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martes, 31 de mayo de 2011

investigadores del mal

Al fin otra serie policial que en lugar de apegarse al realismo de la puesta en escena sabe insinuar el Mal y mostrarlo a través de sus efectos. The Killing es una serie policial “trascendente”, lo que la vuelve, en algún punto, fantástica. Nada de esa fotocopia documental que pretendía ser The Wire, ni de la cosa canchera y cómplice con el público que suelen ser muchos thrillers de la tevé. The Killing, que produce la cadena AMC —la misma de The Walking Dead y Mad Men— llegará a su final de su primera temporada el domingo 19 de junio próximo cuando se emita su episodio 13 —no pregunten qué canal local, la vemos en la red.
 La detective Sarah Linden (Mireille Enos) en la comisaría.

Un crimen, el asesinato brutal de la joven Rosie Larsen, de 17 años, que vemos siempre de modo fragmentario a través de las fotos policiales, basta para atraer y esparcir un mundo de sombras que se cierne sobre todos los protagonistas: la detective de la policía de Seattle —donde transcurre la historia— Sarah Linden (la magnífica Mireille Enos, a la que conocíamos como una de las esposas de Big Love), que resigna su vida privada a la resolución del caso, también verá avanzar sobre su vida ese manto tenebroso que, como la lluvia en Seattle, cae sobre toda las cosas y, en lugar de lavarlas, las salpica de barro. Así, el pasado de cada personaje, su presente y su futuro, es visto a la luz de ese crimen espantoso, porque la irrupción del Mal es algo que sucede fuera del tiempo y viene a modificarlo todo.
Así, el concejal Darren Richmond, en plena campaña hacia la intendencia de Seattle, debe hacerse cargo de las implicancias que trae el hecho de que el cadáver de la muerta apareciese en uno de los autos de su campaña: todo en The Killing se nos muestra a través de su dimensión más física, corpórea, corruptible. También, todo lo que sucede tienen magnitudes universales y, por lo tanto, trágicas: uno de los sospechosos es un profesor somalí y entre los objetivos de la investigación entra una mezquita, de modo que cada conflicto personal o particular —afectado a la investigación del crimen—, se universaliza. También el crimen de Rosie Larsen; ese solo asesinato basta para el espanto.
Originariamente The Killing nació en la televisión danesa, en 2007, escrita por Søren Sveistrup. Esta versión norteamericana es una reescritura y los espectadores que disfrutaron de la versión de la BBC de Wallander (hermosos paisajes de Suecia empañados por crímenes bestiales y personajes quebrados, la resaca de la utopía social, como lo dicen los mismos textos de Henning Mankell en que se basa la serie) podrán verla también como una suerte de homenaje.
Gracias Marcelo por recomendar e insistir.

no me aterroricéis

Resulta que los españoles ahora exportan terror. No es para menos, después de la magnífica factura de REC (1 y 2), de la tramposa El laberinto del fauno, etcétera, España luce a los ojos del siglo XXI como la Alemania de los 70: todos quieren llegar allí para desenterrar muertos. En la red ya circulan Los ojos de Julia (Guillem Morales), Exorcismus (Manuel Carballo), etcétera. Lo que hay que decir es que España fue en los 70, durante los últimos años del franquismo, una máquina de hacer películas de terror, de esas llamadas expoiliation films. Películas baratas que hicieron escuela, como las de Jesús Franco (que engañaba a actores como Christopher Lee haciéndole creer que repetía tomas y filmaba dos películas por un solo cachet), con mucha carga erótica y fantasmales mensajes políticos. Bueno, los domingos en el CCPE, a las 20, el realizador Pablo Romano recupera esos films parientes de los éxitos actuales.

carta al padre

No recuerdo en qué fecha de 2005 —y no tengo ganas de abrir archivos para corroborarlo—, desde Libros del Zorzal me enviaron Padre e hija, de Françoise Dolto (traducción de Alejandrina Falcón, Buenos Aires, 2005, 121 páginas). Le pasé el libro a Gabi Chaia, porque ella leyó a la Dolto, por cosas que charlamos, etcétera. Tarde me di cuenta que también ella había mantenido con su padre —al que perdió muy temprano— una relación por correspondencia, en el amplio y a veces fantasmagórico sentido de ese término. Por eso esta reseña de Gabi me resulta, leída de nuevo, el esquivo y sereno relato de una amiga sobre sus cosas.


