101: Memorias de un pianista, el libro por el que recibió ese primer premio, es a la vez un relato disfrazado entre los poemas que narra las impresiones de cuatro personajes: Kurefura, Kieko, Zero y Aoi, “producto de una misma persona con un trastorno de personalidad múltiple”, como los define la autora. De hecho los poemas llevan la voz de quien habla, a excepción del último, “Fusión”, firmado por Kieko y Kurefura.
Toradora - Capitulo 1 [Sub Español por YunaDiamond
Conocimos a Sol, es decir a Cleffa, a fines de septiembre pasado en la Plataforma Lavardén, cuando se desarrollaba el XXI Festival Internacional de Poesía y ella leyó, como ganadora del Aldana, algunos de sus poemas. En un saco blanco, con un mechón de pelo color violeta y unos grandes lentes de marco azulino, leyó en una de las mesas inaugurales del encuentro junto con José Ignacio Sainz –ganador en la categoría mayores– ante un público que la ovacionó encantado. Más tarde recorría la feria de editoriales de la planta baja del edificio con su tía, que debe llevarle tres o cuatro años. Había comprado El gato del infierno, de Stephen King, Ataque de pánico, de Juan Xiet (“lo terminé de leer y se transformó en una especie de biblia, lo difundí por entre mis amigos y también lo amaron”, nos escribiría más tarde), y Léame, de Nicolás Di Candia. Entonces nos presentamos, conversamos sobre su fascinación por la cultura “pulp” (popular y masiva, en la que cabe la música, las historietas y el cine) japonesa; “asiática”, diría ella. Nació en San Miguel de Tucumán en 1998. Cursa el secundario en el Instituto Politécnico Superior de Rosario, donde dos de sus profesoras de Idioma Nacional, Celeste Gascón y Marisa Ponisio, la alenataron a presentarse al Aldana. “No tengo autores favoritos –nos dijo, aunque agregaría luego que no quiere dejar de mencionar a sus manga preferidos: Kuroshitsuji y Toradora–, sí me gusta leer, es algo que me enseñaron mis padres desde chiquita. Y del animé me gusta un género que se llama gore: es violento, digamos, con mucha sangre; policiales misteriosos. Y si no, también me gustan mucho los animé románticos. Cada género está en un extremo”.
Intercambiamos correos electrónicos. Desde entonces, y de manera más bien esporádica, nos escribimos algunas líneas a medida que surgían curiosidades. Casi sin notarlo, un día leemos en un mensaje suyo a propósito del libro que escribió: “Son poemas porque hablan en su propio idioma”, que viene a ser ya una clásica definición de poesía: el poeta es quien construye un idioma propio. Y así fuimos armando esta entrevista.
—¿Qué tal el Politécnico en relación con tu actividad literaria?
—¿El poli? Para mí el Poli es lo mejor que me pudo haber pasado en todo sentido. Es una escuela que, con sus defectos y todo, amo. Pude empezar de nuevo ahí, es muy especial. Tengo muchos amigos con los que comparto intereses, y eso me resulta muy motivador, porque es un apoyo que antes no tenía.
La experiencia de la exigencia académica y la carga horaria no son un trastorno ni mucho menos; no es imposible de llevar. Y hasta sentís que el Poli es tu casa de tanto que pasas ahí. Para ser una escuela técnica, no es “cuadrada”. Quiero decir, tiene bastante espacio para actividades de otro estilo, por ejemplo, las jornadas donde se hacen distintas actividades deportivas, de baile, dibujo, canto, charlas de diversos temas y otras cosas; el Poliacústico y el Polirock; hay talleres de fotografía y de teatro; y muestras de dibujos. Siempre te sorprende.
—¿Lo de empezar de nuevo tiene que ver con que naciste en Tucumán?
—Lo de empezar de nuevo no tiene nada que ver con eso. Vivo en Rosario desde el 2001, así que la mudanza no tiene nada que ver con la escuela, ni adaptación, ni nada, después de todo, solo tenía tres años ¿Qué problemas podría tener? Amo Rosario, le saco muchas fotos y la camino todo lo que puedo.
