Como decía el más citado de los escritores argentinos, hay
libros que buscan sus lectores; pero también están los libros que buscan sus
autores.
Hace 150 años, el 22 de septiembre de 1866 las fuerzas
paraguayas derrotaron a las de la Triple Alianza –que conformaban los ejércitos
argentino, comandado por Bartolomé Mitre; brasileño, al mando de Pedro II, y el
uruguayo, que tenía al frente al fratricida Venancio Flores– en la batalla de Curupaytí,
una de las confrontaciones más sangrientas de toda esa guerra –que duró cinco
años y diezmó al Paraguay– y el único gran combate ganado por los paraguayos.
De los 800 soldados que formaron el batallón Guardias Nacionales que salió de
San Nicolás en 1865, sólo regresaron 83. En ese batallón había un pintor,
Cándido López, que en esa batalla perdió su mano derecha por una esquirla de
granada: primero le amputaron la mano, luego, debido a una infección, parte del
brazo.
También, en ese batallón había un médico, en realidad, un
estudiante del último año de Medicina en Buenos Aires. Era rosarino, se llamaba
Teodesio Luque. Fue quien tuvo que amputarle la mano a López.
Tataranieta, bisnieta, nieta e hija de médicos, María Luque (Rosario, 1983) conservó bajo su cama el cuadro de su tatarabuelo Teodesio extraído de un daguerrotipo que ella atribuye al mismo López, quien en su juventud, antes de enrolarse en San Nicolás como teniente segundo, había practicado la fotografía junto con un fotógrafo francés que recorría entonces las provincias ofreciendo sus servicios. “Mi carrera de pintor estaba estancada. No tenía dinero para seguir estudiando en Europa. Tampoco tenía esposa ni hijos, ni siquiera una novia. Ir a la guerra era lo más noble que podía hacer”, dice un ficticio Cándido López en “La mano del pintor”, la increíble novela gráfica que María Luque dibujó y escribió atrapada por esta trama en la que se cruza la historia familiar, la nacional y eso que convendremos en llamar la contemporaneidad.
Así, el argumento del libro –Luque participó de varias
publicaciones como historietista, imparte encuentros de dibujo y es
organizadora de movidas importantes sobre dibujo, pero esta es su primera
novela gráfica– es, por un lado, bastante “cándido”: López se aparece en la
casa de María Luque, hoy día, pidiéndole que complete las 38 pinturas al óleo
que él no pudo terminar en vida en base a los bocetos que hizo en sus libretas
sobre la guerra que vio y libró (tras perder su mano derecha dedicó un año
entero a reeducar su izquierda para poder realizar sus pinturas). La novela
vendría a ser así el relato de ese encuentro. Los dibujos de Luque juegan, se
complacen con los diseños de Cándido López, que pintaba en tamaños inusuales
unos paisajes descomunales, en formato muy apaisado, con escenas de la guerra
en la que los soldados son unas figuras pequeñas aunque con detalles diminutos
y terribles. “Sus cuadros bélicos curiosamente no transmiten una emotividad
bélica, ni mucho menos sufrimiento; más parecen ser una serie de valiosas
"postales". Cándido López parecía intentar evadir el sufrimiento
pintando curiosas escenas en las que a veces su mirada buscaba reposar en el
paisaje natural, impasible y neutro donde la tragedia ocurre”, la cita es de
Wikipedia y transmite con precisión el procedimiento del pintor y, también,
lo que María Luque capta de esos cuadros.
Dice María Luque: “Tenía la parte de la historia que me
contaba mi papá sobre Teodosio. Eran las cosas que él recuerda e incluso su
papá le contaba a él. Y después, hace unos años empecé a documentarme con
libros sobre la guerra, escritos por historiadores en el siglo XX. Después,
cuando empecé a juntar material para el libro traté de documentarme con
material de la época. Porque como quien me cuenta la historia es Cándido, no
quería que tuviera esa visión que nos da la distancia. Quería que fuera la visión
de alguien que había vivido ese momento. Entonces leí un “Diario de la Guerra
del Paraguay” que fue saliendo a fines del siglo y trae un montón de cartas que
los soldados le escribían a sus madres, a sus novias, poesía, recuerdos de
gente que estuvo en la guerra. Incluso Cándido también tenía bastante escrito
en sus libretas, donde tomaba apuntes”.
Pasaje del arroyo San Joaquín (Corrientes). Pintura de Cándido López en www.SanNicolas.gov.ar.
Distancia
Hay libros que son maravillosos por sus tramas, sus temas,
su estilo, por la captura de una época. “La mano del pintor” es maravilloso por
su tratamiento de la distancia: al fin y al cabo son dos dibujantes que se
encuentran. Ese es el primer gran hallazgo. El Cándido López que creó Luque en
sus páginas es un muerto que recuerda su amistad entre los soldados en los
campamentos, que no olvida sus penurias de pintor y que la acompaña al
supermercado chino donde el cajero le da el cambio con caramelos.
A su vez, la “candidez” del dibujo de Luque –trazos que no
tienen perspectiva, que apenas cuidan el detalle documental o fisiológico– nos
lleva todo el tiempo a sopesar el artificio en el que nos hemos metido; sin
embargo, la fascinación sucede, acaso por las escenas domésticas en las que la
Luque personaje descubre que no hay más yerba en la casa o está enfrascada
escaneando algo en la computadora mientras López habla. En realidad, lo que
funciona es, precisamente, esa cotidianidad: la guerra es algo lejano, el mismo
López la alejó en sus óleos al pintar una luna blancuzca que ilumina el
campamento dormido o el estero imponente donde unos soldados diminutos se baten
hasta la muerte. Y todo eso tiene el trasfondo de un relato familiar.
