Páginas 80 y 81 de El señor de la tarde.
Hace poco más de un mes compré en la librería amiga El entramado. El apuntalamiento técnico del
mundo, en el que Christian
Ferrer –a quien siempre leí con supremo placer– señala a los cambios introducidos
en los 60 –como lo hicieran Luc Boltanski y Ève Chiapello en El nuevo espíritu
del capitalismo– como el efecto no deseado de la actual “industria del
cuerpo”, que sustenta la sempiterna transformación técnica de los cuerpos en
busca del placer. «El “juvenilismo” licuó a las filosofías de la historia y
huir del dolor se transformó en anhelo urgente», escribe. La reseña que firmó
ayer Juan José Mendoza en Radar
lo señala con claridad: «En El entramado,
Christian Ferrer trata de pensar la conquista técnica de los cuerpos, esa gran
oferta de dietas, cirugías y aparatos con que se forjan los barrotes de las
cárceles biotecnológicas y mentales del presente. Docente del seminario
Informática y Sociedad de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, podría
decirse que las tecnologías son el centro de ese blanco móvil contra el que
Ferrer lanza sus flechas envenenadas. Pero no: “No las desprecio. Me interesan
mucho las tecnologías. Lo que me impresiona más bien es su elogio desmesurado.
Ya hubo grandes entusiasmos. Cuando apareció la televisión se pensaba que iba a
mejorar moralmente a la humanidad. Lo mismo con la radio. Hasta con el cable
submarino, que se pensaba que iba a unir a todos los habitantes del mundo en
una única hermandad. Y el cable submarino sirvió en realidad para mandar
órdenes militares durante la Primera Guerra. Lo que las personas esperan de las
tecnologías es que los protejan, que los liberen del aburrimiento, que les
mejore la imagen corporal. Es un truco viejo. Todos han asumido que el aspecto
corporal es un arma en la lucha por sobrevivir en los mercados laborales y en
los mercados del deseo».
Pero en esta entrada breve no nos detendremos tanto en El entramado, en el que leo nuevamente
esa lucidez de Ferrer cuando retiene un concepto de “dolor” que tiene en sus
cimas la tragedia griega y todos los conceptos que nos han fundado como
comunidad humana. Apuntamos solamente una “idea” que Pablo Capanna observa en
la obra de Cordwainer Smith –en
ese diario de lectura genial que es El
señor de la tarde– cuando traza una diagrama de los ciclos y eras que
atraviesan los cuentos del escritor norteamericano. Smith (seudónimo de Paul
Linebarger) imagina una cosmogonía que recorre centurias, del siglo XX hasta más
allá del año 17.200. En ese lapso, en el que el autor explora sus propias
concepciones de la historia –hablamos de relatos escritos en los 60–, la guerra
–en la que era especialista– y la conquista del espacio y el tiempo. A su
presente histórico, el de mediados del siglo XX, le llama (como vemos en el
esquema de Capanna) “La Revolución del Placer” e, inferimos, el desarrollo
tecnológico y los enfrentamientos que llevan a la disolución de las naciones en
su ficción, más la posterior mutación entre humanos y animales (el “subpueblo”
de los relatos situados en los años 5.000 y pico) para potenciar la conquista
espacial, son una deriva de esa “revolución”, la única –si creemos a Ferrer–
que resultó perdurable hasta el momento y que, lamentablemente, tiene al
capitalismo –la generación de capital a partir de la plusvalía, la explotación
y el fetiche de la mercancía– como principal aliado. Obvio, Léon Bloy y
su numeroso círculo también lo había notado.
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