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jueves, 24 de marzo de 2022

escribir es humano, publicar es divinsky

Entrevista realizada en junio de 2002:

En 1976 Ediciones de la Flor cumplía diez años desde que su fundador, Daniel Divinsky y un socio, juntaran 300 dólares con los que compraron los derechos para la publicación de un par de libros. Habían querido poner una librería, pero el dinero no alcanzó. Volvamos entonces a 1976: Divinsky y su esposa (Cuqui Miller) festeja el aniversario como prisionero de la dictadura más atroz y desfachatada que tuviera el país (cuyo modelo económico –hay que insistir en esto– perdura todavía). Por esa misma época la feria de Francfort, en la que Divinsky había adquirido hacía tres años los derechos de un libro infantil que prohibió el gobierno de Videla, Agosti y Massera, creaba el boom de la literatura latinoamericana en Europa y homenajeaba a un autor que denunciaba las atrocidades de los militares argentinos: Julio Cortázar. Divinsky había presentado ante la Justicia un recurso de reconsideración por la censura de la obra y la milicada contestó sin dilaciones con la encarcelación del editor y su esposa, a disposición del Poder Ejecutivo Nacional, que en esos días apenas daba abasto con sus operativos de torturas, violaciones, secuestros y demás ocupaciones terroristas. Los editores europeos, al tanto del asunto, se pusieron en campaña para sacar e su colega de las mazmorras del Proceso. Así se logró que el ex editor Marcel Jullien, en ese momento director de un canal de televisión de Francia que estaba en Argentina para acordar los contratos de televisación del Mundial 78, se negara a firmar papel alguno hasta que el matrimonio de editores saliera de la cárcel. “Se llevó los acuerdos sin firmar en la valija –contó una vez Divinsky– y los mandó desde Río, cuando se enteró que ya habíamos salido”. Cuatro meses más tarde, el matrimonio Divinsky y su hijo de tres años salían del país. No volvieron hasta 1983.

Entonces, vuelta la democracia, De la Flor retomó su catálogo, donde además de Quino, Fontanarrosa, Caloi, se encuentran Rodolfo Walsh, Germán Rozenmacher, Andrew Graham-Yooll o John Berger, entre otros.

—Ediciones de la Flor nace en 1966, la anécdota dice que usted y su socio tenían 300 dólares, que les alcanzaba para abrir una editorial, pero no una librería, como pretendían en un principio.

—Exactamente, los primeros libros salen en el 67, y va a hacer en este momento 35 años, fue en junio del 67, porque nos apresuramos para que salieran antes de las vacaciones de invierno.

—Usted ha dicho que en este negocio se depende mucho de los afectos.

—Es muy curioso, sucede. Hay autores del catálogo nuestro que han sido apetecidos por otros sellos y que rechazaron ofertas que parecían en lo inmediato muy suculentas. A partir, por un lado, de una ligazón afectiva, pero por otro, también por una lealtad recíproca que lleva a que sus intereses sean defendidos con tanta energía como los propios de la editorial, cosa que en los grandes sellos se pierde. El ejemplo que doy siempre es el de los herederos de Rodolfo Walsh, que en un momento se vieron tentados por un sello editorial de las transnacionales españolas. Teníamos contratos firmados por el propio Walsh que seguían vigentes porque no habían sido rescindidos, eran de la época en la que los contratos de edición no tenían plazo. Cuando vuelvo del exilio, la compañera última de Walsh había autorizado una edición en México de la obra completa. Nos dispusimos a reeditar sus libros en Argentina y en ese momento los herederos de Walsh nos piden que hagamos un nuevo contrato fijándole un plazo de diez años a cada libro. Se hicieron y cuando expiró este período se abalanzó este sello sobre los herederos de Walsh y dio un anticipo importante en cuanto a derechos de autor. Publicaron Operación Masacre y otros libros, y al cabo de unos años los herederos se dieron cuenta de que no había atención personal ni seguimiento de cada libro. 

—No es así como funcionan los grandes sellos.

