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lunes, 24 de julio de 2017

cultura popular de la era trump


(Traduje esta nota pensando en explorar las expresiones populares de la era Macri.)

Para quienes nos pasamos los últimos seis meses rastreando la evolución de una nueva categoría de entretenimiento, la cultura pop de la era Trump, el el anuncio de las nominaciones al Emmy del 13 de julio proporcionó dos titulares: “Saturday Night Live” (SNL) recibió 22, de lejos la mayor cantidad en sus 42 temporadas de historia; y “The Handmaid’s Tale” (serie ovacionada en el mundo, basada en la novela de 1985 de la Nobel canadiense Margaret Attwood) obtuvo 13, colocando al fin a Hulu (una plataforma on demmand similar a Netflix) en el mapa de los premios y confirmando que la teocracia estropeada de Gilead (el país ficticio en el que sucede la serie) ahora se encuentra entre las muchas distopías estadounidenses a disposición de los consumidores (los Estados Unidos aparecen divididos en la ficción, ambientada en una suerte de presente alternativo en el que una pandemia de esterilidad azota a la humanidad y las mujeres son sometidas a su rol reproductivo). Estos espectáculos de televisión son, a su modo, dos respuestas diferentes a la pregunta que se formula hoy día en el mundo del entretenimiento, es decir, ¿cómo lidiar con la pesadilla actual? SNL (un show con sketches que trabaja con la actualidad cada sábado a la noche) encarna la intención: incluso cuando el espectáculo falla en su ejecución, entiende que su misión es reprocesar los eventos de la semana en contrapartes salvajes, con profusión de memes y/o momentos de las redes sociales que pueden convertirse en GIFs (imágenes animadas) y comentarios a través de la sátira que “destruyen”, por lo menos el fin de semana, todas las cosas que sabemos se levantarán de nuevo, decididamente intactas, el lunes por la mañana. Para un programa que se a lo largo de décadas surfeó entre cosas y situaciones que eran relevantes y las que no, la elección de Donald Trump como presidente de EEUU fue un llamado a reafirmar la acción, y no fue de extrañar que entre sus nominaciones una fuera para Alec Baldwin –con tanta frecuencia caracterizado como Trump que tenía que ser categorizado como regular en la serie– y uno para el personaje Sean Spicer (vocero de la Casa Blanca), que protagoniza Melissa McCarthy (bueno, fue divertido mientras duró: el jueves pasado Spicer anunció que dejaba el cargo en agosto).

Un triunfo del arte
"The Handmaid's Tale": imagen tomada de Independent.

Ver SNL en la era Trump es un juicio en el acto, en tiempo real. El espectáculo es prácticamente interactivo, casi incompleto sin nuestras reacciones. Pero el reconocimiento de “The Handmaid’s Tale” expresa algo diferente: nuestro deseo colectivo (e irrazonable) de que el arte se haya adelantado a representarlo todo. Nadie que haya aclamado a “The Handmaid’s Tale” afirma que su visión de un mundo en el que la estructura de poder masculina convierte a las mujeres en ciudadanos de segunda clase fue sólo un golpe de suerte en la oscuridad, o que la forma de expresar algunas de las más espantosas retóricas de la derecha, así como sus estrategias políticas en esa narrativa es mera casualidad. En cambio, le damos mucho crédito por haber llegado primero –por haber visto el lejano futuro en 1985, cuando se publicó la novela de Margaret Atwood, y el futuro cercano de abril de 2016, cuando se anunció la serie.
No importa que Atwood estuviera escribiendo, hace más de 30 años, sobre sus preocupaciones políticas feministas, con las que ya estaba apasionada y alarmada; hoy día se siente más irresistible venerarla por haber descubierto un rincón, antes que mirar por la ventana. Muchos han llamado a “The Handmaid’s Tale” profética, y ahora mismo, en el lugar donde la vida real y el entretenimiento se encuentran, no hay alabanza más alta. En busca de un liderazgo oracular creíble, que los políticos y los expertos fracasaron en ofrecer, es tentador recurrir al arte y, posteriormente, tomar prestado de ese arte, como lo han hecho las mujeres al usar las ropas rojas y los sombreros blancos en las protestas contra el delito del aborto en varios estados. Ver “The Handmaid’s Tale” es como decir “Ella lo vio venir” –y decir que lo vio venir es, sobre todo, una expresión de fe en un momento en que se la siente escasa.