por Gabriela Chaia

A poco de encontrarse con la tapa de Padre e hija: una correspondencia el lector podrá suponer que la autora es Françoise Dolto. Y en parte es así ya que, inevitablemente, todos somos autores de nuestras cartas. Aunque aquí se agrega otro autor: Henry Marette, el padre de Françoise.
En Padre e hija se recorren veinticuatro años de historia epistolar entre Françoise y Henry Marette. Hija y padre. Recorrido de unas historias por demás de humanas y vívidas hechas de cartas. Cartas que desde 1914 a 1938 van contando los avatares de la familia Marette y los tonos del vínculo entre Françoise y su padre. La Primera Guerra y las guerras civiles europeas hasta los albores de la Segunda Guerra son la escenografía de fondo de estas cartas.
Pero hay aquí un doblez; esta lectura puede ser también el asomo prudente de la intimidad en construcción de un personaje por demás revelador en la cultura occidental del siglo pasado. Una psicoanalista que decidió tomar la palabra, hacerla suya y ponerse a trabajar en los encuentros que tuvo con cuanto humano se le cruzó. Niños, adolescentes, público en general, psicoanalistas y hasta el mismísimo monsieur Jacques Lacan.
Estas cartas permiten asistir a la transformación del espacio íntimo de Françoise Marette –quien sería luego Françoise Dolto– desde los seis hasta los treinta años de una vida en la que tuvo apuestas fuertes y precisas. Así, las cartas concluyen su serie en el momento en que ella cumplía con aquella deuda de agradecimiento hacia su padre, la de convertirse en una mujer en el sentido pleno de la palabra. “Y todo ello –le escribe– simplemente dejando actuar en mí la naturaleza que me has dado”.
La extensión y el carácter de las cartas se va transformando, así como las palabras cambian de tono y espesura. De pequeña, cartas breves donde Dolto siempre parece que dice lo que tiene decir, un estilo que la acompañó toda su vida.
Aquella niña luego será una joven interesada en conocer anécdotas de infancia y juventud de su padre. Querrá darse a conocer tal como es y no pierde la esperanza de conocerlo espontáneo con ella. En Infancias (Libros del Zorzal), Françoise Doltó le cuenta a su hija Catherine que cuando era niña le encantaba escribirse las manos, las piernas, como muchos niños. “Es el tatuaje –dice–, creo que es porque la vida deja trazos sobre nosotros y uno quiere ser responsable de aquello que la vida escribe”.
Desde aquella escritura en el cuerpo es posible arribar a estas cartas donde Henry y Françoise, padre e hija, se encuentran en un trabajo de responsabilidad respecto de aquello que la vida escribe. Una niña que se las arregla para decir lo que tiene que decir y un padre que a veces, tras una apariencia de severidad, trata de contener la rabia de una madre desesperada.
Son cartas con otros tiempos, en tiempos de guerra, en las que se deja sentir una cadencia y donde la velocidad no está en primer plano, y los pasajes son más lentos o más paulatinos. Tiempos de viajes, contemplaciones, eventos y paisajes. Allí tienen su cita dos seres sensibles a la experiencia que viven. Dos observadores atentos. Françoise da pruebas de ser sensible pero no frágil. Dispone de las palabras al igual que su padre. Es este padre quien la instó a iniciar en 1934 un tratamiento psicoanalítico. Entre febrero de 1934 y marzo de 1937 Françoise realiza su análisis con Renè Laforgue. En una carta de julio de 1934 ella le agradece a su por padre sus palabras: “Y si en ese momento no te hubiese tenido para obligarme a buscar una cura, jamás habría tenido el coraje de iniciar por propia iniciativa la menor cosa (mucho menos un psicoanálisis) para salir de mi angustia”.
“Algunos podrían asombrarse de que un psicoanalista muestre hasta ese punto las claves del enigma de su historia –anota Catherine Dolto en el prólogo al libro Infancias, de su madre–. Françoise Dolto pensaba que todo psicoanalista que escribiera y teorizara públicamente debería dar cuenta de su camino hacia la profesión, puesto que este camino es inseparable de su práctica clínica y su pensamiento teórico.” Huella de una formidable experiencia de transmisión. Recorrido y construcción de un espacio íntimo y de un mundo abierto al mundo; hay aquí trazos de lo que luego sería el universo Doltó.
En definitiva, estas cartas pueden leerse desde varios lugares: como la construcción de la intimidad duradera, como la continuidad ética en la toma de la palabra o como la historia de algunos años entre un padre y una hija, que no sin dificultades decidieron entregarse al mundo de las palabras y de la vida misma.
Françoise Marette nació en París el 6 de noviembre de 1908, en el seno de una familia burguesa de costumbres muy rígidas, según ella misma relata. Fue la cuarta hija del matrimonio formado por Henry Marette y Suzanne Demmler. Tuvo que atravesar una larga crisis familiar luego de la muerte de su hermana Jacqueline, de veinte años cuando Françoise tenía doce. Creció sobre ese manto de dolor por la ausencia de esa hermana a la que le tocó reemplazar en el alma de su madre.
El 7 de febrero de 1942 se casó con Boris Dolto, un médico de origen cosaco de Crimea que llegó a ser muy respetado, considerado como uno de los mayores maestros de la Kinesioterapia en Francia. Desde entonces fue Françoise Dolto, psicoanalista brillante, consecuente trabajadora de la ética del psicoanálisis, sobre todo con niños y adolescentes. Creadora de un estilo propio que sin duda dejó marcas e hizo escuela. Dolto era una apasionada de la subjetividad y la palabra de un modo que no reducía el lenguaje a lo hablado. Podía recorrer y transitar su función como analista y como ciudadana, sin “perder el estilo”.
En Padre e hija quizás podamos asomarnos a la construcción de ese estilo y de una intimidad que transmite lo esencial sin develar lo íntimo. Aquí Françoise –quien falleció en París el 25 de agosto de 1988– escribe antes de ser Dolto.

