible vuelva a encontrarla en las líneas más rectas (las de la cabeza y las horizontales del cuerpo). ¿Cómo se llama?, le dije. "Robofijo". Pregunté: Robot-fijo o Robo-fijo. Claramente: "Robofijo".
Por último, pasamos a la escritura, a las letras, asunto en el que no parece urgido y en el que también halla cierto rollo, como lo demuestra el rulito de la "e" a la que llama "impresiva". Cosa en la que también hay que notar una suerte de "adelantamiento", porque en lugar de concentrarse en las mayúsculas de imprenta, con las que escribe su nombre, se preocupa por esa "e" en la que tiene, digamos, la posibilidad de enroscarse. Y así.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios se moderan, pero serán siempre publicados mientras incluyan una firma real.