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martes, 23 de noviembre de 2010

hermanos en armas

Son pocas las películas coreanas sobre la guerra entre las dos Coreas (1950-1953), acaso el conflicto más cruento de la Guerra Fría: dejó poco más de dos millones de muertos y mutilados a un lado y otro del Paralelo 38, que vendría a dividir dos ideologías aunque con parientes en las dos orillas. Incluso comparadas con los films producidos por Hollywood y sus sucedáneos, que incluyen directores como Samuel Fuller (El casco de acero, 1951) o actores como Rock Hudson, Kirk Douglas o William Holden.
La primera de esas películas surcoreanas fue Zona de riesgo (Joint Security Area, dirigida por Park Chan-wook). Se estrenó en 2000 y logró un récord de audiencia inédito en su país. Trataba de la relación entre guardias de frontera, unos surcoreanos —el ejército entrenado y asistido por Estados Unidos— y otros norcoreanos —adiestrados con rezagos del estalinismo soviético— que, a fuerza de compartir en la relativa calma de los 80 un espacio de unos pocos metros, iniciaban una amistad hasta que un crimen desbarataba esos planes apacibles y comenzaba una investigación que es la trama del film. La escenografía incluía imágenes en Panmunjeom, la zona desmilitarizada de la frontera entre las dos Coreas, donde guardias de uno y otro país vigilan la línea del Paralelo 38 enfrentados a poco más de dos metros.
Cuatro años más tarde, Kang Je-gyu estrenaría la que acaso resultó la epopeya de guerra más completa de ese conflicto, Taegukgi Hwinallimyo (traducida al inglés y español como La hermandad de la guerra). La división involuntaria de una familia, a uno y otro lado de la frontera, y el enfrentamiento sanguinario e injusto en los dos bandos es el paisaje permanente de la película en la que predomina la visión de esos días como un campo de exploración del terror, el fanatismo y la desolación.
Entre las películas que abordan el tema, la guerra entre las dos Coreas aparece tangencialmente, por ejemplo en Silmido (2003), en la que la crítica observó parentescos con Los doce del patíbulo (The Dirty Dozen, Robert Aldrich, 1967), pero no hay mucho más.
Cierto, el tono de tragedia de La hermandad —una historia de hermanos con un sacrificio que deviene metáfora de un pueblo— y el de melodrama de Zona de riesgo, hacen pensar a muchos que el cine surcoreano —del norcoreano no hay demasiadas noticias todavía— está demasiado atado a cierta estética occidental. Sin embargo, los personajes divididos de estos films, lejos de encarnar figuras heroicas, se nos muestran vencidos y nostálgicos no de un ideal patriótico, sino de una vida comunitaria pequeña, en la que la misma relación de parentesco alude a esa delicada intimidad perdida. Acaso esa extranjería que los hombres de los films exhiben —extranjeros en esta configuración de unos bloques nacionales forjados en el fuego y la sangre— sea el rasgo más particular de unas películas que encuentran su lugar en el cine al mismo tiempo que hallan su lugar en la Historia.

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