Ilustración de Tim Robinson en The Nation.
Antes de que comenzaran su aguerrida y victoriosa
huelga el año pasado, los maestros de Virginia Occidental se opusieron a que se
introdujera en sus lugares de trabajo un programa de bienestar llamado Go365.
El programa forzaba a los empleados a descargar una aplicación que supervisaría
su salud y recompensaría con puntos el ejercicio y el buen comportamiento.
Quienes no acumularan 3.000 puntos al final del año serían penalizados con una
tarifa mensual de 25 dólares y aumentos que se descontarían del sueldo. Aunque
la adhesión al programa era voluntaria antes de que comenzara la huelga (desde
entonces fue eliminado), la indignación que produjo Go365 ayudó a que se
iniciara la huelga. Como le dijo una maestra a The New York Times, “La gente sintió que era muy invasivo tener que
descargar esa aplicación y verse obligado a entregar información confidencial”.
Al resistirse a Go365, los maestros de Virginia
Occidental libraron dos batallas a la vez: lucharon en las trincheras de la
austeridad del estado y en las líneas del frente de la vigilancia digital
privada. La aplicación presagiaba muchas de las preocupantes tendencias que
Shoshana Zuboff describe en su nuevo libro, La era del capitalismo vigilante, donde explica que las empresas de Silicon
Valley buscan tecnologías portátiles y otros dispositivos inteligentes para
obtener una visión cada vez más detallada de nuestra salud física y emocional.
Go365 midió los pasos diarios de los maestros con la ayuda de un Fitbit; las
camas Sleep Number miden las horas que estamos acostados y la calidad de
nuestro descanso; una nueva compañía llamada Realeyes planea vigilar nuestras
expresiones faciales mientras vemos anuncios, interpretando nuestras emociones
en tiempo real.
Sin embargo, las empresas de Silicon Valley no solo
quieren monitorear nuestro comportamiento, también planean moldearlo. Su
influencia sobre nuestras acciones podría ser indirecta por ahora, efectuada a
través de los premios y penalidades que Go365 gatilló contra los maestros. Al
integrar estos dispositivos en nuestras vidas diarias, las compañías también
establecen el escenario para una futura intervención más directa. Zuboff cita a
un desarrollador de software que fantasea en voz alta acerca de la capacidad de
la industria tecnológica para presionarnos y estimularnos a control remoto: “Podemos
saber si no está en condiciones de manejar, y simplemente podemos apagar su
auto. Le ordenamos a la TV que se apague y hacemos que duerma un poco, o
ponemos la silla a vibrar porque no debería estar sentado tanto tiempo”.
Capitalismo amable
Basándose en investigaciones exhaustivas y ese tipo de entrevistas
alarmantes, The Age of Surveillance
Capitalism lanza una urgente advertencia sobre nuestro posible futuro.
Zuboff analiza las innovaciones tecnológicas y los mecanismos de mercado que
hacen que la vigilancia ubicua sea cada vez más posible. Aunque su diagnóstico
es escalofriante, son pocas sus soluciones. A lo largo del libro, se denuncia
los abusos perpetrados por las compañías de Silicon Valley y la autora
argumenta que representan una ruptura radical de una forma anterior y más
amable de capitalismo. Pero al negarse a reconocer las continuidades entre los
modos de explotación pasados y los últimos horrores del capitalismo vigilante,
aleja a los lectores en última instancia de los caminos de resistencia más
prometedores.
Zuboff ha sido aclamada como un “gurú de la gestión inconformista”
y una “profeta de la era de la información”. Ex columnista de Fast Company y
Businessweek y una de las primeras mujeres en la Harvard Business School, ha
sido una voz líder en tecnología de la información y negocios durante más de 30
años. Captó amplia atención por primera vez con su libro de 1988, En la era de la máquina inteligente, un
estudio primerizo e influyente sobre cómo la tecnología informática afectaría a
la fuerza laboral estadounidense. Este proyecto fue notable en su ambición, y
Zuboff se fijó un objetivo aún mayor en un artículo de 2015 que resumió los
fundamentos del capitalismo vigilante: “Hace un momento”, escribe, “aún parecía
razonable enfocar nuestras preocupaciones en los retos de la informática en el
trabajo o de una sociedad de la información. Ahora, las preguntas duraderas de
autoridad y poder deben dirigirse al marco más amplio posible, la civilización
de la información”. En La era del
capitalismo vigilante, que tiene más de 700 páginas, se propone describir
el comienzo de una civilización, una que –arguye– estará dominada por Silicon
Valley y su aparato de vigilancia.