domingo, 29 de mayo de 2011

promesas sobre el desierto

En 2007 ó 2008 quedé impresionado con el film Promises, que mi esposa vio en Encuentro y me descargué luego de internet. Entonces hice una entrevista a Carlos Bolado, uno de sus realizadores. Promises es un documental sobre la reunión de niños judíos y palestinos. Bolado cuenta en esta entrevista cómo siguió la relación entre esos chicos, en el marco del conflicto de Medio Oriente.

 Foto de Randall Michelson en el sitio WireImage.
 
La noche del sábado 17 de enero de 2008 canal Encuentro estrenó Promesas, un documental sobre el encuentro y el seguimiento de niños israelíes y palestinos en la zona de Jerusalén. B.Z. Goldberg, israelí-estadounidense, Justine Shapiro, sudafricana, y Carlos Bolado, mexicano, llevaron adelante el proyecto durante dos años y, luego, hicieron un “update”, una actualización, en 2004. El film emitido por Encuentro llegaba hasta el año 2001, los realizadores entrevistaban entonces a palestinos e israelíes casi dos años después de una reunión en el campo de de refugiados palestinos, a 20 minutos de Jerusalén, entre los niños Yarko y Daniel (judíos) y Faraj, Sanabel y otros chicos árabes que por primera vez, y luego de lidiar con prejuicios y odios ancestrales, accedían a vencer los miedos de los mayores y juntarse.

