(Traduje esta nota pensando en explorar las expresiones populares de la era Macri.)
Para quienes nos pasamos los últimos seis meses rastreando la
evolución de una nueva categoría de entretenimiento, la cultura pop de la era
Trump, el el anuncio de las nominaciones al Emmy del 13 de julio proporcionó
dos titulares: “Saturday Night Live” (SNL) recibió 22, de lejos la mayor
cantidad en sus 42 temporadas de historia; y “The Handmaid’s Tale” (serie
ovacionada en el mundo, basada en la novela de 1985 de la Nobel canadiense Margaret
Attwood) obtuvo 13, colocando al fin a Hulu (una plataforma on demmand similar
a Netflix) en el mapa de los premios y confirmando que la teocracia estropeada
de Gilead (el país ficticio en el que sucede la serie) ahora se encuentra entre
las muchas distopías estadounidenses a disposición de los consumidores (los
Estados Unidos aparecen divididos en la ficción, ambientada en una suerte de
presente alternativo en el que una pandemia de esterilidad azota a la humanidad
y las mujeres son sometidas a su rol reproductivo). Estos espectáculos de
televisión son, a su modo, dos respuestas diferentes a la pregunta que se
formula hoy día en el mundo del entretenimiento, es decir, ¿cómo lidiar con la
pesadilla actual? SNL (un show con sketches que trabaja con la actualidad cada
sábado a la noche) encarna la intención: incluso cuando el espectáculo falla en
su ejecución, entiende que su misión es reprocesar los eventos de la semana en
contrapartes salvajes, con profusión de memes y/o momentos de las redes
sociales que pueden convertirse en GIFs (imágenes animadas) y comentarios a
través de la sátira que “destruyen”, por lo menos el fin de semana, todas las
cosas que sabemos se levantarán de nuevo, decididamente intactas, el lunes por
la mañana. Para un programa que se a lo largo de décadas surfeó entre cosas y
situaciones que eran relevantes y las que no, la elección de Donald Trump como
presidente de EEUU fue un llamado a reafirmar la acción, y no fue de extrañar
que entre sus nominaciones una fuera para Alec Baldwin –con tanta frecuencia caracterizado
como Trump que tenía que ser categorizado como regular en la serie– y uno para el
personaje Sean Spicer (vocero de la Casa Blanca), que protagoniza Melissa
McCarthy (bueno, fue divertido mientras duró: el jueves pasado Spicer anunció
que dejaba el cargo en agosto).
Un triunfo del arte
"The Handmaid's Tale": imagen tomada de Independent.
Ver SNL en la era Trump es un juicio en el acto, en
tiempo real. El espectáculo es prácticamente interactivo, casi incompleto sin
nuestras reacciones. Pero el reconocimiento de “The Handmaid’s Tale” expresa algo
diferente: nuestro deseo colectivo (e irrazonable) de que el arte se haya
adelantado a representarlo todo. Nadie que haya aclamado a “The Handmaid’s Tale”
afirma que su visión de un mundo en el que la estructura de poder masculina
convierte a las mujeres en ciudadanos de segunda clase fue sólo un golpe de
suerte en la oscuridad, o que la forma de expresar algunas de las más espantosas
retóricas de la derecha, así como sus estrategias políticas en esa narrativa es
mera casualidad. En cambio, le damos mucho crédito por haber llegado primero –por
haber visto el lejano futuro en 1985, cuando se publicó la novela de Margaret
Atwood, y el futuro cercano de abril de 2016, cuando se anunció la serie.
No importa que Atwood estuviera escribiendo, hace
más de 30 años, sobre sus preocupaciones políticas feministas, con las que ya
estaba apasionada y alarmada; hoy día se siente más irresistible venerarla por haber
descubierto un rincón, antes que mirar por la ventana. Muchos han llamado a “The
Handmaid’s Tale” profética, y ahora mismo, en el lugar donde la vida real y el
entretenimiento se encuentran, no hay alabanza más alta. En busca de un
liderazgo oracular creíble, que los políticos y los expertos fracasaron en ofrecer,
es tentador recurrir al arte y, posteriormente, tomar prestado de ese arte,
como lo han hecho las mujeres al usar las ropas rojas y los sombreros blancos
en las protestas contra el delito del aborto en varios estados. Ver “The
Handmaid’s Tale” es como decir “Ella lo vio venir” –y decir que lo vio venir
es, sobre todo, una expresión de fe en un momento en que se la siente escasa.
Mirar el mundo
Esta mezcla de resonancia intencional y la que hemos descubierta
impregna la cultura en este momento. A veces, realmente se siente como pura
suerte: el éxito de animación “The Boss Baby” (“Un jefe en pañales”), por
ejemplo, se trata no sólo de un niño malvado en un traje, sino un niño malvado
en un traje con la voz de Baldwin, que en los meses antes del estreno del film
en primavera llegó a poseer ese nicho. Baldwin como bebé y como Trump (en SNL) ni
siquiera es una broma que la película tiene que explicar; ahí está. Pero en la
mayoría de los casos, si el arte se siente políticamente actual, es porque sus
creadores estaban pensando mucho en cosas reales hace un año o más. El fracaso
indie del verano y el éxito crítico de “The Big Sick” (“Los grandes enfermos”)
ha sido aclamado como un punto de vista sobre el debate en Estadfos Unidos sobre
el sistema de salud, pero ese debate sobre el cuidado de la salud no comenzó la
semana pasada. “La guerra del planeta de los simios” se ha citado por lo que dijera
una de sus estrellas, Steve Zahn, cuando definió: “Hay tantos paralelos que es
increíble: los inmigrantes, la construcción de muros, la tolerancia, el miedo”.
