Envié por correo electrónico una recomendación a unos pocos
amigos de antes, de siempre: escuchen el último disco de Daft Punk, “condensa
nuestra contemporaneidad”, algo así les dije. El correo incluía algunas
mujeres. Ninguna respondió porque, según sabemos por El oficio de
vivir, a las mujeres no les interesa la música, sino que las halaguen
ejecutándola. Sólo dos respondieron:
El gran Walter
Alvarez, quien recuerda las noches de El Círculo
Italiano, adonde íbamos a bailar en el San Nicolás de mediados a fines de
los 70, donde se entraba con carnet de invitado que controlaba el Turco Nasif
en la puerta, me escribe: “Mi infancia fue musicalizada con «Martín es el titán».
Mi adolescencia con Deep Purple. Mi adultez con Spinetta. The disco music
musicalizó mis fracasos en El Círculo. Y sabemos que estamos hechos de la
madera de nuestros fracasos”.
También, mi amigo Gustavo
Ng, quien me inició en los misterios del santo sudario para
luego abandonarme tan pronto como la ciencia señalara que la manta era falsa,
escribió: “Entre la chifladura de esos franchutes, que creo que en gran medida
hacen música para disfrazarse en los shows en vivo, el exgordito cantado por
Los Carpenters devenido en una versión enano de León Gieco, el mulato Obama
tratado con el proceso Peter Capussoto y tu hard-to-catch enciclopedismo, he
tenido un buen rato”.
De mi esposa me llegó un "Maravilloso!".
Yo les agradezco encantado y condeno el silencio del resto.
Yo les agradezco encantado y condeno el silencio del resto.
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