Publicado originalmente en
Jacobin a fines de diciembre de
2022.
La traducción respeta los hipervínculos y el estilo de edición de la
versión en inglés.
Los movimientos políticos no solo
están impulsados por teorías o intereses materiales, sino también por sus
mitos. El historiador italiano Furio Jesi fue un socialista que examinó el
poder de la mitología y su centralidad en la influencia cultural de la derecha.
Giorgio CHIAPPA*
Un combate de lucha libre, una
historia de vampiros, una serir de eslóganes diseñados para adoctrinar a un
batallón de jóvenes fascistas, una pieza popular y lacrimógena escrita por un
reaccionario que conoce demasiado bien los instintos básicos de su audiencia.
En todas estas cosas hay una pizca de mitología:
el uso de ciertos arquetipos familiares, de “grandes ideas” majestuosas, de
formas narrativas que se presentan como naturalmente significativas pero que,
si se las indaga con más cuidado, resultan más vacías y obsoletas de lo que
podrían parecer.
El filósofo francés Roland
Barthes fue uno de los primeros teóricos de izquierda en abordar el tema del
mito y la mitología de una manera transparente y abiertamente accesible a un
público más amplio. En su libro de 1957, Mythologies
(que recopila varios análisis de los fenómenos culturales y de la cultura pop
francesa contemporánea), explica que le molestaba cómo los periodistas
atribuían una pátina de “naturalidad” a las cosas que estaban “sin duda
determinadas por la historia”. “El mito es un lenguaje”, afirma, y como tal,
debemos aprender sus reglas y su funcionamiento interno para revelar lo que se
esconde detrás del código.
Uno de los exploradores más
perspicaces de la teoría del mito y la mitología de la izquierda fue el
escritor y erudito italiano Furio Jesi (1941-1980). Al igual que Barthes, creía
que el mito era un lenguaje que oculta los fenómenos históricos y políticos
detrás de una pátina de “naturalidad” que les otorga una falsa idea de validez
universal. Y al igual que Barthes, Jesi creía que el mito debe estudiarse en
todas sus representaciones, sin tener en cuenta los juicios de valor que
podrían llevar al historiador o al académico de Letras a desentenderse de la
cultura populista como algo insensato y vulgar, ese lumpenproletariado indigno
del ámbito cultural.
Pero Jesi estaba explorando un
territorio peligroso, uno que, con algunas excepciones (como Barthes), los
teóricos de izquierda en su mayoría habían evitado hasta entonces. El mito
había sido principalmente el terreno de juego de pensadores que eran
descaradamente reaccionarios (Mircea Eliade, Julius Evola) o políticamente
dudosos en el mejor de los casos (Oswald Spengler, Georges Sorel, Károly
Kerényi). Los intelectuales y los políticos contemporáneos de Jesi en la
izquierda italiana no siempre estaban entusiasmados: Enrico Manera, quien
trabajó con él en varios proyectos, le dijo más tarde a un entrevistador que
muchos temían que Jesi estudiara estas cosas porque “al final se excitaba”; o: “va
a ir hasta el fondo y se infectará”.
Dejando a un lado las
fascinaciones morbosas, Jesi era en muchos sentidos un contreras: afiliado al
mundo académico pero nunca realmente una parte de él (hasta que las necesidades
materiales lo obligaron, digamos), un activista del socialismo franco pero
nunca un comunista con carnet. Era abierto y relajado en temas que –en las
décadas de 1960 y 1970–, todavía causaban cierta vacilación entre muchos de sus
camaradas bastante chovinistas, como el feminismo o la homosexualidad; era de
un espíritu tan terco como generoso.
Comienzos tempranos
El viaje intelectual de Jesi
comenzó asombrosamente temprano. Publicó su primer libro siendo un adolescente
precoz e inquisitivo, escribiendo sobre un tema no muy adolescente, la cerámica
egipcia. Pero a partir de entonces, su carrera se volvió más inusual. Su
trayectoria nos dice algo sobre una época en la que los eclécticos y eruditos
podían penetrar en el mundo de la cultura y la academia a través de caminos
indirectos. Aunque Jesi provenía de una familia burguesa bastante acomodada (su
padre era oficial de caballería, su madre historiadora y autora de libros para
niños), demostró ser un hijo bastante descarriado, abandonó la escuela temprano
sin un diploma y nunca puso un pie en las salas de conferencias de la
universidad como estudiante. Sin embargo, fue lo suficientemente inteligente
como para atraer la atención de alguien como el filólogo húngaro Kerényi: sus
años de formación estuvieron marcados por una febril investigación e
intercambio con modelos intelectuales que a menudo tenían tres veces su edad.