—En los grandes sellos un libro dura los 28 primeros días del mes de su lanzamiento, porque después es sustituido por otro. O sea que la ilusión de que publicar con los grandes implica para el autor mayores posibilidades de ganancia es totalmente falsa. No es que lo pequeño sea hermoso, pero al haber una menor producción de novedades hay una mayor posibilidad de prestarles una atención que beneficia al autor.

Su política editorial se basa en los long sellers.

—Los libros que se siguen vendiendo durante mucho tiempo. Y De la Flor se mantiene con eso. Los libros de Walsh se publicaron por primera vez hace 32 años y siguen reeditándose y vendiendo. Ahora hemos autorizado una edición en España de Variaciones en rojo y hemos vendido los derechos de autor de Operación masacre, de Cuento para tahúres, o sea que seguimos defendiendo al autor después de muerto y para beneficio también de los herederos. 

—¿Cómo llegan a la editorial algunos de estos libros de la colección Narrativas, como el de Salvador Benesdra, El traductor?

—Lo de Benesdra es uno de esos casos trágicos. Yo no lo conocí nunca. Sé que era un periodista, un tipo sumamente culto e inteligente. Un amigo rosarino, Elvio Gandolfo, que había estado en el jurado de selección de premio Planeta, me dijo que todo lo que había leído en el año que se presentó Benesdra era bastante poco interesante, pero que había una novela bastante excepcional, a la que le sobraban unas cuantas páginas, pero que era lo único fuera de serie, era El Traductor. Retuve el nombre. Después vi que era uno de los finalistas del premio Planeta de ese año. Y un tiempo después un amigo de él, que era conocido mío, me trae el mamotreto, me pidió que lo lea, me dijo que estaban dispuestos a aportar algo para la edición, y lamentablemente lo dejé en el estante de los manuscritos para leer. Un día abro el diario y me entero de que el autor de ese manuscrito se había suicidado, entonces, con una curiosidad morbosa lo agarré y no lo pude dejar, porque efectivamente le sobraban algunas páginas pero era una novela alucinante, original, insólita. En ese momento me llama Américo Castilla, compañero mío de Derecho, también abogado, que estaba en la Fundación Antorchas, para decirme: «Che, ¿no conocés a un escritor que se llama Salvador Benesdra?, porque le dimos nuestro premio para la publicación y estamos llamando a la casa y no contesta». Le digo: «¿Vos no leés los diarios?». Y ahí se enteró. Al final apareció el libro con subsidio de la Fundación y con algún apoyo de los amigos, con una crítica estupenda, con muy poco éxito de venta. Es una obra en el que confío, se sigue guardando para que algún día la gente lo descubra.

—¿Cómo es el trabajo de selección de los libros de autores extranjeros, cómo le llegan? 

—El año pasado compré un solo libro, de (Jacques) Derrida, que se llama Fe y Saber, que tiene un texto de él sobre la religión y, después, una larga entrevista que es de aplicación en todos lados pero, especialmente en Argentina, que se llama “El siglo del perdón”, es de un periodista francés de origen polaco, y bueno, es un título que pagamos 800 dólares que, en noviembre no era una suma exorbitante. La traducción costó 2.000 dólares, porque se pagaron en diciembre (está traducido por una de las pocas “derridólogas” que hay en el país, realmente una experta, psicoanalista, que maneja muy bien el lenguaje de Derrida en francés), entonces, hacer un libro con esa inversión inicial, con el papel comprado al contado, con la imprenta pagada a los 30 días para que se venda a los 4 años es un negocio chino, que sólo lo puede hacer cuando lo solventa otro tipo de proyectos. Esto mismo pasa con el descubrimiento de nuevos autores. En los 70, cuando empezamos, era muy posible que uno descubriera un autor que le parecía valioso, que Primera Plana (la revista semanal) hiciera un artículo elogioso y lo convirtiera en un best seller sin que nadie tuviera idea de quién era el autor. Se nutría ese ascenso a la popularidad, por un lado por una apetencia cultural real y, por otro, snobismo y, después, disponibilidad económica. ¿Quién se compra hoy un libro para ver qué es?

—¿Tiene peso la crítica a la hora de difundir un libro?

