El libro 40 esquinas de Rosario (Rosario, editorial Pulpo,
2014) es, por un lado, un ejercicio literario del siglo XIX que emprenden
cuatro jóvenes escritores de la ciudad y, por otro, un juego con el lector, que
deberá descubrir a partir de una descripción puntillosa apretada en 500
palabras sobre qué esquina está leyendo.
Decimonónicos: Agustín Alzari, Matías Piccolo, Bernardo Orge
y Ernesto Inouye –los cuatro vinculados a la carrera de Letras de la UNR aunque
de forma acaso “inorgánica”–, se proponen describir esquinas transitadas o no
de la ciudad de manera, si se quiere, caprichosa, e intentan que la descripción
baste para que el lector la identifique, prescindiendo del principal elemento
perceptivo que introdujo la representación moderna, la imagen y la información.
Presentación de 40 esquinas: Piccolo, Inouye, Alzari y Orge. Foto de Ludmila Bauk.
Lúdicos: los autores no sólo apelan a que el lector pueda identificar la esquina –a veces contando los barrotes de una verja, el número de techos de tejas o los negocios que rodean a una esquina–, también esconden sus nombres o su autoría al firmar cada descripción con un ex libris, cuatro pequeños dibujos de flores, uno para cada autor.
La escritora y crítica contemporánea Beatriz
Vignoli describió el estilo de estas 40 esquinas representadas como “un
realismo tardío post autónomo, estilo de la Colección Naranja de crónicas de la
Editorial Municipal de Rosario”. Es decir, de alguna manera 40 esquinas
interactúa con ironía con esas crónicas personales de la ciudad y su zona de
influencia encargadas desde la EMR a escritores vinculados con Rosario (desde
Elvio Gandolfo, Vignoli o Sergio Delgado hasta los mismos Alzari –por estos
días la editorial pone en circulación La internacional entrerriana– y Piccolo
–quien publicó Contorno Don Bosco hace cuatro años–).
En la descripción de las esquinas aparece muchas veces “el
escritor realista”, una suerte de alter ego paródico del autor que vendría a
reunir a nuestros cuatro narradores. Sobre este escritor nos escribe Alzari:
“Se volvió un personaje que cada quién usó para lo propio en el resto de su
trabajo. Tiene, entonces, las naturales diferencias en cada caso. Pero siempre
aparece, según creo, vinculado al territorio, al estar en la intemperie
observando (o siendo observado, o incluso repelido). Su existencia obedece a la
necesidad de remarcar que lo que se describe y escribe efectivamente es así. Y
aconteció esto de reestablecer un pacto de confianza que permita una literatura
realista. No es cualquier literatura, es literatura realista. Por eso, en un
plano más obvio, «el escritor realista» alude a la literatura realista del
siglo XIX, que intentaba describir en el formato novela la totalidad social. En
este caso no es la totalidad social, sino esquinas de Rosario. Y no todas, 40.
Competíamos a ver quién era el más realista de los cuatro, es decir, quién
escribía con mayor acierto, a quién le adivinaban más fácil. Un entretenimiento
del que deriva el sentido lúdico del producto final: se puede leer de a muchos
quizás porque se escribió de a muchos, y más que a leer, invita a jugar, a
adivinar, porque ese juego está en la
base de lo que hicimos. De allí las figuritas que completan el libro, hechas
con las fotos originales (de calidad dispar) que cada quien sacó a modo de
prueba, para que los otros, a los que les sobraba malicia, no dijeran «Che,
pero esta puerta que vos decís que es verde es amarilla»”.
Algunas de las fotos, tomadas con celular, en el tránsito,
son las que se reproducen acá. El libro puede adquirirse en librerías céntricas
de la ciudad que se enumeran acá: Club
Editorial Río Paraná: Catamarca 1427, local 12 (Galería Dominicis); Oliva
Libros: Entre Ríos 548; El lugar: 9 de Julio 1389; Buchín Libros: Entre Ríos
735; Mandrake: Rioja 1869; El Juguete Rabioso: Mendoza 784; El Halcón Maltés:
Mendoza 1438..
También incluimos en esta página una de las esquinas descriptas.
La oculta, de (40 esquinas)
También incluimos en esta página una de las esquinas descriptas.
La oculta, de (40 esquinas)
En algún momento en esta
esquina se erigió alguna construcción de la cual el escritor realista no puede
dar cuenta: solo quedan de ella los vestigios de la demolición en las paredes
aledañas. Quedó escrita una silueta sobre el imponente muro mugriento del
edificio contiguo. Puede verse el corte transversal de lo que alguna vez fueron
habitaciones.
La forma de la ochava fue
reconstruida por una serie de ocho carteles rectangulares de aproximadamente
tres metros y medio de largo por dos y medio de alto con marcos amarillos.
Estos carteles con afiches publicitarios ocultan a los transeúntes lo que hay
del otro lado. El escritor realista, mirando la esquina de frente, intenta
develar lo que hay detrás de lo que se muestra a primera vista: un cartel de
tránsito a la izquierda, un kiosco de revistas en la ochava, una parada de
colectivos a la derecha. Para ello se aproxima buscando intersticios entre los
carteles por los cuales deslizar la mirada. El escritor realista recorre de
punta a punta la serie de carteles y concluye que quienes los colocaron se
preocuparon por eliminar, mediante ceñidas costuras de alambre, toda
posibilidad de que alguien espíe hacia el otro lado. Sin embargo, encuentra al
extremo izquierdo, ahí donde los carteles se terminan, una puerta amarilla de
chapa que tiene abierto un boquete que cumple la función de manija.
Mira a través del boquete y
se encuentra con un terreno baldío. En partes crece una maleza frondosa, en
otras se ven los restos de una vereda de mosaicos color terracota; ramas secas
y basura esparcidas, unos tirantes de madera que asoman sus puntas en la pared
medianera, una lata deveinte litros oxidada; sobre una pared hay rastros de
azulejos de lo que alguna vez fue un baño. Una carpeta de cemento tiene todavía
rastros de pintura amarilla que pueden haber sido de un estacionamiento para
autos. El escritor realista intenta observar por otras hendijas (mucho más
delgadas) pero no ve mucho más.
Ahora cruza la calle y se
dirige a una de las esquinas de enfrente donde se erige un majestuoso y antiguo
hotel color cemento, de tres plantas, que luce una cúpula ornada con tejuelas
verdes y un pináculo. Le abre la puerta un hombre vestido muy elegantemente que
lo trata con una amabilidad desproporcionada. El escritor realista se dirige a
la mesa de recepción donde pide permiso, en nombre de una investigación
literaria, para subir a la terraza. El joven a cargo, aludiendo que en ese
momento los huéspedes se encuentran desayunando en ese sector, se lo impide.
Insiste pero no hay caso.
Sin embargo, el escritor
realista puede asirse de un recuerdo: habiendo sorteado las trabas burocráticas
y represivas del hotel, pudo pasearse por la terraza y contemplar desde lo
alto, asomándose por una barandita de hierro, la forma trapezoidal del terreno
baldío de la esquina de enfrente que mediante una hilera de carteles permanece
oculto a quienes, allá abajo, caminan por la calle.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios se moderan, pero serán siempre publicados mientras incluyan una firma real.