Le hice cinco preguntas al generosísimo Eduardo Crespo, que me respondió desde Brasil:
—¿Qué escenario supone la liberación de Lula en un Brasil que, como escribiste, está en el desarmadero?
—Lo de lula es un fenómeno de resistencia. No es que vas a tener dentro de poco una oposición armada o que en breve se vaya a manifestar en una opción electoral o de poder. Lula libre era una bandera que estaba levantando todo el mundo, no sólo los petistas (por el PT, Partido de los Trabajadores). La mayor parte de quienes no son la derecha de Bolsonaro levantaban esa bandera. Se convirtió en una bandera internacional. Después hubo una serie de eventos que, de alguna manera, desacreditaron el fenómeno del Lava Jato. El conocido Vaza Jato, cuando salieron las filtraciones (de las conversaciones a través de Instagram) del ex juez Sergio Moro (hoy ministro de Justicia de Brasil) con (el fiscal Deltan) Dallagnol, que demostraban que era todo un arreglo para encarcelar a Lula, que las motivaciones eran políticas y que los tipos estaban involucrados en acuerdos con empresarios y probablemente con Estados Unidos. Eso lo descalificó mucho y creó el clima para que se favorezca esta salida de Lula. No sé bien los entretelones del poder judicial. Pero es parte de un proceso de resistencia que va a dominar en América Latina. El discurso de Lula de este sábado fue muy fuerte, muy agresivo. Comparto lo que dijo. Lula, si bien dijo que no sale con odio en su corazón y que no tiene sed de venganza, sino que aprovechó la prisión para meditar, explícitamente dijo que Bolsonaro lidera una banda de milicianos, que gobierna para las milicias de Río de Janeiro, que Moro es un canalla, que Dallagnol es un canalla, le dijo a Trump que no se meta más con América Latina, que O Globo está esparciendo mierda. Fue un discurso muy de oposición y tratando de nuclear a todo lo que es de izquierda. Incluso dijo que tenemos que respetar la autonomía en América Latina, solidarizarnos con el pueblo venezolano. Entonces, diría que ese discurso apunta a reagrupar la tropa e iniciar una resistencia. Es crear una oposición que hoy no hay en Brasil, porque hasta hace poco la bandera del PT era “Lula libre”, no había mucho más que eso. Era clara su oposición al tema económico. Lula puso a (el ministro de Economía Paulo) Guedes y a todas las reformas que está haciendo como el enemigo. En definitiva, Lula hoy apunta a reagrupar por izquierda bajo su liderazgo. No es el Lula componedor que conocíamos.
—¿Y cómo puede repercutir eso en la relación con Argentina, después del desplante de Bolsonaro a Alberto Fernández y el llamado de Donald Trump felicitando a Fernández?
—Va a ser muy difícil para Fernández. Así como hablé de resistencia en Brasil, ahora en Bolivia, Chile y Ecuador. El de Fernández será un gobierno de resistencia, aún con lo diferente que pueda ser. Las tiene todas en contra. Tiene una situación económica explosiva porque está sin reservas, porque está súper endeudado por la herencia maldita que le deja este gobierno de Macri, y a eso hay que agregarle una encerrona internacional. No sabemos cuál será la posición de Estados Unidos en la negociación con el FMI. Pero va a tener que encarar desde el punto de vista económico grandes riesgos de un default inminente y, esperemos que no, una aceleración inflacionaria. Y eso en un contexto en el que no me sorprendería que se busque voltearlo. Estoy viendo tuits de muchos liberales, republicanos y demócratas justificando lo de Bolivia, apadrinando lo que viene ocurriendo en distintos lugares, gente que no se anima a hablar mal de Bolsonaro. Entonces, si se da una movida parecida acá, van a apoyar. Tanto interna como externamente, a Alberto Fernández le toca bailar con la más fea. ¿Qué tiene a favor? Que Argentina es la sociedad más democrática del continente, la que más repudia cualquier posibilidad de dictadura, la que tuvo la sanción más profunda contra los militares con los juicios a las Juntas. Una salida antidemocrática en Argentina la veo más complicada. Otra ventaja es que el peronismo tiene una tradición de organización y de lucha mayor que el PT en Brasil e imagino también, que el caso de los bolivianos. Por su estructura de poder controlar provincias, municipios, sindicatos, es el peronismo.
