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martes, 8 de septiembre de 2020

la expansión del mundo alien

Clayton Purdom | AVClub

Parte de la serie Infinite Scroll, sobre las líneas cada vez más borrosas entre Internet, la cultura pop y el mundo real.

La primera vez que lo notamos transcurrieron unos 20 minutos del primer episodio. Dos androides, llamados inequívocamente Madre y Padre, descendieron en la tundra azulina de un planeta para criar una cosecha de niños humanoides con éxito vacilante. Solo queda uno. Madre y Padre pelean –en principio acerca de cómo reprender a su hijo–, pero la discusión también se ha dilatado, se ha vuelto existencial, como suelen ser estas discusiones. “Pensé que estábamos sincronizados, padre –dice la madre– y permaneceríamos sincronizados hasta que dejemos de operar”. Poco después, cuando le grita que se calle, la saliva se escurre en sus labios y algo parece fuera de lugar, algo que acaso tiñe toda esta serie. Pero entonces aparecen gotas de líquido en la parte posterior del cuello, también fuera de lugar. Pero no es sino hasta el momento en que empala a Padre en el colmillo de monstruo antiguo que uno confirma que estos androides que estuvimos viendo están llenos de leche.

Para una parte nada insignificante de los espectadores de Raised By Wolves, este hecho –androides llenos de leche–, es una intriga suficiente para catapultarlos a lo largo de la esta temporada de 10 episodios. El gancho principal de la serie no es su trama, sino su pedigrí: es el debut como director en televisión de Ridley Scott, en cuyos inicios dio dos golpes con Alien y Blade Runner que aún resuenan en la ciencia ficción unas cuatro décadas después. Esas películas fueron tanto una victoria del diseño de producción como cualquier otra cosa, y una de las singulares innovaciones de Alien, entre una docena más o menos, fue que Ash, el androide de incógnito, un agente secreto a bordo del Nostromo, se les revelaría a los protagonistas a través de gotas de leche que aparecían en su frente, y que, una vez desmontado, no estaba lleno de circuitos o cañerías vaporosas como los androides de la cultura pop que conocíamos, sino que era en parte una desperdicio perlado y viscoso llena de unos fideos, luces entubadas y tentáculos. Orgánico, pero no. Leche en lugar de sangre.

Es una idea tan buena como, digamos, la infiltración del alien a través de una garra que abraza el rostro, y está perfectamente sincronizada con el resto de los horrores psicosexuales de Alien: el diseño fálico y xenomórfico; la amenaza de una fecundación violenta; la forma en que Ash, sudando leche, ataca a Ripley metiéndole una revista porno enrollada en su boca. Es probable que haya una gran cantidad de explicaciones dignas de ver en YouTube que tratan la elección de la leche como el fluido corporal de Ash, pero parte del atractivo perdurable de Alien es la forma en que nunca se extiende sobre el tema. Su legado es su economía. A medida que la serie cambió de manos en las películas subsiguientes, se convirtió en un escaparate para diferentes directores, cada uno extrayendo diferentes elementos del texto residual de Scott: James Cameron expandió el tema de la maternidad en una contienda enjaulada intergaláctica; David Fincher convirtió en arma la estética industrial-chic del espacio profundo; Jean-Pierre Jeunet aportó un sentido de fantasía al potencial de la serie para generar un horror indescriptible y corpóreo.

La serie y sus androides de leche permanecieron inactivos durante 15 años a partir de entonces, hasta que Scott los revivió para un par de precuelas. Prometheus y Alien: Covenant no se recuerdan con especial calidez, aunque me gustaron bastante cuando las vi en el cine, y me gustaron aún más en una revisión reciente, a la luz de Raised By Wolves. Se sienten menos como precuelas de Alien y más como las secuelas que hubiera hecho Scott, ampliando la riqueza que encontró en los temas latentes de la película de 1979: la relación entre los humanos y los dioses que los hicieron; la relación entre los androides y los humanos que los hicieron; y la tensión entre tecnología y religión. Que las precuelas convirtieran al misterioso y aquilino Alien en algo parlante y mítico, más parecido a Star Trek que a The Texas Chain-Saw Massacre, molestó a muchos fanáticos de toda la vida, y me compadezco. Pero Alien llegó completamente evolucionado; solo podría expandirse. Y, aun así, las dos precuelas dan lugar a piezas en un tiempo presente implacable que emergen orgánicamente de los grandes temas de Scott, como la escena del auto-aborto trastornado de Prometheus o la transformación de Covenant a mitad de la película en un thriller erótico entre androides. Aquí cabe que les recuerde la escena de la flauta.