—Creo que la crítica no lo tuvo nunca. Pero lo malo es el silencio, cuando se omite toda referencia a un libro, porque nadie se entera de que apareció. Claro, obviamente que la publicidad hace que se vendan libros que no dependen de la crítica, y la inversión publicitaria de los grandes sellos, que no se da sólo en los avisos en suplementos literarios, sino pagando lo que hace falta para que un autor o autora sea entrevistado en programas como los de Susana Giménez o Mirtha Legrand. Hace poco Rogelio García Lupo dijo que la televisión sirve para vender libros que nadie leerá, y es cierto, porque determinan la apetencia del que puede ir a comprar un libro del que se habla pero que después no volverá a abrir, porque su curiosidad ya está satisfecha con el rato que le dedicó al programa.

—¿Y cómo es su política con las traducciones?

—Creo que uno decide con el traductor el criterio a adoptar, sobre todo en este momento, en el cual es fundamental que los libros se puedan exportar. En narrativa hay que tratar de pedirles una traducción lo más neutra posible en el castellano, pero a veces esa neutralidad es una traición al autor. Una vez fui a una conferencia de Borges en la que hablaba de la traducción y decía que, por ejemplo, ante una lluvia ligera se podía decir, en rioplatense, garúa, o decir cellizca, en castizo, y que él aconsejaba usar llovizna, para que se entendiera en todas partes. Pienso que a veces hay que escribir llovizna y otras, garúa, si se traduce desde aquí, pero es un acto de voluntad y de inteligencia.

—Usted contó que los derechos de autor del libro Los animales no se visten, publicado a principio de los 70, empezaron mandándolos a una pequeña editorial de Nueva York, luego absorbida por otra más grande, luego fusionada con un pulpo y así. Que ya ni saben quiénes reciben esos derechos.

—Es muy frecuente, la relación entre el autor y el editor casi no existe. Cuando acordamos una edición en España de Variaciones en rojo de Walsh, empezamos las tratativas con una persona del departamento editorial, hablamos de las condiciones, de la estricta prohibición de enviarlo a América, en fin, se firmó el contrato. Ahora, esa persona ya dejó de tener que ver. Otra persona, de otro sector, nos pidió hace poco fotografías del autor y datos para la portada, y estamos lidiando con otro para que manden el cheque del anticipo, o sea que obviamente no es una tarea unipersonal por definición, pero se pierde la concisión cuando es una gran empresa la que trabaja en este ramo.

—Una antología de cuentos que publicó De la Flor en el 67 tenía un cuento, La cólera de un particular, que Walsh decía que pertenecía a un vietnamita del siglo pasado y que siempre se sospechó que era de Walsh. 

—Se sonreía y nunca dijo nada. Dijo que lo había sacado de una edición francesa que nunca vimos, se suponía que era una traducción. Era una alegoría de la guerra de Vietnam. 

—Y ese tipo de juegos, de falsificaciones, de algún modo, ¿eran más frecuentes antes?

—Sí, eran más frecuentes incluso mucho antes de que empezáramos. Se hizo mucho en la década del 30, los grupos de Boedo y Florida, los apócrifos, la antología apócrifa de (Conrado) Nalé Roxlo. Creo que correspondía a una época más distendida y más lúdica en algún aspecto. Conozco el caso de alguien que se tomó el trabajo de mecanografiar (porque no había computadoras) una novela entera de (Jerzy) Kozinsky y la mandó a 38 editoriales y recolectó las notas de rechazo de las editotriales. Era un libro que estaba publicado. Eran ese tipo de chistes, que requerían mucho trabajo y mucho papel carbónico en ese momento.

—¿Y si usted hubiera recibido esa novela?

—Y, podría haber metido la pata igual, en eso no hay garantías.

—¿Qué es lo que evalúa al leer un libro?

—Que me guste a mí. Porque cuando las tiradas mínimas eran de tres mil ejemplares yo pensaba, «Y, otros dos mil tipos a los que les guste lo mismo debe haber».

—¿Recibe materiales por email?

