Es
temporada alta y vuelven las mejores series, entre ellas Boardwalk
Empire, la tira producida por Martin Scorsese y escrita por el creador
de Los Soprano, Terence Winter, y
ambientada en la ciudad turística de la costa Este, Atlantic City, en los años
20: plena prohibición,
el nacimiento de la mafia con sus clanes de inmigrantes, sus asesinos formados
en la Primera Guerra y sus lazos con los funcionarios corruptos como Nucky
Thompson (el magnífico Steve Buscemi). HBO puso al aire el primer episodio de
esta tercera temporada de la serie el domingo 16 de septiembre último, pero en
la televisión Argentina se podrá ver recién el 14 de octubre.
HBO
promociona esta nueva temporada con las palabras que Jimmy Darmody (Michael
Pitt) le dijera a Nucky en la primera: “No podés ser un gángster a medias”.
Cosa que Nucky ya demostró cuando al final de la segunda descerrajó un tiro en
la cabeza a su entenado al tiempo que le decía: “No busco perdón”.
La
tercera temporada de Boardwalk Empire
comienza la noche del Año Nuevo de 1923 mientras se promociona la proeza de la
aviadora Carrie Duncan (acaso una libre
recreación de Amelia Earhart, quien intentó cruzar en avión el Atlántico en
1928), quien intentará sobrevolar por primera vez todo el continente, lo que
excita la imaginación de Margaret Schroeder (Kelly Macdonald), la esposa de
Nucky, en quien volvemos a encontrarnos con el cándido bovarismo
de la primera temporada. Y de bovarismo trata, en verdad, toda la serie, es
decir la fascinación por esas imágenes de vidas estelares cuya presencia es
capaz de hacer desvanecer la propia. Eso nos mostrará el final de este primer
capítulo, cuando Margaret llega a la playa, donde otras personas esperan en la
penumbra de la “noche
americana” (el viejo truco de disminuir el paso de la luz en la lente para
que parezca de noche) el paso del avión que conduce la Duncan “libre como un
pájaro”, según dicen las mujeres en la reunión de festejo de Año Nuevo.
Nucky
trabaja en la construcción de esa imagen de ensueño: una Cleopatra que baila y
canta jazz en un decorado del antiguo Egipto, con enanos, esclavos y tesoros
verdaderos para recibir a sus invitados en el festejo del nuevo año; o la ciudad
misma, Atlantic City, hecha para seducir a los ricos de la costa Este. Junto
con Nucky trabaja la mafia incipiente, con sus peleas territoriales entre
irlandeses, judíos, sicilianos. La contracara de esa marquesina es el crimen.
Sin embargo, no es menor el bovarismo de esos inmigrantes que llegaron desde
una Europa empobrecida para recrearse a sí mismos como hombres de negocios.
Este
episodio nos devuelve también al brutal Nelson Van Alden (Michael Shannon), el
fervoroso agente del FBI caído en desgracia, que huyó y está ahora en Chicago,
donde intenta ganarse la vida como vendedor de planchas hasta que un encuentro
casual en una florería en la que el joven Al Capone (un matón aún) aprieta a un
mafioso irlandés parece ofrecerle un giro a su vida.
Boardwalk Empire vuelve a revisar un
particular período de los Estados Unidos, el de la hegemonía republicana, el de
la Prohibición, el del nacimiento del crimen organizado. Lo que le permite a
Scorsese y Winter no sólo desplegar estos tópicos clásicos del cine, sino
entrelazarlos, desarrollar mejor las relaciones entre el imperio incipiente
—los EEUU ponían una pata en los negocios globales tras enviar un millón de
soldados a la Primera Guerra y se asomaban sin saberlo al abismo del crack-up
de 1929—, el crimen, la moral y la ideología. Tierra de promisión pero también
de promiscuidad en un sentido que no es moral, sino político.
En
ese sentido político la serie parece dispuesta a profundizar, en esta tercera
temporada, quiénes se encargarán de los negocios, quiénes de las muertes,
quiénes de la imagen que, en una serie con ese nombre, será siempre la imagen
del imperio.
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