Simplemente tenía que ver con que en la primaria no tenía muchos amigos y mis compañeros muchas veces destruían mis dibujos y me discriminaban porque “era rara y me gustaban los chinos”. Hasta el punto en que incluso mis amigos dejaron de serlo. Y eso me molestaba mucho, me hacía muy triste.
Sin embargo, seguí haciendo lo que me gustaba, y en el Poli encontré lugar para hacer todo eso sin ningún problema.
Fotografìa de Guillermo Borella.
—Me decías que tenías los personajes de “101: Memoria de un pianista” en la cabeza y hasta soñabas con ellos, ¿cómo es que surge la idea de poner eso en poemas y no en un relato?
—Me pasaba días enteros imaginando cómo serían sus vidas, sin llegar nunca a nada concreto, porque todo en mí era (y sigue siendo) muy cambiante, entonces no podía darles una única descripción, siempre admitían variantes. Se respetaban algunas marcas claves, como el color del pelo, un par de cicatrices siempre iguales y en el mismo lugar, el sexo, uñas largas, pies pequeños, color de ojos. Y creo que nada más. Todo lo demás siempre era distinto: todo lo que podía llegar a existir en el dibujo, era una variante.
—Claro, porque también hacés los dibujos.
—Al principio los dibujaba y escribía pequeños recortes de diálogos como una suerte de epígrafe. A veces los dibujaba juntos, a veces separados, a veces eran pareja, a veces eran hermanos, a veces eran desconocidos, a veces enemigos. Y cada vez, se iba definiendo más y más la ideología y la actitud de cada uno. Se volvieron, una obsesión. Gastaba muchísimo tiempo y esfuerzo en todo lo que hacía respecto a ellos, a tal punto que hasta soñé un par de veces con ellos hace uno o dos años. Son poemas porque hablan en su propio idioma, en su propio mundo.
—La poesía sería entonces un montón de voces, casi al unísono. La poesía, para usar la figura con la que te fastidiaban en la primaria, “habla” en chino.
—Claramente, a pesar de estar encerrados en la realidad en un mismo cuerpo, en una misma persona, cuando cada uno se manifestaba, entendía todo de una forma torcida y como le placía; y así también escriben: no siguen ninguna métrica que no sean las pausas instintivas; casi nunca siguen un único tema en un mismo texto; a veces comentan; a veces inventan; a veces relatan experiencias. En prosa no convencional o en verso, depende. Palabras siempre abstractas. Siempre directas.
—Elegir contar la historia en poemas tiene que ver con las palabras.
—Es que al ser tan cambiantes (los personajes), tan revolucionarios y ocurrentes en todo momento, no podía permitirme armar una única historia. Tenía que incluirse todo con sus palabras, para que quede en quien lo lea imaginar cómo fueron las vidas de estos personajes, y así hallar millones de interpretaciones, serían todas interesantes: porque todo el mundo lo leería distinto, entendería distinto, y por ende reaccionaría distinto. Y ese es el objetivo: ver a la gente reaccionar, indagar y buscar a alguien que entienda lo que realmente pasaba (porque siempre pasaba algo real detrás de lo que escribía).
—¿Cómo surge el nombre Cleffa o Kurefura Takahashi?
—Mi nombre es Cleffa Takahashi; Kurefura es la pronunciación japonesa de Cleffa. Kieko al principio se llamaba Diego, pero sonaba demasiado occidental, así que le cambié la d y g por k y me gustó mucho.
—¿Qué fue lo que más te gustó del Festival de Poesía?
—Lo que leyó un señor con los pelos disparatados que estuvo el jueves, no me acuerdo de dónde era o cómo se llamaba (el “señor” es Pablo Natale, Córdoba, 1980), pero leyó poemas que repetían números o frases: “Uno dos tres cinco días faltan”, decía uno. Otro era sobre la jubilación. El último que leyó era sobre los ACV. Me llamó mucho la atención su trabajo, me gustó mucho.
Dibujos de Cleffa Takahashi.
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