Atravesamos lo que en todos los
sentidos es una gran crisis. Es natural suponer que resultará un punto de
inflexión en la historia moderna. En los meses transcurridos desde la aparición
de covid-19, la enfermedad causada por el nuevo coronavirus, los analistas han
discutido sobre el tipo de mundo que la pandemia dejará a su paso. Pero la
mayoría arguye que el mundo al que estamos entrando será fundamentalmente
diferente del que existía antes. Algunos predicen que la pandemia provocará un
nuevo orden mundial liderado por China; otros creen que provocará la
desaparición del liderazgo de China. Algunos dicen que terminará con la
globalización; otros esperan que marque el comienzo de una nueva era de
cooperación global. Y aún otros proyectan que recargará el nacionalismo,
socavará el libre comercio y conducirá a un cambio de régimen en varios países,
o que sucederá lo que se mencionó arriba.
Pero es poco probable que el
mundo que siga a la pandemia sea radicalmente diferente del que la precedió.
Covid-19 no cambiará tanto la dirección básica de la historia mundial sino que
la acelerará. La pandemia y la respuesta a la misma han revelado y reforzado
las características fundamentales de la geopolítica en la actualidad. Como
resultado, esta crisis promete ser menos un punto de inflexión que una estación
de tránsito a lo largo del camino por el que el mundo ha estado viajando
durante las últimas décadas.
Es demasiado pronto para predecir
cuándo terminará la crisis. Ya sea en seis, 12 o 18 meses, el tiempo dependerá
del grado en que las personas sigan las pautas de distanciamiento social y la
higiene recomendada; la disponibilidad de pruebas rápidas, precisas y
asequibles, medicamentos antivirales y una vacuna; y el alcance del alivio
económico proporcionado a individuos y empresas.
Sin embargo, el mundo que surgirá
de la crisis será reconocible. Declinación del liderazgo estadounidense, una
indecisa cooperación global, división en el gran poder: todo esto caracterizó
el entorno internacional antes de la aparición de covid-19, y la pandemia los
ha liberado llevándolos a un grado de agudeza mayor que nunca. Es probable que
esas sean las características más destacadas del mundo que sigue.
Una característica de la crisis
actual ha sido una marcada falta de liderazgo estadounidense. Estados Unidos no
ha convocado al mundo en un esfuerzo colectivo para enfrentar el virus o sus
efectos económicos. Estados Unidos tampoco convocó al mundo para seguir su
ejemplo al abordar el problema en casa. Otros países se cuidan lo mejor que pueden
o recurren a aquellos que ya pasaron el pico de infección, como China, en busca
de ayuda.
Pero si el mundo que sigue a la
crisis es uno en el que Estados Unidos domine cada vez menos, es casi imposible
imaginar que alguien escriba hoy sobre un “momento unipolar”, esta tendencia no
es nueva. Ha sido evidente durante al menos una década.
Hasta cierto grado, esto es el
resultado de lo que Fareed Zakaria describió como “el
alzamiento del resto“ (y de China en particular), lo que trajo una
disminución en la ventaja relativa de los Estados Unidos a pesar de que su
fuerza económica y militar absoluta continuó creciendo. Pero aún más que eso,
es el resultado de la indecisa voluntad estadounidense en lugar de la
declinación de su capacidad estadounidense. El presidente Barack Obama
supervisó una retirada de Afganistán y Oriente Medio. El presidente Donald
Trump ha empleado principalmente el poder económico para enfrentar a los
enemigos. Pero esencialmente ha puesto fin a la presencia de Estados Unidos en
Siria, y busca hacer lo mismo en Afganistán, y lo que es acaso más
significativo, ha mostrado poco interés en las alianzas o en mantener el papel
de liderazgo tradicional de los Estados Unidos para abordar los principales
problemas transnacionales.
La perspectiva de este cambio fue
en gran parte el atractivo del mensaje de Trump “Estados Unidos primero”, que
prometía que Estados Unidos sería más fuerte y más próspero si hiciera menos en
el extranjero y enfocara sus energías en los asuntos internos. Implícito en
este punto de vista estaba la suposición de que gran parte de lo que Estados
Unidos hizo en el mundo fue un despilfarro, innecesario y ajeno al bienestar
interno. Para muchos estadounidenses, la pandemia probablemente reforzará este
punto de vista a pesar del hecho de que, en cambio, debería resaltar cómo el
bienestar del mundo se ve afectado por el resto del mundo; los Estados Unidos,
dirán, tendrán que concentrarse en enderezarse y dedicar recursos a las
necesidades en el país en lugar de en el extranjero, a la manteca en lugar de a
las armas. Esa es una opción falsa, ya que el país lo necesita y puede
permitirse ambos, pero es probable que se discuta de todos modos.
Tan importante como las
decisiones políticas de los Estados Unidos es el poder del ejemplo americano.
