Esta semana Ozy largó
una edición especial sobre
drogas. Esta fue una
de las notas que más disfrutamos, firmada por Libby Coleman:
En noviembre de 1953, diez científicos, algunos de
la CIA, se reunieron en una cabaña en Maryland para su conferencia e
intercambio de mitad de año. El segundo día apareció una botella de Cointreau
–había sido enriquecida con LSD. Luego de que estuviera vacía, Sidney
Gottlieb, director de programas de la CIA, informó a sus colegas que
estaban allí para un paseo salvaje.
A pesar de que todos los hombres parecían soportar
bien sus respectivos “viajes”, las cosas estaban a punto de tomar un giro para
peor. Gottlieb, según un informe de 1976, no se dio cuenta de nada extraño a propósito
de su colega, el científico Frank Olson, antes de que ingiriera su dosis. Esa
noche había estado muy hablador y bullicioso, todo estaba bien. Sin embargo, el
día siguiente Olson parecía muy agitado y, a continuación, deprimido; ese mismo
mes lo mató una caída de 10 pisos de un hotel en Washington.
Gottlieb era la cabeza de un programa
ultrasensible de la CIA
llamado MKUltra, encargado del desarrollo del comportamiento y el control
mental que comenzó en 1953 y duró hasta mediados de la década de 1960. Sí,
suena loco, pero ese era el furor: Estados Unidos estaba en medio de la Guerra
Fría y acababa de salir de la Segunda Guerra Mundial, que había despertado un
"interés general en la propaganda" y la "manipulación
psicológica", según H.P. Albarelli Jr., autor de “A Terrible Mistake: The
Murder of Frank Olson and the CIA’s Secret Cold War Experiments” (“Un error
terrible: el asesinato de Frank Olson y experimentos secretos de la CIA en la
Guerra Fría”). Los directores del proyecto estaban intrigados con la idea de
drogar a los líderes mundiales y hacerlos quedara en ridículo en público
mediante la dosificación de sustancias en poblaciones enteras a través del
suministro de agua, lo mismo que la manipulación de los sospechosos durante los
interrogatorios. En lugar de una guerra contra las drogas, era una guerra con
las drogas.
Pero esa idea revolucionaria necesitaba probarse, y la CIA quería acostumbrar a sus propios agentes a los efectos de la droga. Bajo el paraguas de MKUltra, el LSD –inventado en 1938 por el químico Albert Hofmann– se probó en operativos de la CIA y civiles involuntarios. En 2006, un hombre llamado Wayne Ritchie armó un caso en el que reclamaba que en 1957 había intentado robar un bar debido a los efectos de una prueba de LSD en una fiesta de Navidad de la oficina. Desafortunadamente parea Ritchie y otros, el vínculo entre esas dosis y consecuencias terribles había sido muy difícil de demostrar.
El programa comenzó con
lentitud, al principio con un selecto número de agentes que se auto
administraban LSD, se volaban durante horas y tomaban nota. Entonces, bien al
tanto de sus efectos, acordaban dosificarse unos a otros de manera inesperada,
en cualquier momento y lugar. Luego de que un agente era drogado se tomaba el
resto del día libre. Más tarde comenzaron a drogar a otros en la CIA, a
aquellos que nunca habían probado un alucinógeno. “Los ‘viajes’
de ácido por sorpresa se convirtieron en un riesgo laboral entre los
operativos de la CIA”, escribió Martin Lee en Acid Dreams, a history of LSD and the CIA (Sueños de ácido. Una historia del LSD y la CIA). Por supuesto, no
todos lo aprobaban, en especial cuando circulaba el rumor de que una fiesta
sería la escena de una dosificación masiva. Un memorándum de diciembre de 1954
recomendaba no “enriquecer” los contenedores de punch en las fiestas de oficina,
al punto de que uno de los empleados se llevó su propio vino –que mantuvo bajo
su cuidado– a su lugar de trabajo debido al riesgo de que lo dosificaran con
droga , según lo relata John Marks en The
Search for the ‘Manchurian Candidate’”.
Pero para algunos, los riesgos eran
peores de lo que adelantaban los memorándums. En uno de los incidentes, un
agente corrió a la calle después de recibir una dosis inesperada. "Cada
vez que pasaba un coche, se tiraba al piso protegiéndose contra los autos
estacionados, terriblemente asustado," explicó un colega. Cada coche
parecía ser un monstruo que quería matarlo. En la década de 1960, las actividades
de la CIA habían llegado lejos –financiaba laboratorios que investigaban el LSD
y operaba en casas seguras de Nueva York y California, donde los hombres de
negocios eran atraídos con el cebo de las prostitutas y luego drogados con
drogas psicodélicas. Cuando el inspector general de la CIA vio esto, dio cuenta
del proyecto. "Los conceptos involucrados en la manipulación de la
conducta humana fueron hallados por muchas personas como desagradables y poco
éticos", escribió. Tuvo
poco éxito, sin embargo: el programa todavía se consideraba esencial para
mantenerse a tono con la Unión
Soviética. Un par de años más tarde, el programa se ralentizó y luego se cerró,
con un
memorándum de 1975 en el que se leía que, según estimaciones, el proyecto MKUltra
había terminado en 1966 o 1967.
En 1977, el Congreso de EEUU llevó a
cabo una audiencia para asegurarse de que ya no quedaban programas similares en
funcionamiento. El senador Edward Kennedy indagó al director administrativo de
la CIA, Stansfield Turner, exigiéndole que tales experimentos, de la mayor peligrosidad,
no se realizaran de nuevo. "No estoy aquí para juzgar a mis
predecesores", dijo Turner, "pero les puedo asegurar que esto está
totalmente fuera de los límites de lo que considero las actividades que nuestras
agencias de inteligencia deben llevar a cabo."
Más allá del daño psicológico, muchos
arguyeron que las pruebas de drogas de la CIA prepararon el camino para la
contracultura, que proporcionaron inspiración para los Grateful Dead y Ken
Kesey, entre muchos otros. Como escribió Thomas Powers en la introducción a The Search for the ‘Manchurian Candidate’,
"la CIA probablemente jugó un papel tan importante en el desarrollo y
estudio de las drogas psicoactivas como el de la Agencia Nacional de Seguridad con
el desciframiento de códigos secretos en el desarrollo de las computadoras".
Quienes estaban a cargo de dosificar a civiles involuntarios, al fin y al cabo,
no tenían ni idea de a cuántas personas alcanzarían con sus experimentos.
Un representante de la CIA fue
nuestra referencia con respecto al extenso registro público en la materia y no
hizo comentarios sobre los hechos que aquí se presentan.
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