En Jesi, un talento innegable se combinó con un gran don para la autopromoción:
su éxito en el mundo editorial como editor, traductor y curador, así como su
trabajo como profesor en las universidades de Palermo y Génova (aunque
obstinadamente sin licenciatura ni
doctorado) sería difícil de explicar de otro modo.
También tenía buen ojo para la
importancia de los temas que sus compañeros habrían considerado frívolos. En
las clases que impartía en el departamento de estudios alemanes de Palermo a
finales de la década de 1970, Jesi se centraba en temas que tampoco eran
dietéticos para el sistema literario. Dio un famoso curso sobre “vampiros y
autómatas en la literatura alemana desde el siglo XVIII hasta el siglo XX”, en
el que invitó a sus alumnos a analizar esta figura clásica de la ficción de
terror como (entre otras cosas) un retorno espectral de los valores
aristocráticos en tiempos burgueses, con las clases mercantiles compitiendo por
destronar a la nobleza y ocupar su lugar como clase dominante, al mismo tiempo
que heredan su sistema de valores como fuente de legitimidad. Como en cualquier
historia de renacidos, lo que se invoca de entre los muertos solo puede
producir resultados bastante espantosos, como un órgano trasplantado rechazado
por el cuerpo. Esta es una conclusión fundamental del análisis de Jesi de la
llamada “máquina mitológica”, un modelo teórico que ideó para analizar todo
tipo de fenómenos culturales y políticos, desde los rituales de festividad en
las sociedades europeas y no europeas hasta la literatura de Alemania del siglo
XVIII, desde la ideología de derecha hasta las cartas de lectores indignados en
las revistas italianas.
Las
reflexiones de Jesi sobre el mito son muy complejas y matizadas; construyó con
ellas todo su legado, y lo hizo con diversos grados de accesibilidad u
oscuridad. Tan intencionalmente asistemático como era, su pensamiento tenía una
base sólida de ideas y definiciones que siempre extendía y expandía a medida
que avanzaba.
No del todo muerto
Para
entender su idea de mito, podríamos utilizar un ejemplo como el de los
vampiros, que él usaba durante sus conferencias universitarias. Jesi hablaba de
cosas que “no están del todo vivas ni del todo muertas”. Y para ello tendremos
que hacer un desvío por la cocina.
Uno
de los ensayos más informativos e ingeniosos de Jesi de la década de 1970 tiene
el atractivo título de Gastronomía
mitológica (Gastronomia mitologica).
Jesi comienza con una advertencia para el lector, pero tal vez también para sí
mismo, como si hubiera tomado en serio las sospechas de sus camaradas
mencionadas antes. Al sentarse a estudiar los objetos que componen la ciencia
del mito, escribe Jesi, hay que proceder con cautela:
Configurar estos objetos significa relacionarlos entre sí y con el observador, con una intención gnoseológica. Pero en el contexto de los mitos y la mitología, quien concibe un modelo siempre corre el riesgo de componer o ensamblar materiales mitológicos: convertirse él mismo en un hacedor de mitos (mitógrafo) en lugar de un estudioso del mito (mitólogo).
Esto
equivale a un acertijo ético: al analizar estos “materiales mitológicos”, el
estudioso mismo podría verse contaminado por la lógica del mito y reproducir
sus supuestos y tropos incluso cuando intenta desmantelarlos. El mito es
insidioso porque es pegadizo y fácil, un gusano intelectual que empuja al
oyente a tararear y repele cualquier desafío a su funcionamiento. No solo
pegadizo sino también, sugiere Jesi, agradable al paladar.
Para
su gastronomía del mito, Jesi arranca un puñado de páginas de un recetario
francés bastante arcaico, detallando la preparación y cocción de los camarones.
El cocinero no es diferente al manipulador del mito, sugiere Jesi. Ambos se
dispusieron a manejar algo que, en su estado crudo y muerto, no es realmente
apetecible en absoluto: tiene el color ceniciento y gris de la muerte, y está
encerrado en un caparazón espinoso que debe ser removido si se pretende
cocinarlo o comerlo. Tal como el camarón crudo resulta el mito en su estado no
adulterado; después de todo, hay poco atractivo en, digamos, el deseo de
muerte: la violencia infundida de cultos, religiones o ideologías extremistas o
la crueldad a veces fatal de un rito de iniciación. Pero al igual que nuestro
desafortunado lote de camarones, el mito puede seducirnos y estimular nuestro
hambre una vez que se ha lavado, cocinado y sazonado correctamente, después de
que se haya convertido de un gris inquietante a un rojo seductor:
Este rojo es el color de lo que está muerto y, al morir, ha tomado el color de lo que está vivo, maduro y agradablemente comestible. El objetivo de la ciencia moderna del mito o la mitología, el objetivo de los mitógrafos modernos, es precisamente este: servir en nuestras mesas algo realmente apetecible, que consideraríamos vivo sin dudarlo, pero que está prácticamente muerto e –incluso cuando estaba vivo– nunca tuvo un color tan agradable. El color de la vida a menudo no es prerrogativa de los vivos. Los vivos a menudo no son un comestible para nosotros, para nuestros ojos el color de la vida es el color de las cosas que comemos con satisfacción.
