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jueves, 16 de agosto de 2012

vikinga criolla



Conocí a Lila Siegrist, creo, hace casi diez años, en casa de su abuela, en Richieri al 400, cuando presentó Monstruos Domínguez de entrecasa (julio de 2003), en la que la decoración amable y recientemente antigua de esa casa cedía un discreto espacio a los cuadros del pintor Raúl Domínguez que Lila había intervenido. No sé si entendí bien esa muestra (que fue a todo esto, mucho más que una muestra: nomás toda esa gente reunida en la inauguración entre el mobiliario art decó, o las invitaciones a tomar el té a la tarde, entre otras cosas), pero me pareció de inmediato que el remanido artificio del arte contemporáneo (conceptuaizar, citar, sociabilizar) era forzado a significar otra cosa. Vikinga criolla, este libro primero de Lila, viene a confirmarme una impresión que tuve entonces: que lo que hay allí, tanto en esa obra plástica como en el libro, es una traducción. No sólo porque algo del orden de la imagen se traduce, digamos a una suerte de discurso literario, sino porque aquél artificio, que es también el de mucha prosa y poesía que se hace desde hace muchos años, se actualiza en un orden nuevo, como si una escena fuese dotada de nuevos actores, es decir, de nuevos materiales para interpretarla.
Lila hizo un blog con partes de ese libro y es el blog, precisamente, lo que me hizo pensar que Vikinga criolla tiene algo de blog en su escritura: además de desplegar los recursos y las marcas de la bitácora personal, juega a encubrirlos a mostrar la construcción de una máscara, como si en ese nombre propio y real cupiese también un seudónimo, un alias, un nickname.
Así, Vikinga criolla es también escritura exegética (no hay que pasar por alto esas referencias a Radiografía de la Pampa, una de las más grandes exégesis argentinas, que incluso Lila menciona como si se tratara de la Guía para perplejos): la desmesura del mundo debe ser interpretada para que quepa en la dimensión íntima de la escritura. En otras palabras, el proceso del libro juega siempre a llevar un dinosaurio al living de la casa de la abuela, como los monstruos domésticos que imaginó en Domínguez.
El recurso más frecuente es la anotación, la intervención íntima sobre el paño del mundo que se despliega. Así, sobre una estadía en Ibiza: “Este mar apaciguado por la historia, por Europa, no habla de piratas pero sí de buzos amateurs”. Y también este breve... ¿qué?, ¿poema?, en el que vastos océanos se revuelven a partir de un correo electrónico: “Me escribís un mail operativo/ que no llego a captar./ Y vos no me escribís./ Pido que me dejen a mis hijos./ El anacoretismo del amor./ Mis hijos. Sólo ellos./ Mijo. Lápiz. Agua./ Promover una civilización con esos tres materiales.”
No sé, llegué incuso a pensar en una escritura femenina sin feminismo, pero claro, también está esto de la tradición de las escritoras-artistas rosarinas, de Emilia Bertolé a Irma Peirano o Amalia Biaggioni: su cosa de armarse un rincón allí donde la cartografía oficial dispuso el gran salón de los señores, pero no tengo tiempo de ponerme a elucubrar este asunto que pensé a partir del texto que empieza: “Todos somos “hijos”, nos largó Sole anoche, mientras debatíamos sobre la noche erótica de cada una de nosotras...” Eso, y esas anotaciones hechas en o sobre otros lugares del orbe en las que siempre hay una conexión con Rosario, con la vuelta o su radiación: los malvones que plantará en el balcón, lo que vio de ese lugar lejano donde toma notas pero hace años, en calle San Luis, por ejemplo, etcétera. Y también esto: la particularidad con la que una ingesta se vuelve un signo que las líneas comienzan a dibujar: los corazones de unos patos que comió en una fonda o la felicidad de los patos siriríes que “ve” al oirlos cruzar las terrazas para volar sobre el río. Decía que eso me hace pensar en una escritura femenina en la que no sólo está presente la materialidad del mundo (sí, la notación clásica de la Duras o la Blixen), también la rebelión de la verdad, como ese texto inclasificable del final, en el que el relato, siempre íntimo, de un congreso de gestores culturales da pie para este pequeño ajuste de cuentas: “Les leo Radiografía de la pampa, para ser mala, y decirles que todos los síntomas ya han sido teorizados con tal nivel de calidad, que hasta la ciencia muere”.
Lila presenta Vikinga criolla este sábado (18 de agosto) a las 17 en Club Editorial Río Paraná, Velez Sarsfield 395, junto con Irina Garbatzky y Georgina Ricci (editora de Yo Soy Gilda Ediciones).
Beatriz Vignoli reseñó ayer el libro en Rosario 12. Y acá está la reseña que hizo Irina el domingo pasado.

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