—El análisis que muchos hicieron en Argentina es que lo próximo, de fracasar el gobierno de Fernández, es un Bolsonaro argentino, ¿lo ves probable?
—No veo muy probable que en Argentina exista algo semejante a Bolsonaro porque se trata de sociedades muy diferentes. Básicamente por lo que decía antes, porque el repudio a lo que fue la dictadura no es igual a lo que pasa en Brasil. Segundo, creo que todavía la capilaridad del Estado y del peronismo sobre la mayor parte de la sociedad es mayor. Es decir, la llegada del Estado, incluso en la forma de punteros, no es la que hay en Brasil, donde hay parte del territorio donde el Estado no llega. Y a esos lugares llegan la Iglesia evangelista, el narcotráfico o las milicias. En Argentina no hay ese grado de putrefacción, de descomposición de la sociedad por abajo. No hay Estados paralelos, por lo menos en las dimensiones que se ven en Brasil. Algo semejante a Bolsonaro, un gobierno de milicianos, con grupos de exterminio, en Argentina lo veo muy improbable. Sí puede haber una derecha pesada, de mano dura, que mate a un tipo en una manifestación y que lo justifique. Pero un grado de descomposición como el de Brasil no imagino. No hay una sociedad tan degradada como para caer en el misticismo, como pasa en Brasil. Es decir, no veo un Bolsonaro. Tendrá otra forma. Pensemos que los casos más extremos, como José Espert y Gómez Centurión, fueron un fiasco total. Pareciera más posible que en una derecha que pueda reemplazar a Alberto Fernández tendría más chances el macrismo que una derecha extrema. Es lo que interpreto. Puedo equivocarme.
—Acaban de dar un golpe de estado en Bolivia, ¿creés que eso puede tener una repercusión mayor en la región? Me refiero al nivel espantoso de división social que se instaló en toda la región, con los estallidos en Chile y Ecuador. Y con la posibilidad de que Alberto Fernández asuma rodeado gobiernos hostiles, incluso en Uruguay.
—Creo que tiene repercusiones enormes y horribles este golpe en Bolivia. En el caso Argentino aumenta más la encerrona y agiganta la polarización en América Latina. Me refiero a sociedades en guerras de baja intensidad en donde Argentina y Uruguay aparecen como los más civilizados. Me parece gravísimo lo de Bolivia. No sé cómo saldrá el continente de esta situación, más si consideramos que parece tener el auspicio de Estados Unidos. Veo a las expresiones como el gobierno de Fernández, la liberación de Lula, o lo que pueda pasar con el MAS en Bolivia, más como esfuerzos de resistencia que como la construcción de algo nuevo.
—Stiglitz escribe sobre el fin del neoliberalismo, pero parece que en el sur de América latina no es muy claro qué va a reemplazarlo, ni si ese reemplazo va a ser democrático. ¿Cómo lo ves?
—No veo al liberalismo yendo para atrás en ningún lado porque no veo algo que claramente lo reemplace. Al menos en Occidente. No hay neoliberalismo en China, ni en Vietnam ni en la India. Es como dice Matías Vernengo, que se trata de una política deliberada para generar estados fallidos. Es decir, políticas de exclusión que tienden a generar espacios para el crimen organizado, la marginalidad, la ilegalidad. Esto es lo que uno ve en todo occidente, con distintos grados de destrucción porque partimos de sociedades diferentes. Algunas cosas estamos viendo en Estados Unidos, con procesos de descomposición muy agudos. Creo que Trump es el emergente de todo eso. Yo no veo otra política muy diferente en occidente. Que fracase en el objetivo de generar desarrollo, que no consiga metas socialmente aceptadas –creo que nunca fue su objetivo– no significa que esté en crisis. Al contrario, es parte de su propia dinámica lo que está ocurriendo. Repito: lo que tenemos son ejercicios de resistencia. No veo el fin de nada.
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