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jueves, 12 de diciembre de 2019

perder la eternidad

A la 1:12 llega el mensaje al grupo de wasap que compartimos entre cuatro, mi esposa, una amiga y mi amigo.
Dice: "Trataré de ser breve, lo que pasa es que tengo muchas cosas para contarles. La semana pasada estuve un par de días en salta."
Siguen una serie de fotos de Salta –la iglesia blanca, el cielo azul, la tierra colorada salpicada de matas y de cactus.
Viene la rara foto de mi amigo peronizado y él escribe: "Después empezó el baile de que iba a representar a Perón en la plaza de Mayo, junto con otros 100 Perones y 200 evitas. Cosa que hice el lunes pasado."
Y agrega: "Mientras, desde China no me confirman si voy a viajar en enero, mi papá me anuncia que no va a volver al negocio después de que le operaran el cuello para ponerle una prótesis bastante grande; y ayer nos enteramos de que a Fernando le robaron el auto: toda la vida cuidando los meniscos y se lo rompen, toda la vida conservando el auto, y se lo roban. Mi padre y Fernando han perdido la eternidad."
Y entonces el miedo a la vejez que hasta ahora creíamos un tema "poético" –literario, si se prefiere–, adquiere su textura más lábil, la de preocuparnos por batallas que perdimos antes siquiera de ser jóvenes. Escribe: "Todo esto, en el medio de esta hora, en la que tengo miedo de despertarme y que sigamos con Macri. Bueno, besos."
Yo hubiera usado el mismo recurso.

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