Por Anna Nordberg | Ozy.com
“Game of Thrones” hace arte del sufrimiento de su público.
Para cada escena de simple prodigio –por ejemplo, la princesa Daenerys
Targaryen elevándose sobre las arenas de combate en el espinazo de su dragón–
la teleaudiencia sabe que la serie hará valer su propia versión del precio del
hierro: una secuencia desgarradora, indescriptiblemente horrible que te deja
balanceándose en el sofá diciéndote: “Tal vez sea sólo un sueño.” Pero “Game of
Thrones” no se detiene en apariencias.
Gran parte del crédito, por supuesto, va para George R. R.
Martin, quien creó este mundo implacable en su saga de novelas “Canción de
Hielo y Fuego”. Pero los showrunners (encargados de desarrollar el guión en la
serie de HBO) David Benioff y D. B. Weiss tienen un don para crear escenas que
no podrían ser más devastadoras y, a continuación, las vuelven más devastadoras aún. Tomemos la decapitación del héroe Ned Stark. El libro de Martin nos la
muestra a través de los ojos de otro personaje, pero en el episodio de HBO, la
cámara se queda con Ned, y lo vemos buscar a sus hijas con la mirada en la
multitud durante sus últimos segundos. En el episodio La Boda Roja, que nos
lleva el alma, nadie cree que el número de muertos en el libro podía ser
superior; pero la serie de televisión añade a la esposa embarazada del hijo de
Ned en la matanza. Los showrunners incluso inventan escenas horriblemente
delirantes que no están en los libros, al igual que, en la temporada pasada, la
quema viva de la adolescente princesa Shereen, que miré sollozando a través de
una grieta en mis dedos.
La otra noche volví a ver el episodio piloto, me interesaba recordar el tono de la serie cuando comenzó, o tal vez para ver al mismo tiempo a más de un hermano Stark en la pantalla sin sentir que estaba violando las leyes del universo. Y voy a hacer aquí una declaración descabellada: después de cinco años en los que todo sucedió a fuerza de destripados, sentí ese primer episodio como el más devastador de todos.
Está la hija de Ned Starl, Sansa, quien se queja de que
viven en el Norte incivilizado, antes de que tuviera mejores cosas de las que quejarse,
como comprometerse con el psicópata que mata a su padre, o casarse con otro
psicópata que hace que el primero parezca un buen tipo. Están los niños Stark
practicando tiro con arco y riendo juntos. ¡Riendo! Se pueden contar a seis
Starks masculinos bajo el mismo techo. Los espectadores probablemente han
olvidado que solía haber muchos Starks vivos. De hecho, empecé a llorar.
Por supuesto, también hay señales de que no todo está bien. Se
encubrió un asesinato. El heredero de la corona es un pequeño cobarde y
retorcido. La escena final muestra al hermano de la reina empujando a un niño
de 10 años por una ventana. Esto no es un episodio de “Friends”. Sin embargo,
todavía se ciñe a una estructura dramática reconocible –buenos y malos
muchachos, las escenas oscuras y las felices. Uno asume que los Stark pasarán
por una gran cantidad de horrores dolorosos, tal vez alguno de los niños resulte
prescindible, pero al final triunfarán.
En realidad, no.
La gente se enamoró de los libros de Martin porque dio una
vuelta completa a las reglas de la fantasía. Los héroes tradicionales noestaban a salvo. Uno adoraba a Ned y Robb Stark, pero su código moral (Ned no
mata a la traidora reina Cersei; Robb se casa con la mujer que ama en lugar de
honrar su alianza con los Frey) los lleva a un error estratégico que los
conduce a la muerte. No son sólo aquellas muertes las que hacen a los libros
diferentes; sino que actuar de acuerdo a la justicia es a veces la elección
equivocada.
Para llevar esa filosofía a la televisión, donde cada personaje
es el rey, resulta aún más audaz. Por supuesto, la televisión está llena de
antihéroes, pero en series brillantes como “Breaking Bad” y “Los Soprano”, la
muerte de los protagonistas más queridos suele ser la consecuencia de las
decisiones que tomaron; tienen una especie de lógica moral. No es así en “Game
of Thrones”, en la que ser moral parece reducir la vida del personaje a la
mitad.
A veces las muertes simplemente se perciben perversas, como
si cuanto más heroico resulta alguien, más terrible es su fin. (Por cierto, ese
es el caso del príncipe Oberyn, de la Víbora Roja, en la cuarta temporada el favorito
de los seguidores pelea con el asesino de su hermana en un combate cuerpo a
cuerpo, casi gana pero de repente le arrancan los ojos, lo cual, si me permiten
decirlo, es peor en la pantalla que en la página. En especial porque Oberyn es
interpretado por el talentoso Pedro Pascal, que resulta ser muy sereno en su
mirada). Y a tener en cuenta: la frialdad estratégica no siempre te puede salvar.
El amoral patriarca de la familia Lannister, Tywin, uno de los estrategas más
hábiles del Trono, quien pone sin piedad en un primer lugar los intereses de su
familia, muere en el escusado, asesinado por su propio hijo.
Pero la mayoría de las veces, las muertes se ganan. Es un testamento
del compromiso, tanto de Martin como de los showrunners, con una visión de la intemperie
medieval que, cinco años después del primer episodio, nos ha llevado a un mundo
tan diferente. “Sutil” no es una palabra de uso frecuente para describir la
serie, pero eso es realmente. Entre las batallas y las decapitaciones, los
cráneos triturados y las inmolaciones, hay brillantes escenas de personas que se
hablan en una habitación y tratan con calma de poner sus intereses por delante.
A medida que comienza la sexta
temporada, uno de los personajes que más apoyo es Jaime Lannister. Es el hombre
que empujó a un niño por la ventana.
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