Gandolfo en el XVII Festival de Poesía de Rosario. Footografía de Giselle Marino.
En El año de Stevenson, a diferencia de sus narraciones (y no es que estos poemas no sean narrativos), parece que las historias y los detalles provinieran de alguien que camina al lado de uno. Los poemas sobre mujeres son infinitos, porque abarcan gestos grandiosos, cosas de muchos años atrás que regresan, o clases sociales y paisajes que abarcan enormes distancias. Tal como suelen ser las conversaciones sobre damas que ejercieron un sostenido influjo en hombres de imaginación febril. Pero también los retratos de hombres mayores que se derrumban o se murieron y aparecen dibujados en algo casi nimio, que suele ser la literatura, el cine o sus derivados: los festivales de cine, los encuentros literarios, ese orbe que alguna vez pudo vislumbrarse como una entrada de enciclopedia y ahora es un lugar de trabajo.
Hay, en El año de Stevenson, como acotaciones, apuntes a
veces irónicos sobre ese mundo del periodismo cultural al que pertenece
Gandolfo; por ejemplo, la imagen del narrador que llega a su casa después de un
periplo por un festival de cine y se deshace de la bolsa con libros y programas
para volver a salir. O el hallazgo del término “poeticas” en una columna de Diario
de Poesía que sorprende al ineludible Gandolfo-narrador-del-poema porque se
maravilla e interpreta que algo del orden de lo centroamericano ingresó al fin
al Diario (“poeticas” en lugar de “poetisas”) cuando cae en la cuenta de que se
trata de un error de tipeo y la columnista se refiere a “poéticas”; lo que a la
vez enfatiza la distracción con la que nuestro narrador estuvo leyendo la
página.
Escritos como un diario y, de hecho, apegado a circunstancias
de su vida –“Mi hija se mudó de casa”, cuenta Gandolfo, “Mi viejo estaba
enfermo”–, El diario de Stevenson es el título de una novela que nunca llegó
a escribir. Además del organigrama de esa representación –la entrada
correspondiente a cada día del trimestre–, Gandolfo fue fiel al orden en que
fueron escritos los poemas.
“Es lo que tiene de bueno la poesía –dice Gandolfo–, que no
lo tiene en este momento el relato, que fue muy experimentador en el siglo XX
pero en este momento está pinchado: la novela en especial, no así el cuento,
que sigue siendo igual o más experimental que la poesía”.
Es que los poemas de El año de Stevenson incluyen desde
paisajes, reflexiones –la poesía filosófica–, retratos, conversaciones,
pequeñas crónicas iluminadas o bosquejos irónicos: “La tarea es fácil:
–escribe–/ sólo debés/ enamorarla./ Pero a la vez/ difícil:/ no puede/ ser
posible”. Además de esos registros de conversación que hasta ahora sólo
habíamos espiado en algunos de sus relatos. Por ejemplo, el poema “Bandazos”: “¿Se
te salió la cadena/ te descontrolaste?/ ¿Perdiste la brújula/ te
desorientaste?/ ¿Andás sin corazón,/ te desamoraste?/ ¿Estás pensando,/ te
desidiotizaste?/ ¿Ahora sos bacán,/ pelechaste?/ ¿Te pasaste al poder,/
pechaste?/ ¿Eras flor de romántico,/ te desilusionaste?/ ¿Te fuiste del
presente,/ te pasaste?/ ¿Patinaste en el riel,/ te descarrilaste?/ ¿Le erraste
al trampolín,/ te reventaste?/ ¿Fuiste, loco, fuiste?”
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