Conocí a Lila Siegrist, creo, hace
casi diez años, en casa de su abuela, en Richieri al 400, cuando
presentó Monstruos Domínguez de entrecasa (julio de 2003),
en la que la decoración amable y recientemente antigua de esa casa
cedía un discreto espacio a los cuadros del pintor Raúl Domínguez
que Lila había intervenido. No sé si entendí bien esa muestra (que
fue a todo esto, mucho más que una muestra: nomás toda esa gente
reunida en la inauguración entre el mobiliario art decó, o las
invitaciones a tomar el té a la tarde, entre otras cosas), pero me
pareció de inmediato que el remanido artificio del arte
contemporáneo (conceptuaizar, citar, sociabilizar) era
forzado a significar otra cosa. Vikinga
criolla, este libro primero
de Lila, viene a confirmarme una impresión que tuve entonces: que lo
que hay allí, tanto en esa obra plástica como en el libro, es una
traducción. No sólo porque algo del orden de la imagen se traduce,
digamos a una suerte de discurso literario, sino porque aquél
artificio, que es también el de mucha prosa y poesía que se hace
desde hace muchos años, se actualiza en un orden nuevo, como si una
escena fuese dotada de nuevos actores, es decir, de nuevos materiales
para interpretarla.
Lila
hizo un blog con partes de ese libro y es el blog, precisamente, lo
que me hizo pensar que Vikinga criolla
tiene algo
de blog en su escritura: además de desplegar los recursos y las
marcas de la bitácora personal, juega a encubrirlos a mostrar la
construcción de una máscara, como si en ese nombre propio y real
cupiese también un seudónimo, un alias, un nickname.
Así,
Vikinga criolla es
también escritura exegética (no hay que pasar por alto esas
referencias a Radiografía
de la Pampa, una de las más
grandes exégesis argentinas, que incluso Lila menciona como si se
tratara de la Guía
para perplejos): la
desmesura del mundo debe ser interpretada para que quepa en la
dimensión íntima de la escritura. En otras palabras, el proceso del
libro juega siempre a llevar un dinosaurio al living de la casa de la
abuela, como los monstruos domésticos que imaginó en Domínguez.
El
recurso más frecuente es la anotación, la intervención íntima
sobre el paño del mundo que se despliega. Así, sobre una estadía
en Ibiza: “Este mar apaciguado por la historia, por Europa, no
habla de piratas pero sí de buzos amateurs”. Y también este
breve... ¿qué?, ¿poema?, en el que vastos océanos se revuelven a
partir de un correo electrónico: “Me escribís un mail operativo/
que no llego a captar./ Y vos no me escribís./ Pido que me dejen a
mis hijos./ El anacoretismo del amor./ Mis hijos. Sólo ellos./ Mijo.
Lápiz. Agua./ Promover una civilización con esos tres materiales.”
No sé,
llegué incuso a pensar en una escritura femenina sin feminismo, pero
claro, también está esto de la tradición de las
escritoras-artistas rosarinas, de Emilia Bertolé a Irma Peirano o
Amalia Biaggioni: su cosa de armarse un rincón allí donde la
cartografía oficial dispuso el gran salón de los señores, pero no
tengo tiempo de ponerme a elucubrar este asunto que pensé a partir
del texto que empieza: “Todos somos “hijos”, nos largó Sole
anoche, mientras debatíamos sobre la noche erótica de cada una de
nosotras...” Eso, y esas anotaciones hechas en o sobre otros
lugares del orbe en las que siempre hay una conexión con Rosario, con la vuelta o su radiación:
los malvones que plantará en el balcón, lo que vio de ese lugar lejano donde toma notas pero hace años, en calle San Luis, por ejemplo, etcétera. Y
también esto: la particularidad con la que una ingesta se vuelve un
signo que las líneas comienzan a dibujar: los corazones de unos
patos que comió en una fonda o la felicidad de los patos siriríes
que “ve” al oirlos cruzar las terrazas para volar sobre el río.
Decía que eso me hace pensar en una escritura femenina en la que no
sólo está presente la materialidad del mundo (sí, la notación
clásica de la Duras o la Blixen), también la rebelión de la
verdad, como ese texto inclasificable del final, en el que el relato,
siempre íntimo, de un congreso de gestores culturales da pie para
este pequeño ajuste de cuentas: “Les leo Radiografía de la pampa,
para ser mala, y decirles que todos los síntomas ya han sido
teorizados con tal nivel de calidad, que hasta la ciencia muere”.
Lila
presenta Vikinga criolla
este sábado (18 de agosto) a las 17 en Club
Editorial Río Paraná, Velez Sarsfield 395, junto con Irina
Garbatzky y Georgina
Ricci (editora de Yo Soy Gilda Ediciones).
Beatriz
Vignoli reseñó
ayer el libro en Rosario 12. Y acá está la reseña que hizo Irina el domingo pasado.
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