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miércoles, 17 de abril de 2019

maten al mensajero

La semana pasada el mundo conoció el rostro hirsuto y demacrado del australiano Julian Assange, fundador de WikiLeaks, después de siete años en la embajada ecuatoriana en Londres y de más de un año en el que el actual régimen del presidente de Ecuador, Lenin Moreno, le hiciera la vida imposible en la residencia, obligándolo a atender su salud por su propia cuenta, desatendiendo sus subsistencia y prohibiéndole que vuelva a publicar en el sitio WikiLeaks, a través del cual los argentinos nos enteramos de la íntima relación que periodistas, dirigentes políticos, judiciales y actuales funcionarios de la Nación mantienen con la embajada de Estados Unidos, entre otras cosas terribles que el gobierno más poderosos del mundo sembró en el orbe en los últimos años: guerras, golpes de estado, asesinatos, espionaje y operaciones de todo que tuvieron como resultado millones de muertos, pobreza creciente y una corrupción invisible e inconmensurable.
Lenin Moreno le retiró la ciudadanía ecuatoriana a Assange y agentes de Scotland Yard ingresaron a la embajada –es decir, a territorio extranjero– a detener a un periodista desgreñado, con el pelo y la barba crecida sobre un rostro abandonado a la desesperanza. Lo arrastraron al exterior, que pisaba por primera vez después de un año, y la luz del día le lastimaba los ojos.
“Dirigido por los quasi fascistas del Washington de Trump –escribió John Pilger en CounterPunch– y en liga con el Ecuador de Lenin Moreno –un mentiroso y un judas latinoamericano que intenta disfrazar su rancio régimen–, la élite británica abandonó su último mito imperial, ese que aludía a la equidad y la justicia”.
 
Soberano

El mismo Moreno publicó ese 11 de abril en Twitter: “Ecuador decidió soberanamente retirar el asilo diplomático a Julian Assange por violar reiteradamente convenciones internacionales y protocolo de convivencia”. La respuesta del ex presidente Rafael Correa, también perseguido por el régimen de Moreno –quien llegó al cargo asumiéndose como su continuador–, no tardó en llegar por la misma red social y desde Bruselas: “‘Decisión soberana’”, ¡vaya manera de llamar a la mayor canallada y cobardía! Esto jamás será olvidado por la humanidad entera. Uno de los actos más atroces fruto del servilismo, la vileza y la venganza. La historia será implacable con los culpables de algo tan atroz”.
En Twitter circuló ese día un meme que nació en inglés y resumía la situación, allí se veía una fotografía de Assange y la frase: “Te entrego información gratuita de las grandes empresas y soy un terrorista”. A continuación, sobre una fotografía de Mark Zuckerberg, creador de Facebook, la otra frase: “Le cobro a las empresas por entregarle tu información confidencial y soy el hombre del año”.
La detención de Assange es un mensaje claro: basta de periodismo que investiga, incomoda y difunde secretos acerca de cómo se asesina y se empobrece a pueblos enteros. David McCraw, abogado principal del New York Times –periódico que se valió de las revelaciones de Assange y no fue tan amable con él en los últimos tiempos–, escribió una vez que se conoció la decisión de Moreno de soltarle la mano: “Creo que el procesamiento (de Assange) sería un muy, pero muy mal precedente para los editores. De todo lo que entiendo, está en un clásico lugar de editor y a la ley le costaría mucho distinguir entre la posición del New York Times y WikiLeaks”.

Argenleaks

El periodista argentino Santiago O’Donnell, quien se reunió con Assange en 2010 –pasaría con él la Navidad de 2015 en la embajada ecuatoriana, como lo contó en una entrevista–, publicó al año siguiente “Argenleaks” y, más tarde, “Politileaks”. Allí desenmascaró el meticuloso trabajo de la embajada estadounidense con gran parte de la entonces oposición. Las frecuentes visitas de la diputada Elisa Carrió, los pedidos de intervención del jefe de gobierno porteño, Mauricio Macri en esos tiempos y las órdenes expresas al entonces fiscal de la causa Amia, Alberto Nisman, para que abandone la pista siria y la complicidad interna, y se dedique a inculpar a los iraníes.
Lo que “Argenleaks” enseñaba era la extrema dependencia de un gran sector de la política argentina –periodistas, jueces y empresarios incluidos– del trabajo de inteligencia de la embajada.
Las filtraciones de Wikileaks –definida como una organización que trabaja con datos encriptados para desenmascarar a los poderosos revelando sus secretos–, hicieron su estruendosa aparición pública en 2010 con la publicación de un video en el que se veía cómo soldados estadounidenses asesinaban a civiles, niños y dos periodistas de Reuters en Irak.
Desde entonces muchos de los medios más importantes a nivel global se nutrieron de esa información y remontaron la cuesta de un periodismo decadente, que volvió a mostrar la hilacha en los últimos años cuando, presionado por las agencias gubernamentales de Estados Unidos e Inglaterra, comenzaron a sembrar de dudas la credibilidad de Assange y a dejarlo solo, aislado en su exilio involuntario en la embajada ecuatoriana.