La contratapa de “La mano del pintor”, que es la sinopsis
que escribió María Luque como único plan de su libro, leemos: “Mi tatarabuelo
Teodosio Luque cursaba el último año de Medicina cuando fue enviado a la Guerra
del Paraguay. En la batalla de Curupaytí tuvo que amputarle la mano a un
soldado para salvarlo. Era Cándido López, el pintor, y la mano herida era su
mano hábil”.
Dice María Luque: “No hice bocetos, cada página la fui
trabajando directamente, hay un poco de material de descarte. Pero no hay más
dibujos que los del libro. No tenía tampoco un guión. Sí tenía pensadas
divisiones de capítulos: en este va a llover, en este otro vamos a tener hambre
y vamos a ir al supermercado, en este se muere un soldado. Iba dividiendo los
capítulos por temas y me resultaba más fácil ir trabajando en esa extensión, de
a 12, 16 ó 24 páginas. Era la primera vez que hacía un trabajo tan largo así
que me abrumaba un poco pensar en un libro completo, pero me ayudaba ir
pensándolo en bloques chiquitos”.
Le preguntamos: ¿Pensaste en esta particularidad del nombre
Cándido, en su significado y en lo que transmite su estilo y también tus
dibujos? ¿No hay algo ahí en torno a la candidez? Mostrar una guerra en
imágenes al óleo cuando era también fotógrafo, mostrar el paisaje antes que los
muertos y heridos?
—Su nombre le queda bastante bien. Es increíble que lograra
con esas imágenes de una guerra tan terrible –que si bien pueden ser
abrumadoras cuando uno se acerca y empieza a ver los detalles o las pequeñas
situaciones que hay. Si se las mira de lejos son imágenes donde el paisaje
siempre prevalece, o se ven las escenas chiquitas rodeadas de una naturaleza
gigantesca. Logra ahí un equilibrio que me parece súper importante para contar
lo que él quiere, porque si fueran imágenes donde se ve de cerca a un soldado
recibiendo un disparo no hubieran tenido el efecto que producen. Me parece que
ese equilibrio que él logra al contar algo terrible de una manera hasta
hermosa, esa contradicción es lo que tanto fascina de su obra.
“La mano del pintor” es también un esbozo sobre el arte,
sobre los patrones culturales que legitiman la deriva de una obra. Toda esa
gigantesca operación estética que fue la obra de Cándido López, el pintor
manco, el pintor soldado, el pintor pobre rodeado de doce hijos, el pintor que
un 22 de septiembre de 1887, tras haberle escrito una carta a Mitre, logar que el
Estado le compre por 11.000 pesos una treintena de sus obras para
exponerlas en el museo Histórico Nacional.
Sobre el final del libro, el López de Luque conversa en una
mesa de un bar de Buenos Aires con sus amigos artistas y les pide una
recomendación para exponer en París. Le responden: “¿Vos querés mostrar ahí?”
“¡Se imaginan las pinturas de soldaditos en la galería!” “Sería un festín para
los críticos”. “Lo tuyo va bien para el museo Histórico”. “Pero olvidate de ser
un artista”.
Dice María Luque: “El 22 de septiembre es una fecha que para
Cándido fue siempre muy significativa porque ese día fue el de la batalla de
Curupaytí, donde tuvo ese accidente. Años después, en esa misma fecha se casa
con Emilia Magallanes que fue la madre de sus doce hijos y también un 22 de
septiembre recibió la confirmación de que el Estado argentino iba a comprarle
algunas de sus obras sobre la guerra. Incluso su nieto, en un libro que
escribió sobre Cándido menciona la importancia que para él tenía esa fecha”.
En “La mano del pintor” se sopesa esa precisión junto con la
deriva diaria del día de la María Luque convertida en personaje. Y también es
eso lo que vuelve cercano lo lejano.
Amistades de museo
En el museo Histórico Provincial de Rosario Julio Marc está
la bandera argentina (el Estado argentino, tal como lo conocemos, tenía poco
más de una década cuando se declara la guerra al Paraguay) que llevó el
abanderado rosarino Mariano Grandoli en la batalla de Curupaytí. María Luque
inventa una amistad entre Cándido y Grandoli e, incluso, le hace decir al joven
abanderado –tenía poco más de 17 años cuando muere–, antes de la batalla, que
tiene la sensación de que será de los primeros en caer.
Dice María Luque: “Grandoli siempre fue un personaje que me
fascinó mucho porque en el museo Julio Marc está la bandera que él llevaba, hay
mucha documentación e investigué bastante en ese museo, entonces tenía muchas
ganas de incluir a ese personaje aunque no tengo certeza de que haya sido amigo
de Cándido”.
De Cándido López sabemos que murió en Baradero, Buenos
Aires, donde administraba uno de los campos de la familia de su esposa, el 31
de diciembre de 1902. Había logrado comprarse una quinta en Merlo (Buenos
Aires) con el dinero que el Estado le pagó por sus cuadros y llegó a tener su
estudio en Capital Federal.
De Teodosio Luque cuenta su tataranieta: “Era de Rosario,
estudiaba Medicina en Buenos Aires y después de la guerra –a la que llegó con
33 años– fue uno de los que ayudó a fundar la facultad de Medicina de Córdoba.
Y se dedicó a eso. Escribió algunos libros sobre su especialidad y casi todos
sus descendientes se dedicaron a la misma actividad: mi abuelo, mi papá; y con
mis hermanos cortamos esa tradición”.
Como decía el más contemporáneo de los filósofos
franceses: “No hay medicina sin historia”.
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