—A la editorial llegan por email decenas de propuestas, en general con archivos adjuntos. Los autores piensan que con algunas frases ditirámbicas sobre su propia obra van a despertar la curiosidad de quien abre el correo. Un día, un tipo que se llama Alejo García y tiene un segundo apellido que ahora no recuerdo, me manda desde Barcelona un email diciendo que me adjunta su novela Conductores suicidas (es una canción de Sabina o de Aute), pero que como sabe que no voy a abrir el archivo me da unas frases sueltas. Y tenía una conversación de bar muy graciosa, muy estilo Fontanarrosa, en la que dos tipos hacen un cálculo de cuántas aceitunas comieron en su vida. Me pareció tan divertido esa idea totalmente idiota que me hizo abrir la novela, empecé a leerla, me pareció fascinante y comencé a corregirla en pantalla, porque tenía muchos defectos de edición, le contesté que me diera tiempo, porque lo iba a hacer yo, finalmente vino en diciembre a Buenos Aires, en medio del despelote, y le dije que tuviera paciencia, que le faltaba un final, que un capítulo era demasiado largo. Ayer me llegó la nueva versión, que imprimiré para leerla y algún día saldrá. Pero esto es casual, no es para alentar a nadie. Es como picar una carnada.

miércoles, 9 de marzo de 2022

el imperio se autodestruye

por Michael Hudson

El artículo original en inglés puede leerse en CounterPunch. Se respetaron los hipervínculo y notas del original y se agregaron aclaraciones. 

Los imperios se desarrollan como una tragedia griega: desembocan en el destino que buscaban evitar. Ese es por cierto el caso del Imperio estadounidense, que se desmantela a sí mismo en cámara no tan lenta.

El supuesto básico de la previsión económica y diplomática es que cada país actuará en su propio interés. Tal razonamiento no ayuda mucho en el mundo de hoy. Los observadores de todo el espectro político están utilizando frases como “dispararse a sí mismos en su propio pie” para describir la confrontación diplomática de Estados Unidos con Rusia y sus aliados por igual. Pero nadie pensó que el Imperio Americano se autodestruiría tan rápido.

Durante más de una generación, los diplomáticos estadounidenses más destacados han advertido sobre lo que pensaban que representaría la amenaza externa definitiva: una alianza de Rusia y China que dominaría Eurasia. Las sanciones económicas y la confrontación militar de Estados Unidos han unido a estos dos países y están llevando a otros países a su órbita euroasiática emergente.

Se esperaba que el poder económico y financiero estadounidense evitara este destino. Durante el medio siglo transcurrido desde que Estados Unidos abandonó el oro en 1971, los bancos centrales del mundo han operado con el patrón dólar, manteniendo sus reservas monetarias internacionales en forma de valores del Tesoro de EEUU, depósitos bancarios de EEUU y acciones y bonos de EEUU. El estándar de letras del Tesoro resultante ha permitido a Estados Unidos financiar su gasto militar en el extranjero y la adquisición de inversiones en otros países simplemente mediante la creación de pagarés en dólares. Los déficits de la balanza de pagos de EEUU terminan en los bancos centrales de los países con superávit de pagos como sus reservas, mientras que los deudores del Sur Global necesitan dólares para pagar a sus tenedores de bonos y gestionar su comercio exterior.

Este privilegio monetario –el señorío del dólar–, ha permitido a la diplomacia estadounidense imponer políticas neoliberales al resto del mundo, sin tener que recurrir a su fuerza militar, excepto para apoderarse del petróleo del Cercano Oriente.

La reciente escalada de sanciones de EEUU que bloquean el comercio y la inversión de Europa, Asia y otros países con Rusia, Irán y China ha impuesto enormes costos de oportunidad –costo de oportunidades perdidas– a los aliados de EEUU. Y la reciente confiscación del oro y las reservas extranjeras de Venezuela, Afganistán y ahora Rusia[i], junto con el acaparamiento selectivo de cuentas bancarias de extranjeros adinerados (con la esperanza de ganar sus corazones y mentes, seducidos por la esperanza de la devolución de sus cuentas embargadas), ha acabado con la idea de que las tenencias en dólares –o ahora también los activos en libras esterlinas y en euros, satélites del dólar de la OTAN– son un refugio de inversión seguro cuando las condiciones económicas mundiales se vuelven inestables.

