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lunes, 25 de mayo de 2015

la cocina del diablo

Hasta el final del octavo episodio de la serie, el villano es un empresario que se enriqueció con el tráfico de personas, de drogas y de violencia a través de empresas fantasmas y lavado de dinero. Su apuesta actual es el mercado inmobiliario. Tiene comprada a la policía y la justicia de uno de los barrios emblemáticos de Nueva York, Hell’s Kitchen (traducido: “la cocina del infierno”, hoy llamado Clinton, en el centro de Manhattan, sobre el río Hudson), donde se mueve en las sombras y tiene prohibido pronunciar su nombre: Wilson Fisk.

La serie se llama “Daredevil” y está basada en un cómic de Marvel. La figura del empresario como criminal inescrupuloso no es nueva, claro, pero en los últimos años, tras la Guerra contra el Terror y el escándalo de Lehman Brothers –los dos acontecimientos de nefastas consecuencias económicas y financieras–, la ficción televisiva y cinematográfica comenzó a escarbar en esos personajes que, como el Walter White de “Breaking Bad”, a la par de sus actividades como padres, esposos y amantes, llevan adelante un plan demoníaco. Es eso, incluso, lo que le dice el sacerdote católico a Matthew Murdock (Charlie Cox), el ciego que durante el día es socio de un humilde estudio de abogados y durante la noche es nuestro héroe y justiciero: el diablo camina entre nosotros de muchas formas.
“Daredevil” no es una de las mejores series que pueden verse –el 10 de abril pasado Netflix subió a su plataforma los 13 episodios de la primera temporada– porque nos enseñe a un empresario demoníaco, como sucedió ya en otras series, sino por cómo pone en escena su ejecución del Mal y cómo retrata en ese proceso a los personajes intermedios, a los que deben combatirlo y a los que, creyendo que lo combaten, le dan argumentos.
Aunque este análisis pretende ceñirse a la ficción que nos ocupa, no niega las posibles alusiones a las riñas políticas locales, tan afines a empresarios, jueces, policías, periodistas y dirigentes políticos.

Explosión y revelación


En 1966 el director Michelangelo Antonioni estrenó el film Blow-Up, en el que un fotógrafo toma imágenes de un asesinato. Pero el registro de ese asesinato aparecerá con el revelado de la foto (de hecho, en inglés, el término "blow up" se refiere, en el ámbito de la fotografía, a la ampliación de una imagen). Quince años más tarde, cuando ciertos directores jóvenes norteamericanos quisieron señalar el grado de estrabisno de cierto cine europeo en boga en esos años, el director Brian De Palma estrenó Blow Out, que en inglés suena a reventón, estallido, y que era una respuesta al film de Antonioni (que fue, a su vez, la primera de una trilogía de películas que el italiano filmó en inglés, basado en un cuento de Julio Cortázar que incluso hace un cameo en el film). 
En Blow out (1981, protagonizada por John Travolta) De Palma le responde de algún modo a Antonioni para definir qué es el cine: no se trata de qué nos revela la imagen, sino de qué es eso que la imagen no puede revelar y, entonces, necesitamos cambiar las magnitudes. Eso que sucede en el espacio (la imagen) se diluye en lo que sucede en el sonido (el tiempo). Por eso el protagonista de Blow Out ya no es un fotógrafo, alguien que toma imágenes estáticas, sino un sonidista, quien registra sonidos y en ellos descubre el reventón de un neumático a partir de un disparo de arma de fuego. Travolta, nuestro sonidista en Blow Out, trabaja a ciegas, como el protagonista de Daredevil: construye con el sonido la secuencia de la historia que es, a la vez, una historia que se desarrolla en el tiempo, en el que las imágenes son apenas un sucedáneo, algo aleatorio, acaso una máscara con la que encubrir lo que de veras sucede.
En Daredevil el protagonista insiste en que la mirada es una distracción para "ver". Ver, en este caso, no es tener una imagen, sino poder observar la secuencia: ubicar cierta imagen en el tiempo de un relato que da forma a una historia. El ciego Murdock, así, viene a encarnar a todos los grandes ciegos de la historia, desde Homero hasta Borges: cuya visión "empañada", nula, es una metáfora de quien ve el desarrollo de una historia y no se distrae en la seducción de sus imágenes. Nuestro héroe Daredevil no puede mirar, pero puede "ver", puede hallar la trama en eso que la imagen empaña (aquí no vale la remanida muletilla: una imagen vale más que mil palabras). Pero, además, Murdock es católico, de modo que las imágenes (tan expandidas en el catolicismo) que extrae de ese gran mundo en llamas que está en sus ojos ciegos vienen a ser las estampitas de un camino de redención y martirologio del que parece ser el protagonista.
Hay una secuencia, acaso hoy olvidada de Blow Out, en el que Travolta (el protagonista) va al rescate de una mujer en una trama que reúne –como en Daredevil– a empresarios, políticos y mafiosos. El día –en el marco de la historia del film– es el 4 de Julio, fecha patria en Estados Unidos, y nuestro héroe debe atravesar un desfile civil que viene a representar nada más y nada menos que la historia de ese suelo donde se desarrolla la acción.
En otras palabras, estas ficciones con héroes torturados por su conciencia y villanos que representan lo más aclamado de las conquistas del capital, son también ficciones sobre la historia, son ficciones que se llevan por delante la historia, como el personaje de Blow Out, o la reconfiguran, como el personaje de Daredevil.

