Fotografías de Nano Pruzzo
Además de un recital impresionante y maravilloso, la presentación de Barcos segundo disco solista del percusionista Carlo Seminara –el sábado pasado en el teatro Príncipe de Asturias del CC Parque de España– fue un espectáculo notable o, mejor, un ritual poderoso e hipnótico. En un momento, en el escenario, eran sólo golpes de tambor, de cajas y parches, y la voz enloquecida, posesa de Julián Venegas que respiraba ritmo con su canto.
Barcos es ya un
disco increíble, con los ritmos más negros que llegaron al continente americano
–precisamente, en barcos que traían esclavos, inmigrantes y fugitivos. Pero el
recital fue algo intransferible. Desde la escena con cuatro cajones peruanos a
las llamadas y respuestas de los percusionistas en el escenario, un despliegue
de latidos tribales y, a la vez, una exploración en las melodías familiares de
la chacarera y la cumbia venezolana. Con músicos notables (el mismo Venegas, Marcelo Stenta, Julio Escudero
–Río Cuarto– en marimba o Ramiro Gonzalo –La Plata– en berimbau) además de los
de La Barricada del Ritmo, banda que acompaña a Seminara y de la que podría
decirse que halló una alquimia y transita un camino similar al que en su
momento inaugurara Jaime Roos cuando unió la canción beatle a la murga. Cierto,
Seminara no va por el camino de la canción, al contrario, sus fuentes abrevan
tanto en temas folclóricos de Peteco Carabajal como en obras de Joe Zawinul:
con Venegas practicó algo así como una contrachacarera, a contrapunto, en
alguna medida desaforada, en la que podía escucharse desde la cadencia
vernácula hasta la raíz folclórica negra, como en la milonga.
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