Así que me mortifica un poco ver la velocidad a la que este sistema financiarizado centrado en los EEUU se ha desdolarizado en el lapso de solo uno o dos años. El tema básico lo que llamé Súper Imperialismo ha sido cómo, durante los últimos cincuenta años, el estándar de las letras del Tesoro de los EEUU ha canalizado los ahorros extranjeros hacia los mercados financieros y los bancos de los EEUU, dándole rienda suelta a la diplomacia del dólar. Pensé que la desdolarización estaría liderada por China y Rusia cuando tomaran el control de sus economías para evitar el tipo de polarización financiera que está imponiendo la austeridad en los Estados Unidos[ii]. Pero los funcionarios estadounidenses están obligando a Rusia, China y otras naciones que no están encerradas en la órbita estadounidense a ver los signos escritos en la pared y superar cualquier vacilación que hayan tenido para desdolarizar.

Esperaba que el fin de la economía imperial dolarizada viniera por la ruptura de otros países. Pero eso no es lo que ha sucedido. Los propios diplomáticos estadounidenses han optado por poner fin a la dolarización internacional, mientras ayudan a Rusia a construir sus propios medios de producción agrícola e industrial autosuficientes. Este proceso de fractura global en realidad ha estado ocurriendo durante algunos años, comenzando con las sanciones que bloquean el comercio con Rusia de los aliados de Estados Unidos en la OTAN y otros satélites económicos. Para Rusia, estas sanciones tuvieron el mismo efecto que habrían tenido los aranceles proteccionistas.

Rusia había permanecido demasiado fascinada por la ideología neoliberal del libre mercado como para tomar medidas que protegieran su propia agricultura e industria. Estados Unidos le dio el empujoncito que se necesitaba al imponer sobre Rusia la autosuficiencia interna. Cuando los estados bálticos obedecieron las sanciones estadounidenses y perdieron el mercado ruso para su queso y otros productos agrícolas, Rusia creó rápidamente su propio sector lácteo, mientras se convertía en el principal exportador de cereales del mundo.

Rusia está descubriendo (o está a punto de descubrir) que no necesita dólares estadounidenses como respaldo para el tipo de cambio del rublo. Su banco central puede crear los rublos necesarios para pagar los salarios internos y financiar la formación de capital. Las confiscaciones de EEUU de sus reservas de dólares y euros pueden finalmente llevar a Rusia a poner fin a su adhesión a la filosofía monetaria neoliberal, como Sergei Glaziev viene abogando desde hace tiempo, a favor de la Teoría Monetaria Moderna (MMT).

La misma dinámica de socavar los objetivos ostensibles de EEUU tuvieron las sanciones de EEUU contra los principales multimillonarios rusos. La terapia de choque neoliberal y las privatizaciones de la década de 1990 dejaron a los cleptócratas rusos con una sola forma de sacar provecho de los activos que habían tomado del dominio público. Es decir: incorporar sus ganancias y vender sus acciones en Londres y Nueva York. Los ahorros internos habían desaparecido y los asesores de EEUU convencieron al banco central de Rusia de que no creara su propio dinero en rublos.

El resultado fue que el patrimonio nacional de petróleo, gas y minerales de Rusia no se utilizó para financiar una racionalización de la industria y la vivienda rusas. En lugar de que los ingresos de la privatización se invirtieran para crear nuevos medios rusos de protección, se gastaron en adquisiciones de nuevos ricos de propiedades inmobiliarias británicas de lujo, yates y otros activos globales de capital de fuga. Pero el efecto de las sanciones que toman como rehenes las tenencias de dólares, libras esterlinas y euros de los multimillonarios rusos ha sido hacer de la City de Londres un lugar demasiado riesgoso para mantener sus activos –lo mismo que para los ricos de cualquier otra nación potencialmente sujeta a las sanciones de EEUU. Al imponer sanciones a los rusos más ricos y más cercanos a Putin, los funcionarios estadounidenses esperaban inducirlos a oponerse a su ruptura con Occidente y, por lo tanto, servir efectivamente como agentes de influencia de la OTAN. Pero para los multimillonarios rusos, su propio país empieza a parecer más seguro.

