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sábado, 24 de enero de 2015

resurrección

Hasta el sábado pasado, cuando dos mujeres con el uniforme de los Testigos de Jehová tocaron a mi puerta con este folleto, había pensado que el asunto zombie era un asunto de la biopolítica, la represión privada de los cuerpos. Pero también es un asunto de lenguaje.
Es decir, la lengua privada, secreta, de la promesa religiosa llevada a la propaganda, a lo inminente de una promoción que en la tradición opera de manera simbólica.
También allí hay un acto de terrorismo.
Además, como para ganar mi atención, las mujeres se presentaron preguntándome si en la familia había alguien que supiese francés, a pocos días del atentado a Charlie Hebdo.
Si hay algo que el zombie pierde, sobre todas las cosas, es el lenguaje.



sábado, 17 de enero de 2015

arnaldo calveyra, 1929-2015


Y un día, al leer los titulares, nos enteramos de que también Arnaldo Calveyra se murió. Si aún tenía cosas que decirnos, si aún recién y entonces lo conocíamos y lo leíamos como un contemporáneo. Lo recordamos en esta entrevista de Juan Manuel Alonso en la que leemos: «Los míos no son textos abstractos. Por alusión mis poemas llegan a cosas concretas: éste plato, ésta cuchara... cosas concretas. Que se hable de una cosa vez, eso me colma. Es lo que más espero de un poema, una cosa por vez, y sobretodo, nada de abstracciones”.
«La lavadora Brutti. La imagen de un curioso artefacto sobrevivía en la mente de Calveyra, se trataba de una especie de “proto-lavarropas”, anterior a la electricidad, que funcionaba por medio de émbolos que al introducirse en un barril de madera, con movimientos alternados, limpiaban las prendas. Ya en su recuerdo aparecía como un trasto olvidado al que alargaban la vida “llevándolo al tajamar para hundirlo en el agua porque la humedad evitaba que la madera terminara de resquebrajarse”. Lo que se preguntaba era de dónde había salido, quién la había traído, dónde fue construida. La respuesta llegó desde su pueblo natal. Sabiendo cómo le interesaban a Calveyra las historias perdidas, el hijo de un viejo conocido le envió el libro de una señora de Mansilla donde consignaba memorias de la zona, y allí estaba, con foto y todo, la revelación del enigma. No venía de Norteamérica como Calveyra imaginó durante muchos años, era un producto mansillense. En la fotografía, de pie junto a la máquina, aparecía su inventor, un antiguo vecino del pueblo “con la pinta inconfundible de los Brutti”.
«—También, como la lavadora —cuenta Calveyra—, había en mi casa tirado en los galpones un mortero. Haciendo limpieza un día mi hermano lo había puesto a quemar junto a otras cosas en desuso y yo se lo saqué, así es que tiene una mancha negra todavía, pero nadie la ve, sino yo. Después de no sé cuántos años, en mi último viaje me lo llevé. Ahora yo quiero saber qué madera es, porque... ¡cómo ha resistido! Está hecho de una sola pieza, grande, se ve que tomaron un árbol generoso. Debe ser ñandubay nomás, que es una madera dura.»
Nos vimos hace años, en el CCPE, en aquél homenaje al Diario de Poesía, Hasta la vista, Arnaldo.

martes, 6 de enero de 2015

botija inventor

Fueron mis amigos de MTQN los que me avisaron. No cabía en mis alpargatas cuando vi a mi botija entre los videos seleccionados en el programa aniversario de Tiranos Temblad, único programa uruguayo del que no me perdí un solo episodio en todo este año.


TT en apóstrofe.