En uno de los momentos más álgidos de los últimos bombardeos sobre la Franja de Gaza, Promesas trajo una mirada expectante y emotiva, sin declaraciones rimbombantes ni recetas. El film enseñaba ese estado en el que un niño es la caja de resonancia de sus mayores tanto como un ser maravilloso e independiente que expresa en el juego y su vitalidad un mundo que no es menos real porque la vida adulta lo diluye. Shlomo, un chico judío ortodoxo, los mellizos Yarko y Daniel, Moishe y Raheli, dos hermanos de familia religiosa que viven en un asentamiento judío en territorio árabe y los palestinos: Faraj y Sanabel en uno de los campos de refugiados más antiguos de la zona, creado tras la guerra de 1947 (la abuela de Faraj guarda las llaves de la casa que tenía junto a los olivares, destruida ahora en un terreno israelí), Mahmoud, que vive en la zona palestina de Jerusalén, son los protagonistas de esta historia que en la actualización de 2004 (que puede verse a través de internet) aparecen adultos, recordando las jornadas de filmación, el encuentro, ese mundo que se evapora en el aire dorado del desierto y la guerra: Yarko y su hermano están haciendo el servicio militar (obligatorio en Israel durante tres años), Faraj dejó palestina en agosto de 2001 y vive en Amherst, Massachusetts, donde fue hospedado por una familia formada por una madre judía, un padre cristiano y dos hijos. Allí aprendió a tocar la guitarra, a cantar blues y trabaja de cajero en una cadena de supermercados internacional. Sanabel continúa sus clases de danza en el campo de refugiados y Moishe ya no quiere ser un comandante religioso del ejército israelí. “Sigo siendo de derechas –le dice a B.Z.–, pero me gustaría ser periodista”. Mientras que Yarko le dice al realizador: “No escucho mucha música, estoy en el ejército ahora, y es un ejército de ocupación”. Y aquí, en esas trémulas declaraciones hechas sin otra intención que dar cuenta de un estado particular y privado, está quizás lo más intenso de Promesas: haber tocado el corazón de algo inmenso (un conflicto que lleva muchísimos años, de antes incluso que la formación del estado israelí) y hacer que eso empañe las palabras hasta cristalizar en gestos, miradas, tanteos.

Carlos Bolado estba en Chile cuando lo contacté por correo electrónico hace unos días para hacerle la entrevista que sigue, terminó de filmar un nuevo proyecto y desde Promesas (con el que obtuvo premios y reconocimiento) ha hecho varios documentales, entre ellos The Imaginary Line, un film que recorre toda la frontera entre Estados Unidos y México.

La entrevista llega siete años después del estreno en su país de origen de Promesas, mientras B.Z. Goldberg está de nuevo filmando en Israel y cuando Encuentro, pese a los mensajes de espectadores en la página web ya no repite la emisión del documental. Sin embargo, tanto el entrevistado como el entrevistador pensamos que aún hay mucho por decir sobre eso que Promesas puso en el aire.

—¿Cómo nació el proyecto? Escuché que en una entrevista uno de los realizadores contaba que vio a unos niños palestinos jugar a la guerra y se preguntó cómo sería el conflicto contado por niños. ¿Cómo recibieron los padres esta iniciativa?

—La idea fue de Justine Shapiro, que había conversado mucho con sus sobrinos en Tel Aviv y le dijeron que no conocían a un árabe, ni querían conocerlo, y que además no podías confiar en ellos. Ese fue el punto de partida. A partir de ahí, se comenzó la investigación, se hizo un viaje a Israel y los Territorios Ocupados y se grabaron a una serie de infantes con la autorización de la familia. Y bueno, pues se fue haciendo el documental en el camino, nada estaba planeado, nunca hubo un guión (sólo al final se escribió la voz en off y se discutió en papel la estructura que se había montado). Las familias no sabían muy bien de qué iba el documental, pero nos dejaron entrevistar a sus hijos pensando que era una buena experiencia para ellos y que con suerte su inteligente criatura saldría en la TV, al pasar tanto tiempo en la realización nos convertimos en amigos y conocidos de la familia y comenzamos una relación más personal.

—¿Hubo un contacto con los protagonistas posterior a 2004? ¿Cómo resultó la experiencia de Daniel y Yarko en el servicio militar?

—Ha habido contacto con todos, con la excepción de Schlomo (ya que tiene menos tiempo y su familia no fue la más feliz con la película, aunque asistió al estreno y pidieron sus copias). Yarko y Daniel estuvieron la Guerra del Líbano, Daniel en un tanque y Yarko en la infantería; su unidad penetró la frontera de Líbano y, pues, le tocó ver y sufrir la guerra, ver a alguno de sus conocidos morir y sufrir, no fue una buena experiencia, como no creo que lo sea para nadie en su sano juicio.

—Por su entusiasmo, su sinceridad y, acaso, por el hecho de que, al estar del lado de los que pierden despierta más simpatías, Faraj resulta de algún modo el protagonista de esta película. Si hay un argumento entre líneas en el film, Faraj lo expresa en el “update” de 2004, cuando se muestra con su familia adoptiva en Estados Unidos. ¿Como realizadores también percibieron en Faraj algo así como el rol principal del film?

