Todavía intrigado con las sugerencias de Adam Kotsko en su entrada sobre el viaje en el tiempo en la cosmogonía griega y la hebrea, recurrí una vez más a mi tomo de Gerardus Van Der Leeuw para indagar en torno a griegos y judíos. En su Fenomenología de la religión (1933) leo: "Ni el judío del Antiguo Testamento ni el griego homérico reconocen la magia. Desde luego, ésta ha aparecido tanto aquí como allá. Pero está fundamentalmente superada. En Grecia, la causa fue que no se quería nada de dios y dios no quería nada del hombre; en Israel, el motivo fue que se quería todo de dios y dios quería todo del hombre. 'Frente a un dios tan inmenso, que reunía todo el poder divino y demoníaco, desapareció la magia; frente a tal dios, no sirve el encantamiento'. Israel vive con su dios, en lucha y controversias, en cólera y contrición, en el arrepentimiento y la testarudez, en el amor y la fe."
Es decir, el viaje en el tiempo no puede ser una ilusión, no puede ser mágico para ninguna de las dos cosmovisiones, sino una verdad --la palabra divina-- revelada: profetizar es hacerse eco de la voz divina, no hay otro futuro que el destino y el destino --como en 12 monos-- es siempre un modo de recordar el pasado, de asumirlo y convertirlo en un signo (la expresión es del todo agustiniana) del futuro.
Cito el diálogo del film 12 monos (en la escena en la que ella lo cura a él en una sala de cine donde proyectan Vértigo, de Hitchcock): "Y avi esta película, pero no me acuerdo de esta parte. Es curioso, es como lo que nos está pasando, como el pasado. La película nunca cambia --nunca podría cambiar--, pero cada vez que uno la mira parece distinta porque uno cambió y nota cosas distintas."
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios se moderan, pero serán siempre publicados mientras incluyan una firma real.