Mirar el mundo

Esta mezcla de resonancia intencional y la que hemos descubierta impregna la cultura en este momento. A veces, realmente se siente como pura suerte: el éxito de animación “The Boss Baby” (“Un jefe en pañales”), por ejemplo, se trata no sólo de un niño malvado en un traje, sino un niño malvado en un traje con la voz de Baldwin, que en los meses antes del estreno del film en primavera llegó a poseer ese nicho. Baldwin como bebé y como Trump (en SNL) ni siquiera es una broma que la película tiene que explicar; ahí está. Pero en la mayoría de los casos, si el arte se siente políticamente actual, es porque sus creadores estaban pensando mucho en cosas reales hace un año o más. El fracaso indie del verano y el éxito crítico de “The Big Sick” (“Los grandes enfermos”) ha sido aclamado como un punto de vista sobre el debate en Estadfos Unidos sobre el sistema de salud, pero ese debate sobre el cuidado de la salud no comenzó la semana pasada. “La guerra del planeta de los simios” se ha citado por lo que dijera una de sus estrellas, Steve Zahn, cuando definió: “Hay tantos paralelos que es increíble: los inmigrantes, la construcción de muros, la tolerancia, el miedo”. Pero la actualidad no es nada nuevo para esta trilogía excepcional. Hace tres años, la segunda entrega de la saga, “Amanecer del planeta de los simos”, era legiblemente una alegoría sobre el conflicto entre Israel y Palestina. “Dunkirk” (basada en un hecho real de la Segunda Guerra, la evacuación de 400 mil soldados aliados del norte de Francia asediados por la aviación alemana en 1940) de Christopher Nolan aborda la Segunda Guerra Mundial de una manera que, como la crítica del New York Times Manohla Dargis señaló, “cierra la distancia entre las luchas de ayer (contra el fascismo) y las de hoy”; lo que tiene sentido, ya que es el trabajo de un escritor y director de cine que ha infundido su trabajo con la política contemporánea desde “El caballero oscuro” hace una década. Y los creadores de “The Americans” (la serie sobre espías soviéticos en la era de Ronald Reagan) de FX, que suma cinco temporadas, han visto su apuesta grande: que todos nos interesaríamos en nuestra relación con la confrontación con Rusia otra vez –saldado de un modo que nadie podría haber anticipado. Pero si Joe Weisberg, el creador de la serie, no hubiese pensado que este material fuera interesante y valiera la pena explorar, nunca habría hecho la serie en el primer lugar. La mayoría de los trabajos “proféticos” son realizados por artistas que están mirando el mundo, no una tabla Ouija.
Este momento está poniéndose en foco justo cuando está a punto de terminar. Las suposiciones “equivocadas” (una temporada de “House of Cards” que bien podría haberse interpretado como una pesadilla derechista anti-Hillary, si ella hubiera sido elegida presidente) y los rápidos pivotes hacia las noticias (la temporada más reciente de “Homeland”) o lejos de eso (la temporada más reciente de “Scandal”) ya fueron representadas. Hasta donde cualquiera de nosotros sabe, las series y películas que sorprenden con un: “¿Quién sabía cuán perfecto sería esto en este momento?” ya se revelaron. A principios del próximo año eso también valdrá para algunas películas –me refiero a la llegada de “Pantera Negra” de Marvel en febrero de 2018 como la última película de estudio con luz verde pre-Trump sobre la cual podríamos terminar diciendo que fue una buena decisión.

La familia primera

Con el advenimiento del otoño (y el regreso de SNL) nos moveremos en un período en el cual la mayor parte de la resonancia será planeada. “The Papers”, de Steven Spielberg, un drama histórico sobre los periodistas del Washington Post que trataban de cubrir una administración hostil a su profesión, tuvieron luz verde este año; Ryan Murphy ha dicho que la próxima temporada de “American Horror Story” (una serie de terror con historias que se inician y concluyen en cada temporada), que comienza en septiembre, se inspiró en las elecciones de 2016. Los escritores de “Supergirl”, de la CW, anunciaron en Comic-Con que uno de los villanos de la nueva temporada será Morgan Edge, que en los cómics es un magnate de los medios y en la serie será reimaginado como –adivinaste– un implacable promotor inmobiliario (al igual que Trump antes de ser presidente. Una adaptación de “1984” (la distopía de la que nació el Gran Hermano) de George Orwell está en un teatro de Broadway este verano porque, en las palabras de su co-escritor y director Duncan Macmillan: “Pienso que la sensación era, tenemos que hacerlo ahora.” Y Jason Bateman, protagonista de “Arrested Development” le dijo a su audiencia que en la siguiente temporada se puede esperar que el creador Mitch Hurwitz y sus escritores “se apoyen con seguridad en muchas de estas cosas [vinculadas con Trump] “, con un enfoque explícito en las similitudes que muchos fans ya han notado entre los Bluths (la familia con problemas con la ley que protagoniza la serie) y la Primera Familia presidencial.
Mi conjetura –hablando de previsiones cuestionables– es que nuestra relación con el material de la cultura pop en la era Trump comenzará a cambiar en los próximos meses. Los críticos y el público por igual pueden ser sospechosos buscar un arte que, al parecer, quiere tener un efecto. Nos gusta estar inquietos, pero también queremos que se confirme nuestra política. Algunos de nosotros despreciamos “predicar en el coro”, pero nos gusta estar en el coro. Queremos descubrir la resonancia, pero preferimos que esté lo suficientemente oculta para que podamos darnos el mérito de fecundarla. Queremos que los artistas sean inteligentes pero no que “traten” de ser inteligentes. En cierto nivel, nos divertiríamos mucho criticando “Blade Runner 2049” o la nueva versión cinematográfica de “It”, de Stephen King, o la próxima temporada de “Stranger Things” o “Westworld” y diciendo “¡Pah, no pensé que sería tan oportuna!”, que si viéramos algo que pretende ser oportuno y apenas nos permite decir un “¡Seee!”.
Lo cual es casi ciertamente injusto. No hay nada manipulador o cursi en hacer arte que quiera expresar la época. La resonancia intencional no es hacer trampa; es el objetivo de la actualidad. E incluso “The Handmaid’s Tale” caerá en esta categoría: cuando llegue la temporada dos, el próximo año, se establecerá sobre algo que ya conocemos y, por definición, será una experiencia diferente. La serie, y la próxima ola de arte de la era Trump probablemente será sobre el mundo en el que estamos, no sobre el mundo que pocos de nosotros vimos venir.

* NB: entre paréntesis aparecen aclaraciones que contextualizan y no estaban en la nota original.

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