Desde hace muchas décadas, la Reserva Federal y el Tesoro de EEUU han luchado contra la recuperación del papel del oro en las reservas internacionales. Pero, ¿cómo verán India y Arabia Saudita sus tenencias de dólares mientras Biden y Blinken intentan obligarlos a seguir el "orden basado en reglas" de EEUU en lugar de su propio interés nacional? Los dictados recientes de EEUU no han dejado más alternativa que comenzar a proteger su propia autonomía política convirtiendo las tenencias de dólares y euros en oro como un activo libre de la responsabilidad política de ser rehén de las demandas estadounidenses cada vez más costosas y perturbadoras.

La diplomacia de EEUU le ha restregado a Europa su servilismo abyecto al decirles a sus gobiernos que hagan que sus empresas se deshagan de sus activos rusos por centavos de dólar después de que se bloquearon las reservas extranjeras de Rusia y se desplomó el tipo de cambio del rublo. Blackstone, Goldman Sachs y otros inversionistas estadounidenses se movieron rápidamente para comprar lo que Shell Oil y otras compañías extranjeras estaban descargando.

Nadie pensó que el orden mundial de la posguerra 1945-2020 se derrumbaría tan rápido. Está surgiendo un orden económico internacional verdaderamente nuevo, aunque aún no está claro qué forma tomará. Pero las confrontaciones resultantes de "presionar al oso" con la agresión de EEUU y la OTAN contra Rusia han superado el nivel de masa crítica. Ya no se trata solo de Ucrania. Ese es simplemente el detonante, un catalizador para alejar a gran parte del mundo de la órbita de EEUU/OTAN.

El próximo enfrentamiento puede ocurrir dentro de la propia Europa, ya que los políticos nacionalistas buscan liderar una ruptura con el poder expansionista de EEUU sobre sus aliados europeos y otros para mantenerlos dependientes del comercio y la inversión con base en EEUU. El precio de su obediencia continua es imponer la inflación de costos en su industria mientras subordinan su política electoral democrática a los procónsules estadounidenses de la OTAN.

Estas consecuencias realmente no pueden considerarse "no intencionadas". Demasiados observadores han señalado exactamente lo que sucedería, encabezados por el presidente Putin y el ministro de Relaciones Exteriores Lavrov al explicar cuál sería su respuesta si la OTAN insistiera en arrinconarlos mientras atacaban a los hablantes rusos en el este de Ucrania y trasladaban armamento pesado a la frontera occidental de Rusia. Ya habían anticipado los resultados. A los neoconservadores que controlaban la política exterior de Estados Unidos simplemente no les importaba. Se consideró que reconocer las preocupaciones rusas lo convertía a uno en un Putinversteher[iii].

Los funcionarios europeos no sintieron incomodidad cuando le dijeron al mundo que Donald Trump estaba loco y sacudía el cajón de manzanas de la diplomacia internacional. Pero parecen haber sido sorprendidos por el resurgimiento del odio visceral hacia Rusia por parte de la Administración Biden a través del Secretario de Estado Blinken y Victoria Nuland-Kagan. El modo de expresión y los gestos de Trump pueden haber sido toscos, pero la pandilla neoconservadora de Estados Unidos tiene una obsesión de confrontación mucho más amenazante a nivel mundial. Para ellos, era una cuestión de qué realidad saldría victoriosa: la “realidad” que creían que podían hacer, o la realidad económica fuera del control de los EEUU.

Los políticos estadounidenses están obligando a hacer lo que los países extranjeros no han hecho por sí mismos para reemplazar al FMI, el Banco Mundial y otros brazos fuertes de la diplomacia estadounidense. En lugar de que los países europeos, del Cercano Oriente y del Sur Global se separen mientras calculan sus propios intereses económicos a largo plazo, Estados Unidos los está alejando, como lo ha hecho con Rusia y China. Cada vez más políticos están buscando el apoyo de los votantes preguntándoles si sus países estarían mejor atendidos con nuevos arreglos monetarios para reemplazar el comercio dolarizado, la inversión e incluso el servicio de la deuda externa.

