Con Vicente, de vuelta de la escuela, pateamos durante unas cinco cuadras una tapa de telgopor (de esas que se usan pata tapar envases de helado de tres kilos) que él encontró tirada en la vereda. La rescaté cuando se fue a la calle y él halló el modo de cruzarla, apretándola entre sus piernas y saltando todo el trayecto de un cordón al otro. Al final, cuando lo convencí de devolverla a su condición de basura, me dijo: "¿Sabés por qué a mi me cuesta tanto desprenderme de las cosas? Porque creo que están vivas".
Tuvieron que pasar días para que esas palabras me revelaran su misterio y su melancolía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios se moderan, pero serán siempre publicados mientras incluyan una firma real.