Asilo

A Assange se le concedió asilo en la embajada en 2012 para evitar la extradición a Suecia para responder preguntas sobre denuncias de delitos sexuales que finalmente se retiraron. Assange temía que una vez bajo la custodia sueca fuera extraditado a los Estados Unidos. Desde el gobierno británico dijeron que, aunque ya no lo buscan para interrogarlo en Suecia, Assange sería arrestado y encarcelado por violar las condiciones de su fianza si abandona la embajada.
Gracias a las filtraciones –escribía el periodista estadounidense Chris Hedges en noviembre del año pasado– “nos enteramos que la Fundación Clinton recibió millones de dólares de Arabia Saudita y Qatar, dos de los principales financiadores del Estado Islámico. Como secretaria de estado, Hillary Clinton devolvió a sus donantes la aprobación de 80 mil millones de dólares en venta de armas a Arabia Saudita, lo que le permitió a ese reino llevar a cabo una guerra devastadora en Yemen, lo que provocó una crisis humanitaria que incluye la escasez generalizada de alimentos y una epidemia de cólera, además de dejar cerca de 60.000 muertos. Supimos que a Clinton le pagaron 675.000 dólares por hablar en Goldman Sachs, una suma tan grande que solo se puede describir como un soborno. Nos enteramos de que Clinton le dijo a las élites financieras en sus lucrativas conversaciones que quería ‘comercio abierto y fronteras abiertas’ y que creía que los ejecutivos de Wall Street estaban mejor posicionados para administrar la economía, una declaración que contradecía directamente sus promesas de campaña. Aprendimos que la campaña de Clinton trabajó para influir en las primarias republicanas para garantizar que Donald Trump fuera el candidato republicano. Aprendimos que Clinton obtuvo información anticipada sobre preguntas del debate de las primarias. Nos enteramos, porque 1.700 de los 33.000 correos electrónicos vinieron de Hillary Clinton, que fue ella la principal arquitecta de la guerra en Libia. Nos enteramos de que creía que el derrocamiento de Moammar Gadhafi acabaría con sus credenciales como candidata presidencial. La guerra que buscó dejó a Libia en el caos, vio el ascenso al poder de los yihadistas radicales en lo que ahora es un estado fallido, desencadenó un éxodo masivo de migrantes a Europa, se vieron las reservas de armas de Libia incautadas por milicias rebeldes y radicales islámicos en toda la región, lo que resultó en 40.000 muertos. ¿Debería esta información haber permanecido oculta al público estadounidense?”.
“Hace una década –escribió el viernes pasado Pilger en su columna en CounterPunch–, el Ministerio de Defensa en Londres lanzó un documento secreto que describía las tres ‘principales amenazas’ al orden público: terroristas, espías rusos y periodistas de investigación. Este último fue designado como la principal amenaza. El documento se filtró debidamente en WikiLeaks, que lo publicó. ‘No teníamos otra opción’, me dijo Assange. ‘Es muy sencillo. Las personas tienen el derecho a saber y el derecho a cuestionar y desafiar el poder. Esa es la verdadera democracia’”.
John Pilger conoció en la década de 1970 a la realizadora Leni Reifenstahl, amiga íntima de Adolf Hitler, cuyas películas ayudaron a hechizar a los nazis sobre la Alemania aria. Cuenta: “Me dijo que el mensaje en sus películas, la propaganda, no dependía de las ‘órdenes de arriba’, sino de lo que ella llamaba el ‘vacío sumiso’ del público. ‘¿Este vacío sumiso incluye a la burguesía liberal y educada?’, le pregunté. ‘Por supuesto’, dijo, ‘especialmente a la intelligentsia. Cuando las personas ya no hacen preguntas serias, son sumisas y maleables. Cualquier cosa puede suceder’”.