Primeros
días
En la primera sección de su extenso libro, Zuboff rastrea el
nacimiento del capitalismo vigilante hasta un momento de 2003 cuando Google
presentó una patente titulada “Generación de información de usuario para su uso
en publicidad dirigida”. En los primeros días de Google, explica, la compañía
vinculó la publicidad sólo para responder consultas. Mientras tanto, las vastas
cantidades de datos que recopiló sobre usuarios particulares (incluido “el
número y el patrón de los términos de búsqueda, tiempos de espera, patrones de
clic y ubicación”) se utilizaron solo para mejorar la experiencia de los
usuarios. Sin embargo, la patente de 2003 prometió convertir ese “escape de
datos” en un “excedente de comportamiento” que podría usarse para aumentar la
precisión de la publicidad dirigida, un negocio mucho más lucrativo. Zuboff
argumenta que este enfoque de la recopilación de datos se hizo tan exitoso que
llevó a una nueva lógica de acumulación: a partir de 2003, Google buscaba
recopilar y monetizar la mayor cantidad posible de datos de los usuarios.
El “imperativo de extracción”, como lo llama Zuboff, eventualmente
migró más allá de Google. En 2008, la ejecutiva de Google, Sheryl Sandberg (a
quien Zuboff apoda la “Typhoid Mary” –fiebre tifoidea– del capitalismo
vigilante) dejó al gigante de las búsquedas para ocupar un puesto en Facebook.
Su objetivo era monetizar la información íntima que la compañía de Mark
Zuckerberg recopila de los usuarios, transformando a una red social como
Facebook en “un gigante de la publicidad”. Desde allí se corrió la voz
rápidamente, con gigantes como Microsoft, AT&T, Verizon y Comcast uniéndose
al negocio de la extracción de excedentes de comportamiento.
Hoy en día, empresas de todo tipo están tratando de
entrar en el juego. La televisión inteligente de Samsung graba conversaciones
privadas en salas de estar de todo el país; la última aspiradora Roomba traza
los planos de sus usuarios; el CEO de Allstate Insurance espera, según sus
propias palabras, “vender esta información que obtenemos de personas que
conducen a varios otros y capturar alguna fuente de ganancias adicional”. Estas
compañías pertenecen a industrias que están afuera del ámbito tradicional de
los dispositivos de alta tecnología y plataformas de internet de Silicon
Valley, pero lo que comparten con Google y Facebook es un deseo de generar
ganancias a partir de su conocimiento íntimo de nuestro comportamiento y
experiencia.
Zuboff muestra que estas invasiones cada vez más
frecuentes de nuestra privacidad no son accidentales ni opcionales; son en
cambio una fuente clave de ganancias para muchas de las empresas más exitosas
del siglo XXI. Por lo tanto, estas compañías tienen un interés financiero
directo en ampliar, profundizar y perfeccionar la vigilancia de la que ya se
benefician, y en asegurarse de que siga siendo legal.
Datos oscuros
Como resultado de este auge en la extracción de
datos, también están surgiendo nuevas tecnologías: los ingenieros intentan
desarrollar herramientas que extraigan todo tipo de “datos oscuros” –el término
de Silicon Valley para esa dimensión de la experiencia humana actualmente
inaccesible para el análisis algorítmico. Para extraer datos oscuros, Google,
Facebook y otros están desarrollando hogares inteligentes y dispositivos
portátiles, autos que conducen por sí mismos, drones y realidad aumentada.
Incluso se esfuerzan por monitorear el funcionamiento interno del cuerpo a
través de sensores digestibles y mapean la vida interna de una persona a través
de los llamados análisis de emociones.
El propósito principal de estas perturbadoras nuevas
tecnologías no es influir en el comportamiento del consumidor, sino generar
predicciones precisas. Sin embargo, ese “imperativo de predicción”, como lo
llama Zuboff, naturalmente conduce al deseo de influencia. Por ejemplo,
Facebook cuenta con un servicio de “predicción de lealtad” que identifica a “las
personas que están” en riesgo “de cambiar su lealtad a la marca” e impulsa a
los anunciantes a intervenir rápidamente. El objetivo, explica Zuboff, no es
solo conocernos mejor, sino también encontrar formas de manipular y controlar
nuestras acciones al servicio de los anunciantes. Como le dijo uno de los
principales científicos de datos: “El acondicionamiento a gran escala es
esencial para la nueva ciencia de la conducta humana masiva”. Las secciones más
persuasivas (y terroríficas) de su libro muestran este rápido crecimiento de
las ambiciones de Silicon Valley, desde la extracción masiva de datos hasta un
monitoreo ubicuo para diseminar una modificación general del comportamiento.