Mucho antes de que el covid-19 asolara la tierra, ya había habido una caída
precipitada en el atractivo del modelo estadounidense. Gracias al persistente
estancamiento político, la violencia armada, la mala gestión que condujo a la
crisis financiera mundial de 2008, la epidemia de opioides y más, lo que
Estados Unidos representaba se volvió cada vez menos atractivo para muchos. La
respuesta lenta, incoherente y con demasiada frecuencia ineficaz del gobierno
federal a la pandemia reforzará la visión ya generalizada de que Estados Unidos
ha perdido el rumbo.
Sociedad anárquica
Una pandemia que comienza en un
país y se propaga a gran velocidad en todo el mundo es la definición de un
desafío global. También es una prueba más de que la globalización es una
realidad, no una elección. La pandemia ha devastado países abiertos y cerrados,
ricos y pobres, este y oeste. Lo que falta es alguna señal de una respuesta
global significativa. (La ley de Newton —por cada acción hay una reacción
opuesta e igual— aparentemente ha sido suspendida.) La casi irrelevancia de la
Organización Mundial de la Salud, que debería ser central para enfrentar la
amenaza en cuestión, habla a las claras del mal estado de la gobernanza global.
Pero si bien la pandemia ha hecho
que esta realidad sea especialmente obvia, las tendencias subyacentes la
precedieron durante mucho tiempo: la aparición de desafíos globales que ningún
país, por poderoso que sea, puede enfrentar con éxito por sí mismo, y el
fracaso de las organizaciones globales para mantenerse al día ante estos
desafíos. De hecho, la brecha entre los problemas globales y la capacidad para
enfrentarlos explica en gran medida la escala de la pandemia. La triste pero
inevitable verdad es que, aunque la frase “comunidad internacional” se usa como
si ya existiera, es principalmente aspiracional, y se aplica a pocos aspectos
de la geopolítica en la actualidad. Esto no cambiará en el corto plazo.
Las principales respuestas a la
pandemia han sido nacionales o incluso subnacionales, no internacionales. Y una
vez que pase la crisis, el énfasis se pondrá en la recuperación nacional. En
este contexto, es difícil ver mucho entusiasmo, por ejemplo, por abordar el
cambio climático, particularmente si sigue viéndose, incorrectamente, como un
problema distante que puede dejarse de lado para abordar problemas más
inmediatos.
Una razón para este pesimismo es
que la cooperación entre los dos países más poderosos del mundo es necesaria
para abordar la mayoría de los desafíos globales, sin embargo, las relaciones
entre Estados Unidos y China se han deteriorado durante años. La pandemia está exacerbando
la fricción entre los dos países. En Washington, muchos responsabilizan al
gobierno chino, debido a las semanas de encubrimiento e inacción, incluida la
imposibilidad de bloquear rápidamente a Wuhan, la ciudad donde comenzó el
brote, y permitir que miles de personas infectadas se vayan y propaguen el
virus. El intento de China de presentarse como un modelo exitoso para hacer
frente a la pandemia y utilizar este momento como una oportunidad para expandir
su influencia en todo el mundo solo se sumará a la hostilidad estadounidense.
Mientras tanto, nada sobre la crisis actual cambiará la opinión de China de que
la presencia de EEUU en Asia es una anomalía histórica o reducirá su
resentimiento hacia la política de EEUU en varios temas que incluyen el
comercio, los derechos humanos y Taiwán.
La idea de “desacoplar“
las dos economías había ganado una considerable tracción antes de la pandemia,
impulsada por los temores en los Estados Unidos de que se estuviera volviendo
demasiado dependiente de un adversario potencial para muchos bienes esenciales
y demasiado susceptible al espionaje chino y el robo de propiedad intelectual.
El impulso para desacoplar crecerá como resultado de la pandemia, y solo en
parte debido a las preocupaciones sobre China. Habrá un enfoque renovado en el
potencial de interrupción de las cadenas de suministro junto con un deseo de
estimular la fabricación nacional. El comercio mundial se recuperará en parte,
pero una mayor parte será administrada por los gobiernos en lugar de los mercados.
La resistencia en gran parte del
mundo desarrollado a aceptar grandes cantidades de inmigrantes y refugiados,
una tendencia que había sido visible durante al menos la última mitad de la
década, también se intensificará con la pandemia. Esto se debe en parte a la
preocupación por el riesgo de importar enfermedades infecciosas, en parte
porque el alto desempleo hará que las sociedades desconfíen de aceptar personas
externas. Esta oposición crecerá incluso a medida que el número de personas
desplazadas y refugiados, ya en niveles históricos, continúe aumentando
significativamente a medida que las economías ya no puedan mantener a sus
poblaciones.
El resultado será tanto un sufrimiento humano generalizado como una mayor carga para los estados que no pueden pagarlos. La debilidad estatal ha sido un problema global significativo durante décadas, pero el costo económico de la pandemia creará estados aún más débiles o fallidos. Esto seguramente se verá exacerbado por un creciente problema de la deuda: la deuda pública y privada en gran parte del mundo ya estaba en niveles sin precedentes, y la necesidad de que el gasto gubernamental cubra los costos de atención médica y apoye a los desempleados hará que la deuda se dispare. En particular el mundo en desarrollo se enfrentará a enormes requisitos que no puede cumplir, y queda por ver si los países desarrollados estarán dispuestos a proporcionar ayuda en función de las demandas en casa. Existe un potencial real de derrumbes posteriores (en India, Brasil y México y en toda África) que podrían interferir con la recuperación global.
