James
Eagan Holmes era un
muchacho prolijo, debidamente blanco, con un título en neurociencia de la
Universidad de California que estudiaba en la Facultad de Medicina de Colorado,
donde la matrícula
anual, para los no residentes en el estado, es de unos 85 mil
dólares, además de los cerca de 25 mil que cuesta el alquiler de un
departamento en Auroria, el barrio cercano a la universidad y los hospitales de
ese suburbio de Denver. Por qué el joven de mirada clara ingresó a
un cine de un
barrio de clase media vestido como el villano del último film de Christopher
Nolan sobre Batman, con una armadura, una máscara y un rifle automático de
guerra y se cargó con 12 muertos y más de 50 heridos es la gran pregunta (que
tampoco vamos a responder acá)
Batman, el caballero oscuro asciende (título con el que se conocerá en
Argentina The Dark Knight Rises) generó
una intensa controversia preelectoral en Estados Unidos que lideró, algunas
veces, el comentarista ultraconservador Rush Limbaugh, quien
vio en el villano y en el film en general un ataque a las aspiraciones del
candidato republicano Mitt Romney, rival de Barack Obama a quien la derecha
acusa de querer introducir
la lucha de clases en los Estados Unidos (cosa que para cualquier lector más o
menos instruido suena ridículo, pero vale aclarar que el concepto, en los
ultraconservadores, quiere decir algo así como: “Obama es el diablo rojo que
trae el comunismo”).
El archivillano Bane luce en el film
estrenado en Aurora, Colorado, el viernes pasado, donde se desencadenó la
masacre, una máscara de gas y un atuendo similar al que usó Holmes para
perpetrar la masacre. Para Limbaugh, Bane suena como Bain Capital, la firma de
capital privado fundada por el millonario Mitt Romney y de allí los ataques al film
como a muchas otras producciones de Hollywood y la televisión que de un modo u otro manifiestan su
contrariedad con las políticas de derecha.
Según las cadenas de tuits (de la red
Twitter) y comentarios en otras redes, Holmes podría haber actuado bajo la
influencia de estas ideas republicanas que resulta tradicionalmente más
efectivo llevar adelante con un rifle de asalto en la mano.
De hecho, el estreno iba a ser un
“happening”, nos cuenta desde Boulder, Colorado, el otro suburbio
universitario, nuestro amigo el profesor argentino residente allí Juan
Pablo Dabove, quien ha estudiado exhaustivamente el bandolerismo en
la literatura de América y el mundo y señala, apropósito, que lo que antes se
conocía como el bandolero es lo que hoy se denomina un terrorista. La gente
acudía a ver la película disfrazada como los personajes de la película, lo que
facilitó que Holmes ingresara con su rifle, una bomba de gas lacrimógeno y
pistolas ocultas entre su atuendo, que incluía capa, chaleco antibalas y
máscara de gas. Pero la celebración, el happening que remedaba la violencia
ficticia se volvió real de un modo siniestro, como si eso que el film venía a
decir de modo simbólico se borrara con la acción violenta.
La noche siguiente a la que
habláramos con Juan Pablo por Skype, leemos en el blog La Biblia de los pobres
estos esclarecedores
puntos sobre Targets,
el primer film de Peter Bogdanovich, en el que también hay un cine (un
autocine) y un tirador: «El otro relato es, más bien, un epílogo amargo a la
meta-película: el perfecto joven norteamericano recién vuelto de Vietnam con
demasiadas armas y ganas de matar. Lo hará. Comienza disparando a latas con su
padre; pasa a elegir víctimas desde lugares altos para su práctica de
francotirador. El devenir es tan simbólico como real: primero mata a su
familia, después dispara a los espectadores de un autocine desde detrás de la
pantalla. Ahí donde está siendo proyectado Karloff –en The Terror, Roger Corman, 1963– se oculta el arma destructora.
«Es una observación y una
advertencia: la fuente del placer puede ser también la muerte. El cine norteamericano
de los ´70 sería claro en ese aspecto. La guerra, las armas, la ciudad como
campo de batalla, la paranoia, el deseo de escapar concretando fantasías de
exterminio. Cuando Karloff enfrenta al asesino, el joven dispara al real y a la
pantalla, sin saber cuál es cuál. El viejo caballero lo muele a cachetazos, y a
eso queda reducido el terror: a un chico asustado que ha llevado su juego
demasiado lejos, de donde ni él mismo puede ya regresar.»
Tras la masacre en Denver, el viernes
pasado, quedaron prohibidos los disfraces y el ingreso a los cines y otros
lugares de entretenimiento son custodiados por la policía lo mismo que los
aeropuertos ante la amenaza terrorista. “¿Por qué James Holmes es considerado
un loquito y no un terrorista?”, pregunta Dabove, quien ya tiene la respuesta:
“Porque es blanco”. Y ser blanco no es un dato menor. Un rápido paseo por el
sitio de la NRA (National Rifle Asociation), la organización que defiende la tenencia de
cualquier tipo y cantidad de armas de guerra en el país que más armas tiene en
el orbe, nos muestra a sus orgullosos miembros detrás de unas respetables carabinas
que apenas ensombrecen su piel clara y sus prolijos cortes de pelo. Ser blanco
es ser un administrador del terror, y el verdadero terror, el
horror, comienza cuando se agotan todas las representaciones.
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