Instrumentalismo
La tercera sección del libro de Zuboff está dedicada
a describir una nueva ideología, el instrumentalismo, que dice que dominará el
siglo XXI. Para explicar esta nueva especie de poder, regresa primero al
trabajo de mediados de siglo del psicólogo B.F. Skinner, quien argumentó que el
libre albedrío era una ilusión y que cualquier acción que pareciera libremente
elegida o espontánea era solo un comportamiento que aún no se había predicho,
explicado, y condicionado por la psicología conductiva. Finalmente, según
Skinner, tal análisis podría ser usado para reemplazar el caos de la “libertad”
individual con la ingeniería social a gran escala. Esta idea, argumenta Zuboff,
ahora ha sido retomada por investigadores líderes como Alex “Sandy” Pentland,
del MIT, cuyo artículo de 2014, “La muerte de la individualidad” sugiere que
debemos eliminar al individuo como la unidad de racionalidad gobernante y
centrarse en cómo nuestra sociedad está gobernada por una “inteligencia
colectiva”. Aunque la mayoría de los desarrolladores de Silicon Valley parecen
carecer de las ambiciones utópicas (o, más bien, distópicas) de Skinner y
Pentland, Zuboff advierte que su búsqueda de beneficiarse de la modificación
del comportamiento eventualmente se fusionará con el proyecto de control social
del instrumentalismo.
El libro presenta el instrumentalismo como una “ruptura
decisiva” de una forma de capitalismo anterior, aparentemente más benéfica.
Zuboff elogia ampliamente el capitalismo de mercado cerca del final del libro,
argumentando que “despertó la marcha imparable hacia la libertad” en los
Estados Unidos y el Reino Unido y ayudó a “sacar a gran parte de la humanidad
de milenios de ignorancia, pobreza y dolor”. Pero le preocupa que el
capitalismo vigilante de hoy viole algunos de los principios básicos de este
modelo anterior, incluido el individualismo liberal, el hogar burgués, la mano
invisible y lo que ella denomina las “reciprocidades orgánicas” entre el
capital y el trabajo. Al recurrir a Adam Smith y Friedrich Hayek, se queja de
que las vastas cantidades de datos disponibles para las compañías de tecnología
harán predecibles mercados que alguna vez fueron desconocidos, lo que otorga a
esas compañías un poder sin precedentes sobre nuestras vidas económicas. Ella
señala que Silicon Valley tiene relativamente pocos empleados y una relación
inusual con su base de clientes (dependiendo de los usuarios cuyos datos se
extraen, a diferencia de los consumidores tradicionales). Por este motivo,
argumenta, Mark Zuckerberg no tiene la misma relación mutuamente beneficiosa
para el público que alguna vez tuvo Henry Ford.
Es en su discusión de la democracia de mercado que
las limitaciones del análisis de Zuboff pasan a primer plano. Para ella, el
mercado –antes del auge del monopolio de las plataformas (y, en menor medida,
el neoliberalismo)–, se caracterizaba por la libertad individual y la libre
elección. Por lo tanto, a ella no le interesa cómo la vigilancia puede
profundizar las formas de explotación y coerción que siempre estructuraron el
capitalismo de mercado, en particular para las comunidades marginadas y
racializadas. Su compromiso con el libre mercado también explica por qué dedica
muy poco espacio a considerar el papel que podría desempeñar el estado para
contrarrestar el poder de Silicon Valley. En la reciente colección de ensayos “Economics
for the Many” (“Economía para la mayoría”), Nick Srnicek aboga por la
socialización de los monopolios de plataformas como Facebook. Aunque su
propuesta es defectuosa (Srnicek admite que el estado podría usar nuestros
datos privados con diferentes fines distópicos), está a la altura y tiene la
ambición necesaria para hacer frente a esta amenaza. Zuboff, por el contrario,
pasa mucho tiempo animándonos a actuar, pero nos da muy poca idea de cómo.
Políticamente
fallido
La era del
capitalismo vigilante logra pintar un retrato oscuro del creciente poder
de Silicon Valley, pero finalmente fracasa en su análisis político. ¿En qué
servicio y a qué costo es efectivo el control del capitalismo vigilante? Zuboff
busca la mayor explicación posible: argumenta que Silicon Valley está en la
pendiente de una ideología radical instrumentalista que apunta a suplantar al
individualismo liberal con la ingeniería social a gran escala. Pero no
necesitamos una nueva teoría política espeluznante para explicar lo que está
sucediendo; ya es perfectamente legible en el contexto del capitalismo liberal.