La propagación de covid-19 en Europa y a través de ella también ha puesto de manifiesto la pérdida de impulso del proyecto europeo. La mayoría de los países han respondido individualmente a la pandemia y sus efectos económicos. Pero el proceso de integración europea se había agotado mucho antes de esta crisis, como lo demostró con especial claridad el Brexit. La pregunta principal en el mundo posterior a la pandemia es cuánto continuará oscilando el péndulo desde Bruselas a las capitales nacionales, ya que los países cuestionan si el control sobre sus propias fronteras podría haber frenado la propagación del virus.
Es probable que la pandemia refuerce la recesión democrática que ha sido evidente durante los últimos 15 años. Habrá llamados para un papel más amplio del gobierno en la sociedad, ya sea para restringir el movimiento de poblaciones o proporcionar ayuda económica. Las libertades civiles serán tratadas por muchos como bajas aleatorias de la guerra, un lujo que no se puede permitir en una crisis. Mientras tanto, las amenazas planteadas por países no liberales como Rusia, Corea del Norte e Irán seguirán existiendo una vez que la pandemia desaparezca; de hecho, bien pueden incrementarse mientras la atención se fijaba en otros lugares.
Un mundo en mayor desorden aún
Hace más de tres años, publiqué
un libro titulado Un mundo en desorden
(A World in Disarray). Describía un
panorama global de mayor rivalidad entre las grandes potencias, la
proliferación nuclear, los estados débiles, los recurrentes flujos de
refugiados y el creciente nacionalismo, junto con un papel reducido de Estados
Unidos en el mundo. Lo que cambiará como resultado de la pandemia no es el
hecho del desorden sino el alcance.
Idealmente, la crisis traería un
compromiso renovado para construir un orden internacional más robusto, al modo
en que el cataclismo de la Segunda Guerra Mundial condujo a acuerdos que
promovieron la paz, la prosperidad y la democracia durante casi tres cuartos de
siglo. Tal orden incluiría una mayor cooperación para monitorear brotes de
enfermedades infecciosas y enfrentar sus consecuencias, así como una mayor
disposición para abordar el cambio climático, establecer reglas para el
ciberespacio, ayudar a los migrantes forzados, atajar su proliferación y el
terrorismo.
Pero hay pocas razones para creer
que el pasado se repetirá después de esta última calamidad global. El mundo de
hoy simplemente no es propicio para ser moldeado. El poder se distribuye en más
manos, tanto estatales como no estatales, que nunca antes. El consenso está
mayormente ausente. Las nuevas tecnologías y desafíos han superado la capacidad
colectiva de lidiar con ellos. Ningún país disfruta de la posición que los
Estados Unidos tuvieron en 1945.
Además, Estados Unidos no está
dispuesto a asumir un papel internacional líder, resultado de la fatiga
provocada por dos largas guerras en Afganistán e Irak y las crecientes
necesidades en el país. Incluso si un “tradicionalista” de política exterior
como el ex vicepresidente Joseph Biden gana las elecciones presidenciales de
noviembre, la resistencia del Congreso y el público evitará el regreso a gran
escala de un papel expansivo de los Estados Unidos en el mundo. Y ningún otro
país, ni China ni nadie más, tiene tanto el deseo como la capacidad de llenar
el vacío que Estados Unidos ha creado.
Después de la Segunda Guerra
Mundial, la necesidad de enfrentar la amenaza comunista que se avecinaba
impulsó al público estadounidense a apoyar a su país al asumir un papel de liderazgo
en todo el mundo. El exsecretario de Estado Dean Acheson dijo que el gobierno
tenía que presentar argumentos “más claros que la verdad” para lograr que el
pueblo estadounidense y el Congreso aceptaran los esfuerzos por contener a la
Unión Soviética. Algunos analistas sugieren que invocar la amenaza de China
podría impulsar de manera similar el apoyo público hoy, pero una política
exterior basada en oponerse a China no es adecuada para abordar los desafíos
globales que configuran el mundo de hoy. Mientras tanto, apelar al pueblo
estadounidense para que aborde esos problemas globales en el corazón de la
política exterior de EEUU seguirá siendo difícil de vender. En consecuencia, el
precedente más relevante a considerar puede no ser el período posterior a la
Segunda Guerra Mundial, sino el período posterior a la Primera Guerra Mundial,
una era de disminución de la participación estadounidense y creciente agitación
internacional. El resto, como dicen,
es historia.
* RICHARD HAASS
es presidente del Consejo de Relaciones Exteriores y autor de El mundo: una breve introducción, que
Penguin Press publicará el 12 de mayo.
** Traducción: Pablo Makovsky.
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