La contracción de los precios de la energía y los alimentos está afectando especialmente a los países del Sur Global, coincidiendo con sus propios problemas de Covid-19 y el inminente vencimiento del servicio de la deuda dolarizada. Algo hay que ceder. ¿Hasta cuándo estos países impondrán medidas de austeridad para pagar a los tenedores de bonos extranjeros?

¿Cómo se las arreglarán las economías estadounidense y europea frente a sus sanciones contra las importaciones de gas y petróleo, cobalto, aluminio, paladio y otros materiales básicos rusos? Los diplomáticos estadounidenses han elaborado una lista de materias primas que su economía necesita desesperadamente y que, por tanto, están exentas de las sanciones comerciales que se imponen. ¿Esto le da al Sr. Putin una lista útil de los puntos de presión de EEUU para usar en la remodelación de la diplomacia mundial y ayudar a los países europeos y otros a romper con la Cortina de Hierro que Estados Unidos ha impuesto para hacer que sus satélites dependan de suministros estadounidenses de altos precios?

La inflación de Biden

Pero la ruptura final con el aventurerismo de la OTAN debe provenir de los propios Estados Unidos. A medida que se acercan las elecciones de mitad de período de este año, los políticos encontrarán un terreno fértil para mostrar a los votantes estadounidenses que la inflación de precios liderada por la gasolina y la energía es un subproducto de la política del bloqueo de las exportaciones de petróleo y gas ruso por parte de la Administración Biden. (¡Malas noticias para los propietarios de camionetas, los grandes consumidores de gasolina.) El gas es necesario no solo para calefacción y producción de energía, sino también para hacer fertilizante, del cual ya hay escasez mundial. Esta situación se ve agravada por el bloqueo de las exportaciones de cereales de Rusia y Ucrania a los Estados Unidos y Europa, lo que hace que los precios de los alimentos ya se disparen.

Ya existe una sorprendente desconexión entre la visión de la realidad del sector financiero y la que se promueve en los principales medios de comunicación de la OTAN. Los mercados bursátiles de Europa se desplomaron en su apertura el lunes 7 de marzo, mientras que el petróleo Brent se disparó a 130 dólares el barril. El noticiero matutino “Today” de la BBC presentó al parlamentario conservador Alan Duncan, un comerciante de petróleo, que advirtió que la casi duplicación de los precios de los futuros del gas natural amenazaba con llevar a la bancarrota a las empresas comprometidas con el suministro de gas a Europa a las tarifas anteriores. Pero volviendo a las noticias militares de "Dos minutos de odio", la BBC siguió aplaudiendo a los valientes combatientes ucranianos y a los políticos de la OTAN que pedían más apoyo militar. En Nueva York, el Promedio Industrial Dow Jones se desplomó 650 puntos, y el oro se disparó a más de $2,000 la onza, lo que refleja la visión del sector financiero sobre cómo es probable que se desarrolle el juego de EEUU. Los precios del níquel aumentaron aún más: un 40 por ciento.

Tratar de obligar a Rusia a responder militarmente y, por lo tanto, quedar mal ante el resto del mundo se está convirtiendo en un truco destinado simplemente a garantizar que Europa contribuya más a la OTAN, compre más equipo militar de Estados Unidos. La inestabilidad que esto ha causado resulta en el efecto de hacer que los Estados Unidos parezcan tan amenazadores como la OTAN afirma que es Rusia.

Michael Hudson es autor de Killing the Host (publicado como eBook CounterPunch Books e impreso en Islet). Su Nuevo libro es J is For Junk Economics.  Se lo puede contactar en mh@michael-hudson.com.

 



[i] El oro de Libia también desapareció después del derrocamiento de Muammar Gaddafi por parte de la OTAN en 2011.

[ii] Ver más recientemente Radhika Desai y Michael Hudson (2021), “Beyond Dollar Creditocracy: A Geopolitical Economy,” Valdai Club Paper No. 116. Moscow: Valdai Club, 7 July, reimpreso en Real World Economic Review (97).

[iii] Expresión tomada del alemán traducido al inglés como “Putin-understander”: un occidental que defiende o simpatiza con el presidente ruso Vladimir Putin y sus políticas.