Los
vibrantes tonos pastel que adquieren ciertos alimentos una vez que un chef (o
químico industrial) se ha salido con la suya tienen poco que ver con el color
de la vida biológica (como la tez de los animales cuando respiran y están
vivos). Asimismo, la presunción de la relevancia y aplicabilidad eternas de los
mitos no se sostiene frente a la realidad y el cambio histórico. Al igual que
los camarones en la anécdota de Jesi, los mitos generalmente nos darían asco en
su forma “viva” (es decir, en su pura violencia) y tienen que ser “cocinados” y
“procesados” para apaciguar los gustos modernos y parecer, si no vivos, al
menos frescos y consumibles. (¿El colonialismo puro ya no está de moda?
Llamémoslo “democracia de exportación”. ¿No podemos ser directamente clasistas
o misóginos porque empañaría nuestra imagen como liberales? Bien, solo nos
burlaremos de las “Karens”**).
Lo
que Jesi tenía en mente cuando escribió sobre el mito se definió en términos
menos apetecibles en muchas etapas de su carrera. Si el ensayo sobre los
camarones presenta al receptor (o “víctima”) del mito como un consumidor que,
creyéndose gourmet, en realidad está devorando un cadáver poco agradable, otros
escritos de Jesi desglosan los procesos que permiten que el mito funcione como
tal. En su esbozo de un libro sobre “mitos contemporáneos” que,
lamentablemente, nunca se materializó, Jesi define el mito como una narrativa
fundamental sobre las realidades básicas de la vida humana y la sociedad que se
toma como verdadera y –así sea frente a un cambio histórico trascendental—
demuestra ser notablemente adaptable sin cambiar nunca su mensaje o explicación
original.
Incluso
si el individuo moderno no puede creer en “héroes” como alguien del período
helénico, todavía se le puede hacer creer que persiste una especie de heroísmo; después de todo, el mito del
debilucho y su triunfo (o derrota) contra probabilidades increíbles todavía
está vigente. Los griegos tenían su Aquiles y sus Medeas; tenemos nuestro Steve
Jobs y nuestro Elon Musk. Todos nuestros mitos contemporáneos tienen raíces en
los antiguos, sugiere Jesi; para nuestros antepasados, había poca diferencia
entre estas explicaciones de la realidad y la realidad misma (la última surgió
y fue una repetición continua de la primera); para nosotros, tienen valor como
fantasías escapistas o herramientas ideológicas.
Cultura de derecha
Esto
nos permite comprender las profundas implicaciones políticas del trabajo de
Jesi, que llevó a través de todos sus libros pero que abordó de manera más
explícita en su publicación de 1979, Cultura
di destra (Cultura de derecha).
Cuando se le invitó a discutir este libro en el semanario italiano L’Espresso, Jesi explicó cómo describía
la “cultura de la derecha”:
Es una cultura en la que el pasado es una especie de papilla homogeneizada que se puede modelar y mantener en forma de la manera más útil. Una cultura en la que prevalece una religión de muerte, o simplemente una religión de muertos ilustres. Una cultura que declara la existencia de valores indiscutibles, señalados con mayúsculas: Tradición y Cultura ante todo, pero también Justicia, Libertad, Revolución. En resumen: una cultura de la autoridad, de la seguridad mitológica sobre las reglas del conocimiento, de la enseñanza, del dictado y del cumplimiento de las órdenes.
Más
allá del aparente apego de Jesi a las imágenes culinarias (aunque una “papilla
homogeneizada” suena menos atractiva que una porción de camarones crujientes),
este pasaje nos da la esencia del modelo de Jesi para describir la ideología de
derecha: es una cultura de significantes vacíos que sólo se presentan como
ideas (son “ideas sin palabras”, para usar otra definición suya) pero son
fundamentalmente incuestionables, inmutables y —ahí radica su fuerza—
tranquilizadoras, en la medida en que simplifican las complejidades de la
realidad; realzan la historia de naciones, comunidades, movimientos políticos;
identifican aliados y enemigos, y asignan los roles que cada creyente tiene que
jugar para que el cambio (no) suceda.