Política empresarial

Con su puesta en escena llena de sombras, por momentos “anacrónica” –como si estuviese ambientada en un pasado cercano y filmada con los viejos criterios del cine, antes que los del video: peleas en planos abiertos, callejones sombríos, el pavimento húmedo e iluminado por los autos, que es también el estilo en el que prevalecen los dibujos de historieta en la que se basa Daredevil–, la serie reflexiona también sobre qué es esa disciplina en la que se desarrolla: la ficción televisiva, pero sobre todo el cine.
Nuestro villano, Wilson Fisk (interpretado por un sublime Vincent D’Onofrio) es asolado por pesadillas nocturnas, pero un cuadro de pintura contemporánea lo ayuda a tranquilizarse. El cuadro, a su vez, fue adquirido en una galería de arte que administra Vanessa Marianna (Ayelet Zurer), una curadora de la que Fisk se enamora y llega a jugar un rol central en la evolución de nuestro malvado personale.
Bien, la obra en cuestión, que Fisk ha colgado frente a su cama en el dormitorio de su piso exclusivo es una superficie blanca salpicada de relieves y manchas grises que le evocan la vieja pared del departamento de su infancia, en la que debía clavar la mirada cuando su padre lo castigaba. También el arte que Fisk aprecia es, para usar la figura tecnológica habitual, un iArt –como el iPhone, el iPad: los artilugios de un mundo privado, concentrado en uno mismo, que multiplican no ya el aislamiento, sino la egolatría–: una imagen que sólo sirve a esa persona que es Fisk a partir de lo que fue. El arte que ya no es comunitario, que no ofrece una imagen con la que recoger las palabras de la comunidad, sino que existe “sólo para sus ojos”, para la experiencia personal e intransferible, privada.
Esta relación entre lo privado y lo público, la calle y el piso exclusivo, el edificio público y el la selecta galería de arte, es parte esencial de la puesta en escena de Daredevil y estalla en el episodio 8, cuando Fisk se hace público y enfrenta a los medios para convertirse en un nuevo paladín político.
Pero la presentación de Fisk en sociedad se nos muestra de un modo muy particular. Ben Urich, un periodista que investigó a Fisk y a sus empresas fantasmas y quiere desenmascararlo, estuvo toda la noche escribiendo un artículo al respecto. Lo escuchamos leer su texto: “«Recibís lo que merecés», es un viejo dicho que sobrevivió al tiempo porque es en gran parte verdad, pero no para todos. Algunos reciben más de lo que merecen porque creen que no son como los demás. Creen que las reglas están hechas para gente como vos y como yo, gente que pelea a diario para llevar adelante su vida, que sólo vive, pero esas reglas no se aplican a ellos. Creen que pueden hacer cualquier cosa y vivir felices. Mientras el resto de nosotros sufre. Y hacen esto desde las sombras, sombras que nosotros proyectamos con nuestra indiferencia, con un desinterés generalizado por todo aquello que no nos afecte directamente en nuestro aquí y ahora. O quizás sea la sombra del hastío, de nuestro cansancio, mientras batallamos por volver a una clase media que ya no existe a causa de aquellos que toman más de lo que merecen, y siguen tomándolo hasta que lo único que nos queda es el recuerdo de cómo era el mundo antes de que las corporaciones y el afán de lucro decidieran que ya no importamos más. Pero importamos. Vos y yo, la gente de esta ciudad aún importamos”. Mientras la voz en off de Urich dice esto, Fisk aparece frente a las cámaras con palabras que incluso a nosotros –desde este país y esta ciudad– nos son familiares. Las palabras cargadas de emociones y lugares comunes con las que los empresarios que tienen aspiraciones de poder suelen hablarnos para no confesar sus verdaderos planes. Dice Fisk: “No soy bueno hablando en público, pero sentí la necesidad de hablar por esta ciudad que amo con todo mi corazón. Nadie debería vivir en el miedo. El miedo a los desquiciados, que no tienen consideración alguna por aquellos a quienes hieren”.
Como lo dirá más tarde el sacerdote católico con el que se entrevista Matt Murdock: “El diablo camina entre nosotros y asume muchos rostros”, y puede citar la Biblia, como ya sabemos.
Mientras tanto, nos quedan las palabras de Urich (encarnado por Vondie Curtis-Hall) en su diálogo con Fisk, en el episodio 12. “¿Cree que divulgar esto en internet va a cambiar algo?”, pregunta el villano. “La gente busca la verdad, no importa dónde la encuentre”, responde el periodista. Y con el cinismo y la sabiduría del mal, Fisk le responde: “Tal vez haya sido así cuando nosotros éramos jóvenes. Este mundo que nos rodea está preocupado por las bodas de las celebridades, videos de gatitos; pero los temas complicados, los que importan, exigen demasiada concentración, exigen demasiado tiempo que no cabe en los mensajes de texto que se envían ni en los cientos de canales de la tevé por cable”. La respuesta del buen periodista es acaso poco contundente, pero es hermosa, dice: “Supongo que yo tengo más fe en la humanidad”.
El creador de la serie es Drew Goddard, a quien ya celebramos por su magnífico film The cabin in the woods.
Gracias a Dios, Netflix anunció que habrá una segunda temporada de Daredevil en 2016. 

P.S.: En mi horfandad sobre el tema cómics, escribí a Leandro Arteaga para no salir tan rengo en el comentario. Apenas me señaló esto –que me parece valioso y por eso lo anoto– y prometió seguir con el asunto: "Daredevil me resultó brillante, es la serie sobre Batman que nunca hicieron. En verdad, el argumento está tomado de varios de los cómics de Daredevil, de Frank Miller (años 80) para acá, las historias más oscuras. Con un toque bien fuerte de la violencia del cine coreano".

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