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miércoles, 20 de enero de 2016

sympathy for the devil

El novelista Don Winslow escribió dos novelas intensas sobre la guerra contra las drogas: The power of the dog (2005)  y The Cartel, que fue uno de los libros más reseñados durante 2015, adquirido por Fox para una película que será dirigida por Ridley Scott. Winslow se pasó casi 20 años investigando los cárteles mexicanos, y la mayor parte de la violencia que aparece en sus páginas está basada en hechos reales. Dedicó su libro a los más de 100 periodistas muertos por la violencia de los cárteles; nombró a cada uno de los cronistas asesinados en la introducción. Winslow escribió este artículo para Deadline Hollywood horrorizado por el encuentro entre Sean Penn y El Chapo Guzmán y la posterior entrevista en el programa 60 minutos, que conduce Charlie Rose y en la que el actor –un activista en varias causas que la gran mayoría de los norteamericanos no ven con simpatía– se mostró arrepentido por los resultados del reportaje con el traficante que publicó la revista Rolling Stone.

“Mi artículo falló”, le dijo Penn a Charlie Rose.
Bueno, sí –comienza su texto Don Winslow–. Como alguien que ha investigado y escrito sobre los cárteles mexicanos y la inútil "guerra contra las drogas” que se extiende ya veinte años, sé lo difícil que es el tema. Endiablado, te lleva el alma, es desgarrador; desafía el intelecto, tus creencias, tu fe en la humanidad y en Dios. Ningún periodista o escritor que lo haya abordado sale de allí como entró; y muchos ni siquiera sobrevivieron, sino que fueron torturados, mutilados y asesinados por orden de tipos como Joaquín Guzmán. (Me resisto el apodo Chapo [lindo, en jerga mexicana]: no es uno de los Siete Enanitos, Chapo, como Mudito, o Mocoso o Tímido, se trata de un asesino de masas.)
Cuando escuché por primera vez que Penn había hecho una entrevista con Guzmán, me preguntaba qué términos se exigieron para conceder esa entrevista. Penn tiene una reputación de no rehuirle a la controversia, con posturas impopulares duras. Tenía la esperanza de que iba a hacerle a Guzman preguntas que nos importan.
El señor Penn le dice a Charlie Rose que considera que su artículo fue un fracaso, ya que no tuvo éxito en el tratamiento de su verdadero tema, “La guerra contra las drogas”, “nuestras políticas del embargo” [se refiere a las políticas económicas de Estados Unidos incluidas en el combate contra las drogas]: en un artículo de 10.500 palabras, la frase “guerra contra las drogas” aparece tres veces. No era el propósito o el enfoque de la pieza horriblemente equivocada de Penn.
El artículo de Penn tenía nada que ver con el fracaso de cuarenta años y billones de dólares que lleva la “guerra contra las drogas”, fue en cambio un retrato brutal, simplista y, por desgracia, simpático de un asesino de masas. Penn pensó que había anotado un gol periodístico, pero su entrevista fue el subproducto romántico en el que se nos contaba el enamoramiento de Guzmán con una actriz de telenovelas (Guzmán ni siquiera sabía quién era Penn) y contó la historia exacta que Guzmán quiso contar, línea por línea con la cortés aprobación editorial de Rolling Stone y Sean Penn.

Guzmán nunca fue llamado a responder a las preguntas difíciles. Es una pena, porque estas preguntas necesitan respuestas.
Tenía la esperanza de oír a Guzmán explicar por qué, después de su primer “escape” (para llamarlo de algún modo, uso comillas porque la palabra “escape” no incluye por lo general la complicidad activa de los guardiacárceles y el gobierno de turno) en 2001, se lanzó a una campaña para conquistar y apoderarse de los territorios de cárteles rivales (una guerra brutal que elevó el número de cadáveres en las calles y se llevó más de 100.000 vidas).
En su artículo, Penn se refiere al “deseo espontáneo de hablar libremente” de Guzmán. Bueno, me gustaría haber escuchado a Guzmán "hablar libremente" acerca de la rutina de las niñas menores de edad que eran llevadas a su prisión de lujo, la "célula" (como lo reportó Francisco Goldman en su excelente artículo El Chapo III – El despertar de la farsa, publicado en el “New Yorker”); sobre el golpe que ordenó contra el jefe del cártel rival Rodolfo Carrillo Fuentes, en el que también mató a la esposa de Fuentes y puso en marcha una nueva ronda de violencia en el que murieron miles de personas.
Un periodista con cierto nivel para la conversación habría empujado a Guzmán a hablar de los muchos millones de dólares en sobornos que pagó para cooptar policías, jueces y políticos, de su pacto con los Zetas, sádicos y horriblemente violentos, cuando le resultaba conveniente. Me gustaría haber escuchado acerca de las personas que estaban en su nómina para disolver los cuerpos de sus víctimas en ácido, sobre las decapitaciones y mutilaciones, sobre los cuerpos empapados en sangre y mostrados en lugares públicos a modo de intimidación y propaganda. Me gustaría haber sabido, por ejemplo, cómo Guzmán se siente acerca de las 35 personas (incluyendo 12 mujeres) que había sacrificado porque eran supuestamente Zetas (esto fue cuando él estaba en guerra con ellos, no en paz como ahora), hasta que más tarde se descubrió que eran inocentes.
¿Qué le parce, señor Guzmán? ¿Algún sentimiento?
Un reportero menos preocupado por el “periodismo vivencial” le hubiese preguntado a este "Robin Hood" cómo es ser una rata. Le habría preguntado si es cierto que a partir de 2000, cuando aún estaba en prisión, Guzmán, a través de sus abogados, dio información a la DEA sobre sus rivales. O si fue una pista de Guzmán la que llevó en 2002 a la captura de su rival Benjamin Arellano Félix. O le hubiera preguntado si tiene remordimientos luego de traicionar a los amigos y socios a la policía, como lo hizo en 2008, cuando se volvió contra los hermanos Beltrán Leyva, causando otra “guerra” que mató a cientos de personas.
Estas cuestiones podrían haber borrado la sonrisa de la cara de Guzmán. Pero Penn informó que la mantuvo por más de siete horas durante la entrevista.
Siete horas, pero a Guzmán no se le preguntó acerca de las 17 personas desarmadas por sus pistoleros y sacrificadas en un centro de rehabilitación de drogas en Ciudad Juárez, de nuevo en la sospecha de que estaban trabajando para un cártel rival. O, como Oscar Martínez ha informado, sobre el secuestro, el trabajo forzado, la violación masiva y el asesinato de cientos de migrantes centroamericanos.
En su lugar, Penn nos dice que Guzmán "sólo recurre a la violencia cuando lo estima conveniente para sí mismo o para sus intereses comerciales". Supongo que eso lo hace bueno y, por supuesto, será de gran consuelo para las familias de sus víctimas. Ya se sabe, Guzmán “necesitaba” hacerlo.
Increíblemente, no hubo preguntas acerca de los asesinatos de muchos periodistas mexicanos, cuyos cuerpos fueron horriblemente mutilados y dejados en lugares públicos como si fueran basura.