En
cada uno de los ensayos que componen Cultura
di destra, Jesi logra aplicar este modelo de descripción del mito a una
variedad de estudios de casos que son en parte antropológicos y en parte
literarios. En dos de ellos examina el “culto a la muerte” y al sacrificio
propio de las milicias fascistas, donde se mantiene a raya a los soldados rasos
recordándoles el significado simbólico de sus tareas aparentemente arbitrarias
(desde aventurarse en misiones que limitan con el suicidio contra un oponente
claramente aventajado a involucrarse en formas de activismo sin objetivo que no
sirven a ningún propósito real a largo plazo); estos individuos de nivel
inferior se encuentran en una base exotérica
de necesidad de saber y son los beneficiarios de las formas más místicas y
abstractas de propaganda ideológica (la parte que en su mayoría huele a fervor
religioso, lo que les permite sentirse como los soldados de infantería de un
movimiento milenario que es más grande que ellos), mientras que los de arriba
tienen acceso a las verdades del mundo real de su operación política, han leído
más sobre el sistema filosófico y místico detrás de todo, y manipulan estos “materiales
mitológicos” con conocimiento y conciencia esotérica
(restringida).
Sin
embargo, la cultura de derecha no es prerrogativa de una corriente política
restringida y claramente definida o de un puñado de grupos marginales
fanáticos. En otra entrevista con L’Espresso
reimpresa en una edición reciente de Cultura
di destra, Jesi afirma que los principios fundamentales de esta cultura —la
banalización estratégica del pasado, el encanto mágico de las “grandes ideas
con mayúsculas”, cuyo significado se toma por sentado pero nunca se define
claramente— se han vuelto tan hegemónicos que incluso aquellos que se entienden
a sí mismos en oposición a él probablemente piensen y operen de acuerdo con sus
principios.
Esa
conclusión no ha perdido nada de su relevancia: solo necesitamos pensar en cómo
los defensores de las políticas de identidad (con varios grados de cinismo)
piensan en categorías como “Raza” o “Queerness”
como si fueran realidades esenciales que no necesitan azuzar mayor crítica.
(Son en cambio como abracadabras en un encantamiento mágico que simula la
crítica y la protesta como paliativo por la falta de acción política real). O
podríamos ver la forma en que ciertos izquierdistas amplían o restringen
fácilmente el término “clase trabajadora” de acuerdo con su agenda crítica o
política. A menudo, esto se hace con poca visión histórica o sociológica hacia
su posible significado en diferentes contextos y épocas, con una notable
facilidad para identificar “parias” y justificar el desprecio clasista. (“Esta
persona es de clase trabajadora, pero votó Brexit, por lo tanto, traidora; esta
persona es de clase trabajadora, pero es blanca, por lo tanto, privilegiada...”)
La
importancia perdurable de las manipulaciones mitológicas nos muestra cómo el
proyecto crítico de Jesi –en gran parte pasado por alto en la mayoría de los
relatos del pensamiento de izquierda– vale la pena ser reconsiderado y ampliado
ahora. Fenómenos como la alt-right, las teorías conspirativas o incluso la
cultura de los memes (nuevamente: ideas sin palabras) seguramente habrían
despertado su interés como intelectual con un ojo tan agudo para todas las
formas de los mitos, desde sus instancias magnánimas (o altivas) hasta sus
manifestaciones en la cultura pop. Los contemporáneos de Jesi, que contemplaron
el alcance enciclopédico de su proyecto con una actitud a veces burlona
(demasiada erudición o demasiada frivolidad), ahora están corregidos: su mirada
holística sobre cómo la ideología de derecha puede filtrarse acertadamente a
través de muchas capas de la cultura y la política como una gota en constante
crecimiento es más relevante que nunca.
Los
lectores de habla inglesa ahora pueden acceder a parte del trabajo de Jesi
gracias al esfuerzo de un grupo de académicos italianos que tradujeron y
publicaron sus ensayos para el sello estadounidense Seagull Books (hay un
renacimiento concomitante con una oleada igualmente reciente de reediciones e interés
crítico en Jesi en su Italia natal). Su más accesible La cultura de derecha aún no está traducido, no mientras se publica
este escrito, pero las brillantes piezas de Time and Festivity
ya pueden ofrecer un primer y placentero vistazo de la amplitud del análisis de
Jesi.
**
Una “Karen” –se desconoce por qué se eligió ese nombre– es, según una definición del Urban Dictionary: “una mujer de
mediana edad, típicamente rubia, que hace que las soluciones a los problemas de
los demás sean un inconveniente para ella aunque no se vea ni remotamente
afectada”. Es un término común en inglés para denominar a mujeres irritables,
por lo general tildadas de racistas y privilegiadas.
Todas las traducciones del italiano al inglés las hizo el autor. Las líneas de Mitologías (hay versión al español de Siglo XXI editores) de Roland Barthes se tomaron de la traducción de Annette Lavers (en inglés).
* Giorgio Chiappa es estudiante de doctorado, escritor y profesor residente en Berlín, donde trabaja en una tesis sobre historia del teatro. Algunos de sus trabajos sobre videojuegos, literatura y otras cosas bonitas se pueden encontrar aquí.
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