Pero la actualidad no es nada nuevo para esta trilogía excepcional. Hace tres
años, la segunda entrega de la saga, “Amanecer del planeta de los simos”, era
legiblemente una alegoría sobre el conflicto entre Israel y Palestina. “Dunkirk”
(basada en un hecho real de la Segunda Guerra, la evacuación de 400 mil
soldados aliados del norte de Francia asediados por la aviación alemana en
1940) de Christopher Nolan aborda la Segunda Guerra Mundial de una manera que,
como la crítica del New York Times Manohla Dargis señaló, “cierra la distancia
entre las luchas de ayer (contra el fascismo) y las de hoy”; lo que tiene
sentido, ya que es el trabajo de un escritor y director de cine que ha
infundido su trabajo con la política contemporánea desde “El caballero oscuro”
hace una década. Y los creadores de “The Americans” (la serie sobre espías
soviéticos en la era de Ronald Reagan) de FX, que suma cinco temporadas, han
visto su apuesta grande: que todos nos interesaríamos en nuestra relación con
la confrontación con Rusia otra vez –saldado de un modo que nadie podría haber
anticipado. Pero si Joe Weisberg, el creador de la serie, no hubiese pensado que
este material fuera interesante y valiera la pena explorar, nunca habría hecho la
serie en el primer lugar. La mayoría de los trabajos “proféticos” son
realizados por artistas que están mirando el mundo, no una tabla Ouija.
Este momento está poniéndose en foco justo cuando está a punto
de terminar. Las suposiciones “equivocadas” (una temporada de “House of Cards”
que bien podría haberse interpretado como una pesadilla derechista anti-Hillary,
si ella hubiera sido elegida presidente) y los rápidos pivotes hacia las noticias
(la temporada más reciente de “Homeland”) o lejos de eso (la temporada más
reciente de “Scandal”) ya fueron representadas. Hasta donde cualquiera de
nosotros sabe, las series y películas que sorprenden con un: “¿Quién sabía cuán
perfecto sería esto en este momento?” ya se revelaron. A principios del próximo
año eso también valdrá para algunas películas –me refiero a la llegada de “Pantera
Negra” de Marvel en febrero de 2018 como la última película de estudio con luz
verde pre-Trump sobre la cual podríamos terminar diciendo que fue una buena
decisión.
La familia primera
Con el advenimiento del otoño (y el regreso de SNL) nos
moveremos en un período en el cual la mayor parte de la resonancia será
planeada. “The Papers”, de Steven Spielberg, un drama histórico sobre los
periodistas del Washington Post que trataban de cubrir una administración
hostil a su profesión, tuvieron luz verde este año; Ryan Murphy ha dicho que la
próxima temporada de “American Horror Story” (una serie de terror con historias
que se inician y concluyen en cada temporada), que comienza en septiembre, se
inspiró en las elecciones de 2016. Los escritores de “Supergirl”, de la CW,
anunciaron en Comic-Con que uno de los villanos de la nueva temporada será
Morgan Edge, que en los cómics es un magnate de los medios y en la serie será
reimaginado como –adivinaste– un implacable promotor inmobiliario (al igual que
Trump antes de ser presidente. Una adaptación de “1984” (la distopía de la que
nació el Gran Hermano) de George Orwell está en un teatro de Broadway este
verano porque, en las palabras de su co-escritor y director Duncan Macmillan: “Pienso
que la sensación era, tenemos que hacerlo ahora.” Y Jason Bateman, protagonista
de “Arrested Development” le dijo a su audiencia que en la siguiente temporada se
puede esperar que el creador Mitch Hurwitz y sus escritores “se apoyen con
seguridad en muchas de estas cosas [vinculadas con Trump] “, con un enfoque
explícito en las similitudes que muchos fans ya han notado entre los Bluths (la
familia con problemas con la ley que protagoniza la serie) y la Primera Familia
presidencial.
Mi conjetura –hablando de previsiones cuestionables–
es que nuestra relación con el material de la cultura pop en la era Trump
comenzará a cambiar en los próximos meses. Los críticos y el público por igual
pueden ser sospechosos buscar un arte que, al parecer, quiere tener un efecto.
Nos gusta estar inquietos, pero también queremos que se confirme nuestra
política. Algunos de nosotros despreciamos “predicar en el coro”, pero nos
gusta estar en el coro. Queremos descubrir la resonancia, pero preferimos que
esté lo suficientemente oculta para que podamos darnos el mérito de fecundarla.
Queremos que los artistas sean inteligentes pero no que “traten” de ser
inteligentes. En cierto nivel, nos divertiríamos mucho criticando “Blade Runner
2049” o la nueva versión cinematográfica de “It”, de Stephen King, o la próxima
temporada de “Stranger Things” o “Westworld” y diciendo “¡Pah, no pensé que
sería tan oportuna!”, que si viéramos algo que pretende ser oportuno y apenas nos
permite decir un “¡Seee!”.
Lo cual es casi ciertamente injusto. No hay nada
manipulador o cursi en hacer arte que quiera expresar la época. La resonancia
intencional no es hacer trampa; es el objetivo de la actualidad. E incluso “The
Handmaid’s Tale” caerá en esta categoría: cuando llegue la temporada dos, el
próximo año, se establecerá sobre algo que ya conocemos y, por definición, será
una experiencia diferente. La serie, y la próxima ola de arte de la era Trump probablemente
será sobre el mundo en el que estamos, no sobre el mundo que pocos de nosotros
vimos venir.
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