Del mismo modo, Penn no pudo hacer las preguntas difíciles acerca de cómo Gusmán exporta cantidades masivas de heroína, cocaína y metanfetaminas a Estados Unidos y alrededor del mundo. En lugar de ello, sin que represente un reto moral, a Guzmán se le permitió presumir de ser el exportador de drogas más grande del mundo (un reclamo que sus abogados ahora niegan que hizo). Guzmán y sus socios del cártel de Sinaloa son directamente responsables de la epidemia de heroína que hoy causa un número récord de muertes por sobredosis en los Estados Unidos.
Pero hemos aprendido que Guzmán no tiene responsabilidad por estas consecuencias de la vida real, porque él creció pobre y no tenía otra opción, lo que es un insulto a su propio pueblo y a los muchos campesinos mexicanos que han logrado llevar adelante vidas plenas, sin la necesidad de matar a miles de personas. Algunos de ellos son médicos que han tratado a las víctimas de Guzmán, otras eran enfermeras y fueron asesinados en las salas de emergencia, otros fueron periodistas y dieron sus vidas para informar las verdades que esta entrevista ha descuidado.
En su lugar, nos enteramos lo buena que es la camisa de Guzmán, la forma en que aparece como un adolescente tímido, que ama a sus hijos (incluyendo, aparentemente, el hijo que fue asesinado cuando siguió a su padre en el negocio de la droga), que él les encanta a sus niños o que ofrece "un servicio muy necesario en las montañas de Sinaloa, con la financiación de todo, desde comida y carreteras hasta ayuda médica."
Esta última parte es cierta, pero no vamos a parar allí. Guzmán y sus cártel también construyeron clínicas, iglesias y parques infantiles. (Es bueno que los niños tengan un lugar para jugar mientras no están siendo baleados en el fuego cruzado de los cárteles o resultan huérfanos en las interminables guerras de Guzmán en “defensa propia"). Pero esta agotadora racionalización de un joven pobre y la justificación de sus posteriores buenas acciones fueron utilizadas por cada gángster asesino desde el comienzo de los tiempos.
Nos enteramos de que este "hombre sencillo, desde un lugar sencillo, rodeado por el simple afecto de sus hijos a su padre, y de él hacia ellos [Perdón mientras voy a vomitar] no golpea como el lobo feroz de la leyenda".
¡No es la "leyenda"!
Ante cualquier estándar objetivo, Joaquín Guzmán Loera es un hombre malvado que ha causado un enorme sufrimiento a otros. En algún momento de la vida se le pedirá que responda por esto.
Pero no en el artículo que escribió Penn, y uno de los temas más importantes es la razón por la cual Penn no le hizo estas preguntas. Penn estaba claramente tan enamorado de su sujeto que el artículo estuvo aún más comprometido por los temas excluidos en virtud del acuerdo y las preguntas que nunca se realizaron. El señor Penn dijo que Guzmán no solicitó nada a cambio. ¿Por qué lo haría? Llegó a contar la historia exactamente de la manera que quería contarla.
Y estoy sorprendido de que la revista Rolling Stone diera la aprobación editorial a un asesino de masas, a cambio de una entrevista.
La historia de Penn no fue un fracaso porque las personas no entendieron lo que pretendía, como afirmó en “60 minutos”. Es un fracaso porque él no pudo entender a quién estaba entrevistando, no pudo entender los crímenes cometidos por de su entrevistado y la responsabilidad que tenían de hacer preguntas reales.

Aplaudo a Sean Penn por su importante labor en Nueva Orleans y Haití, pero condeno lo que hizo aquí. Debería pedir disculpas y dejar de tratar de explicarlo. A veces una equivocación es simplemente una equivocación.

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