 

Todo esto nos lleva de vuelta a Raised By Wolves, sobre la que especulé febrilmente por lo menos una hora que era una entrega encubierta de la serie Alien, basado solo en la salpicadura de leche que emerge del torso de Padre en el piloto. No lo es, cabe aclarar: las líneas de tiempo no coinciden, la tecnología no es del todo correcta y celebran la Navidad en Prometheus, no lo que dicte la extraña metareligión en Wolves. Y, sin embargo, se siente como una pieza sin dudas relacionada con la ciencia ficción temprana de Scott y sus sucesores más recientes. Todavía nos llevan a preguntarnos deliberadamente con qué sueñan los androides. (La madre afirma que no necesita soñar y, sin embargo, sigue retirándose a una simulación en la que puede acceder a su subconsciente). Todavía estamos contrastando la fe de un androide en su creador humano con la fe de un humano en su dios incognoscible, de un modo que desafía a ambos. (Madre y Padre, ambos ateos declarados, notan que el hijo humano que les queda se siente cada vez más atraído por la religión a medida que mueren sus hermanos). Y todavía estamos luchando, sin descanso, con la paternidad, que parece cada vez más la preocupación que anima a toda la ciencia ficción de Scott, desde hijos pródigos como Roy Batty y David hasta los hijos protegidos y plantados de Covenant y Raised By Wolves. Después de todo, Scott se largó a su carrera en la ciencia ficción con una escena de parto como ninguna otra.


Después del debut con el par de episodios de gran presupuesto y grandes ideas de Scott, Raised By Wolves cambia a algo más familiarmente televisivo en su ritmo y trama; hay mucha discusión sobre la logística entre las distintas partes, los decorados iluminados de azul se vuelven algo familiar, una profecía de algún tipo. Pero la serie sigue viva en la relación entre Madre y Padre, precisamente por el modo que estructuran la trama: como padres. Puede que estén rellenos de leche, pero se enfrentan a la misma mierda con la que lidian todos los padres: infidelidad, inseguridad, miedo al futuro. Scott revela toda la parafernalia de diseño de producción: de la transformación de Madre en el Bowie del 93, al crucifijo flotante banshee que es un sueño de la historieta de ciencia ficción; pero sus temas favoritos, una vez entregados a otros directores (incluido su hijo, Luke), resultan sorprendentemente relevantes en 2020. No hay un padre vivo que no se estremezca cuando Madre relata cómo el ejército religioso mitraico en la Tierra pensó que era un pecado dejar que los androides criaran a sus hijos, particularmente porque, por fuera de la serie, experimentamos el colapso continuo de las redes de apoyo social (como la escuela pública y la familia extendida) que una vez hizo que la carga de criar hijos en el capitalismo tardío fuera manejable. Incluso las más firmes reservas de tiempo de pantalla son las tabletas que se compran con pánico en 2020.

De hecho, es este mismo conflicto, al menos en parte, lo que precipitó el apocalipsis tipo Terminator en la Tierra de Raised by Wolves, y que envió a los humanos al espacio en busca de un nuevo hogar, en primer lugar. Tanto los androides como el ejército mitraico aterrizan en este planeta árido en busca de un futuro para la humanidad, pero a medida que avanza la temporada, queda claro que ambas partes ven a los niños humanos como una batalla por poderes de sus propios sistemas de creencias. Esto se convierte en menos explosiones que hacen volar a las personas y más variaciones cerebrales en los temas característicos del programa, incluida, lo más intrigante, una trama secundaria y ligera sobre el vegetarianismo. (Como dijo una vez el Sr. Rogers, “No quiero comer nada que tenga una madre”). Si eso suena didáctico, no no preocupemos; Raised By Wolves parece deleitarse con las complicaciones y los contrapesos, como suele suceder con la buena ciencia ficción. Y así, por supuesto, no solo los androides están llenos de leche. A mitad del tercer episodio, un soldado mitraico abre una pipa llena de leche y se desgañita anunciando un alerta de “leche” para todos los soldados cercanos, que luego trotan con las tazas en sus manos. Beben la leche, se ofrecen la leche entre sí y continúan con sus asuntos, llenos de leche. No se vuelve a mencionar el tema. Es el momento más extraño de la serie, y también uno de los mejores, una anomalía evolutiva nacida de las ansiedades que Scott ha estado azuzando durante décadas.


Nota bene: Se respetaron todos los hipervínculos de la publicación original en AVClub.

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