Resistir

“Están manipulando a mi hijo para hallar una excusa que permita entregarlo a los EEUU, donde se enfrentaría a un espectáculo en los tribunales”, advirtió Christine Assange, madre del fundador de WikiLeaks, en noviembre pasado. En los últimos ocho años no tuvo un proceso legal adecuado. Resultó injusto en cada paso, con mucha perversión de la justicia. No hay razón para considerar que esto cambiará en el futuro. El gran jurado de Estados Unidos para WikiLeaks, que que emitió la orden de extradición, fue retenido en secreto por cuatro fiscales, pero no hubo defensa ni juez. El tratado de extradición estadounidense-británico permite que los EEUU extraditen a Julián a los EEUU sin una base jurídica adecuada. Una vez en EEUU, la National Defense Authorization Act (el equivalente de una ley que autoriza las Defensa Nacional) permite la detención indefinida sin juicio. Julian podría muy bien ser prisionero en la Bahía de Guantánamo y torturado, condenado a 45 años en una prisión de máxima seguridad, o enfrentar la pena de muerte. “Mi hijo está en grave peligro debido a una brutal persecución política por parte de los matones en el poder, cuyos crímenes y corrupción expuso valientemente cuando era editor en jefe de WikiLeaks”.
Assange está solo. “Tenemos que volver ensordecedora nuestra protesta contra esta brutalidad”, dijo su madre. “Les pido a todos los periodistas que se pongan de pie porque él es su colega y ustedes son quienes siguen. Les pido a todos los políticos que dicen que entraron a la política para ayudar a la gente a levantarse ahora. Les pido a todos ustedes, activistas que apoyan los derechos humanos, los refugiados, el medio ambiente y están en contra de la guerra, que se levanten ahora porque WikiLeaks ha servido a las causas por las que se pronunciaron y Julián está ahora sufriendo a su lado. Llamo a todos los ciudadanos que valoran la libertad, la democracia y los procesos legales justos a dejar de lado sus diferencias políticas y unirse, levantémonos ahora. La mayoría de nosotros no tenemos el coraje de informantes o periodistas como Julian Assange, quien hizo pública su información para que podamos estar al tanto y advertidos sobre los abusos de poder”.
En su último artículo sobre un tema que siguió y sobre el que advirtió ni bien el régimen del presidente Moreno comenzó a contemplar la idea de entregar a Assange, Chris Hedges señala: “Debemos resistir. Debemos, de todas las formas posibles, presionar al gobierno británico para que detenga el linchamiento judicial de Assange. Si Assange es extraditado y juzgado, creará un precedente legal que pondrá fin a la capacidad de la prensa –que Trump ha llamado en repetidas ocasiones “el enemigo del pueblo”– para responsabilizar al poder de los crímenes de guerra y los financieros, la persecución de disidentes, de minorías e inmigrantes, el saqueo de las corporaciones contra las naciones y el ecosistema y el despiadado empobrecimiento de hombres y mujeres que trabajan para engrosar las cuentas bancarias de los ricos y consolidar el total contable de los oligarcas globales. Su control sobre el poder no solo se expandirá, sino que ya no será parte del debate público. Primero Assange, luego nosotros”.

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No castigan el pasado, sino el futuro

Giorgio Agamben*

Conocí a Assange hace dos años en la Embajada de Ecuador en Londres. Cuando recuerdo lo que me contó durante nuestro encuentro, creo que uno puede entender por qué fue arrestado. Assange me relató que estaba investigando cómo planeaba Google hacer uso de la inmensa cantidad de información que tiene a su disposición. Según Assange, tenía que ver con vender a compañías de seguros y a los servicios secretos nuestros datos sobre intereses, deseos, hábitos de consumo, estado de salud, prácticas de lectura; en pocas palabras, sobre la vida de millones de personas en todos sus aspectos.
Según Assange, y creo que podemos compartir su opinión, esto significaría un aumento sin precedentes en las posibles formas de controlar a los seres humanos a través de los poderes del mercado y la policía. Lo que está en el meollo del arresto de Assange es, por lo tanto, no solo el deseo de castigar las investigaciones anteriores de WikiLeaks, sino también impedir las investigaciones en curso que, evidentemente, parecen estar amenazadas por todos los implicados. Es también por esta razón que es necesario expresar una solidaridad sin reservas con Assange.

* Publicado en su columna “Una voce” del sitio Quodlibet.it

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