Peter Biskind | The Nation
2018 fue el año que vivimos en peligro, más de lo que creíamos. El cambio climático se abrió paso desde las páginas de opinión de la prensa estadounidense hasta la sección de noticias. Los polos se calentaron tan rápido que las capas de hielo que enfrían el planeta al reflejar los rayos del sol empezaron a derretirse, cambiando la velocidad de calentamiento a saturación. Los osos polares se convirtieron en una especie amenazada. La temperatura en Ouargla, Argelia, alcanzó los 51,2 grados, la lectura más alta y confiable jamás registrada. Japón se sofocó, mientras que Europa se congeló y luego se prendió fuego. Un mega tifón de 250 kilómetros por hora golpeó las Filipinas. En Estados Unidos, gran parte del norte de California se quemó, y huracanes de una fuerza sin precedentes barrieron ambas costas. Mientras tanto, las emisiones de gases de efecto invernadero del año pasado alcanzaron niveles récord, acelerándose como un “tren de carga desbocado”, según el Proyecto Global de Carbono. El Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático de la ONU concluyó que será necesario un esfuerzo de una magnitud que no tiene “precedente histórico documentado” para evitar la escasez de alimentos, los incendios forestales, etcétera. ¿Se convertirán los humanos en una especie en peligro de extinción, como el dodo?
Ante la abrumadora evidencia de que nuestro planeta se está calentando rápidamente, nuestro brillante presidente rechazó el cambio climático como un engaño chino, planea retirarse de los Acuerdos Climáticos de París y, a finales de 2018, rechazó un informe emitido por 13 de sus propias agencias federales donde se concluye que los efectos del cambio climático probablemente reducirán el producto bruto nacional de los Estados Unidos en un 10 por ciento antes de que termine este siglo. En la mitad de ese tiempo, para 2050, los rendimientos de los cultivos habrán bajado a niveles que no se ven desde la década de 1980. Él simplemente dijo: “No lo creo”.
Tampoco, aparentemente, lo creen millones de estadounidenses. Apenas a mediados del año pasado, las encuestas de Gallup informaron que no más de un 3 por ciento tiene al medio ambiente en el nivel de “el problema más importante que enfrenta el país”. La buena noticia es que dos encuestas posteriores, realizadas después de que el clima de 2018 se revelara como algo que ya no será tan extraño, señalan que siete de cada 10 estadounidenses ahora creen que nuestro planeta se está calentando. Aún así, el 48 por ciento de los republicanos está de acuerdo con Trump, y la pregunta sigue siendo: ¿Por qué demoró tanto el resto del país en darse cuenta?
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jueves, 30 de mayo de 2019
domingo, 5 de mayo de 2019
El capitalismo vigilante
Ilustración de Tim Robinson en The Nation.
Antes de que comenzaran su aguerrida y victoriosa
huelga el año pasado, los maestros de Virginia Occidental se opusieron a que se
introdujera en sus lugares de trabajo un programa de bienestar llamado Go365.
El programa forzaba a los empleados a descargar una aplicación que supervisaría
su salud y recompensaría con puntos el ejercicio y el buen comportamiento.
Quienes no acumularan 3.000 puntos al final del año serían penalizados con una
tarifa mensual de 25 dólares y aumentos que se descontarían del sueldo. Aunque
la adhesión al programa era voluntaria antes de que comenzara la huelga (desde
entonces fue eliminado), la indignación que produjo Go365 ayudó a que se
iniciara la huelga. Como le dijo una maestra a The New York Times, “La gente sintió que era muy invasivo tener que
descargar esa aplicación y verse obligado a entregar información confidencial”.
Al resistirse a Go365, los maestros de Virginia
Occidental libraron dos batallas a la vez: lucharon en las trincheras de la
austeridad del estado y en las líneas del frente de la vigilancia digital
privada. La aplicación presagiaba muchas de las preocupantes tendencias que
Shoshana Zuboff describe en su nuevo libro, La era del capitalismo vigilante, donde explica que las empresas de Silicon
Valley buscan tecnologías portátiles y otros dispositivos inteligentes para
obtener una visión cada vez más detallada de nuestra salud física y emocional.
Go365 midió los pasos diarios de los maestros con la ayuda de un Fitbit; las
camas Sleep Number miden las horas que estamos acostados y la calidad de
nuestro descanso; una nueva compañía llamada Realeyes planea vigilar nuestras
expresiones faciales mientras vemos anuncios, interpretando nuestras emociones
en tiempo real.
Sin embargo, las empresas de Silicon Valley no solo
quieren monitorear nuestro comportamiento, también planean moldearlo. Su
influencia sobre nuestras acciones podría ser indirecta por ahora, efectuada a
través de los premios y penalidades que Go365 gatilló contra los maestros. Al
integrar estos dispositivos en nuestras vidas diarias, las compañías también
establecen el escenario para una futura intervención más directa. Zuboff cita a
un desarrollador de software que fantasea en voz alta acerca de la capacidad de
la industria tecnológica para presionarnos y estimularnos a control remoto: “Podemos
saber si no está en condiciones de manejar, y simplemente podemos apagar su
auto. Le ordenamos a la TV que se apague y hacemos que duerma un poco, o
ponemos la silla a vibrar porque no debería estar sentado tanto tiempo”.