Las empresas no buscan el control al perseguir las utopías diseñadas por
Skinner o Pentland. Sus objetivos son mucho más simples: primero, acumular
ganancias a través de publicidad dirigida y, segundo, promover sus intereses
económicos y políticos directos. El problema con el capitalismo vigilante es
tanto el capitalismo como la vigilancia.
Al final de su libro, Zuboff busca animar a sus lectores a la
acción colectiva contra los gigantes de Silicon Valley. Arguye que no podemos
tratar la invasión de nuestra privacidad como un problema personal que debe
gestionarse con nuevas formas de cifrado o evasión. En cambio, debemos tratarlo
como un problema social que debe abordarse a través de la oposición democrática
generalizada. “El individuo solo no puede soportar la carga de la justicia”,
escribe, “como tampoco un trabajador en los primeros años del siglo veinte
podría soportar individualmente la carga de luchar por salarios y condiciones
de trabajo justos. Hace un siglo, los trabajadores se organizaron para la
acción colectiva y finalmente inclinaron las escalas del poder. Los ‘usuarios’
de hoy tendrán que movilizarse de nuevas maneras”. Como ejemplo de una acción
colectiva tan inspiradora, observa a un grupo activista llamado None of Your
Business (No es asunto tuyo), cuyo objetivo es imponer multas significativas a
las empresas que no cumplan con las regulaciones de privacidad existentes.
Si bien su deseo de defenderse es, por supuesto, noble, el sutil y
retórico desliz de Zuboff de “trabajadores” a “usuarios” es preocupante. Para
ella, la batalla por “salarios justos y condiciones de trabajo” es
aparentemente cosa del pasado, resuelta hace un siglo cuando los trabajadores
finalmente “inclinaron la balanza del poder”. Por supuesto, sabemos que estas
luchas están lejos de terminar, y El
capitalismo vigilante está preparado para hacerlas mucho más difíciles.
Silicon Valley no solo perjudica a los trabajadores en los centros de entregas
de Amazon o en las fábricas chinas de iPhone, donde los abusos ya son lo
suficientemente horrendos. También hace que todos los trabajadores sean más
vulnerables al espionaje y a la persecución de sus jefes. Zuboff describe un
nuevo servicio para empleadores (y propietarios) que rastrea y analiza la
actividad en las redes sociales de los solicitantes, incluidos los mensajes
privados, para evaluar su carácter. Mientras tanto, Pentland propone el uso de “sensores
portátiles discretos” llamados sociómetros que ayudarían a los gerentes a “inferir
las relaciones entre colegas”.
Aunque Zuboff toma nota de estos ejemplos, dedica muy poco tiempo
a discutirlos, en lugar de enfocarse en cómo el capitalismo vigilante puede
afectarnos durante nuestras horas de ocio, cuando nos acercamos a la tecnología
principalmente como usuarios. Enfatiza la vigilancia en el hogar sobre la
vigilancia en la oficina; está más preocupada por la forma en que nos manipulan
mientras compramos que cuando trabajamos. Una vez más, su nostalgia por una
forma anterior de capitalismo de mercado limita el poder de su crítica: Zuboff
tiene la intención de proteger una imagen idealizada del individuo liberal (alguien
que intercambia libremente en el mercado y luego regresa a la privacidad del
hogar) y presta poca atención a los rincones de nuestra sociedad en lo que el
capitalismo siempre ejerció la vigilancia: prisiones, hospitales, fronteras,
lugares de trabajo.
Sin embargo, la buena noticia es que si bien Zuboff acaso lo
ignora, el trabajo también ofrece un sitio de resistencia mucho más prometedor
que las regulaciones y multas que defiende None of your Business. Si los que
están en los márgenes de nuestra sociedad son los más propensos a verse
directamente afectados por la vigilancia, entonces construir el poder en esos
márgenes (entre inquilinos, deudores, inmigrantes, presos y, por supuesto,
trabajadores) nos permitirá resistir los peores abusos del capitalismo
vigilante en su punto de aplicación. Los maestros en Virginia Occidental sabían
que Go365 amenazaba su dignidad y su sustento. Usaron el poder de su sindicato
para luchar y ganar. Para resistir el auge del capitalismo vigilante deberíamos
mirar ejemplos como esos.
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