—No necesariamente, sólo al realizar el montaje me di cuenta de la importancia de B.Z., de los gemelos y de Faraj, porque son los que establecen contacto (Sanabel también, pero en menor medida por su género, despertó simpatías instantáneas al ser una mujer). Faraj es un adolecente activo, liberal, sin inhibiciones y con su curiosidad natural fue perfecto para la peli.

—¿Cómo viven las familias de los niños entrevistados el mundo del trabajo? Faraj es un trabajador recién en Estados Unidos, Mahmoud colabora en el negocio del padre, el padre de Sanabel es periodista, pero ¿cómo se da entre israelitas y palestinos cierta conciencia del trabajo, de las fuerzas productivas como base y equilibrio para un orden social?

—No estoy seguro del argumento. Yo creo que son elites apoyadas por los países “Civilizados” para aprovecharse de su petróleo y tener asegurado su suministro. (En particular el mayor y más rico que es Arabia Saudita). Creo que en Jordania se da una situación muy liberal (a pesar de ser una monarquía caduca). En fin, habría que platicar país por país. Ahora, la mezcla de la religión y el estado (con toda la libertad que exista) realmente es muy evidente en Israel (donde sólo te puedes casar religiosamente y muchos etcéteras). Los palestinos viven ahora de la caridad mundial e Israel mantiene su economía gracias el apoyo económico mensual de Estados Unidos, pero sería una larga conversación. Mahmoud es árabe-israelí, que es una situación muy diferente, ya que tiene derecho a moverse libremente y salir del país.

—En el “update” de 2004 se pregunta a los jóvenes por la música que escuchan. El único que dice no escuchar música es Yarko (“Estoy en el ejército”, se excusa). ¿Qué cambios percibieron en los chicos, más allá de los que muestra el film, cuando intervienen de modo directo ciertas instituciones como el Ejército o la iglesia?

—Creo que pierden la inocencia y un cierto optimismo. Yo vi a Yarko en Los Ángeles y según percibí tenía el síndrome de post stress que les sucede a los que van a la guerra. Cambiaron, los chicos, por supuesto, son más pesimistas y mas recelosos. La famosa realidad de la vida adulta.

—En particular para ti, que conoces esa frontera inmensa en la que también hay vallas y rencillas, la mexicano-estadounidense, ¿qué nuevas reflexiones despertó este mundo fronterizo y terrible?

—Pues que la ignorancia es la madre de la violencia contra el otro. Que la educación es vital para el entendimiento entre los seres humanos.

—Así como los judíos refieren con shoá el arrasamiento y el genocidio perpetrado por el nazismo, los palestinos comenzaron a llamar a esta condición provocada por los bombardeos y la expulsión de los israelíes y las muertes masivas que provocan, “naqba”, ¿cómo ves estos conflictos después de la experiencia del film?

—El término “naqba”, que significa “catástrofe”, surge en 1948 con la llamada “primera guerra” entre árabes e israelíes. Al desplazamiento de los palestinos y el surgimiento de los primeros refugiados se le llama la Catástrofe. Creo que las soluciones podrían haber llegado antes, creo como siempre que el conflicto se puede resolver y se resolverá, pero la desgracia, el sufrimiento, la destrucción y toda esa desolación que ha traído. En fin, mi pesimismo optimista no me deja perder la esperanza.

miércoles, 25 de mayo de 2011

el combo belga

El sábado que viene (28 de mayo) seré parte de la patriada de El Combo Belga, junto con Juan Desiderio y Horacio Fiebelkorn haremos una lectura a partir de las 21.30 en Panta Rei Espacio de Arte (Viamonte 1111). La entrada es gratis y habrá barra de bebidas y alimentos. La cosa se anuncia como “Poesía a la luz de un caracol”, porque Horacio trae su vapuleado y a su modo famoso velador con forma de caracol (como para escuchar el mar si los poetas aburren o para imprimir ecos lejanos a la poesía) y nos informan que las reinas del Combo son Beatriz Vignoli y Alejandra Méndez, a quienes ya tratamos pero parece que esa noche conoceremos en sus investiduras reales. La producción está a cargo de Virginia Nikita Russo (otra doble agente que también frecuentamos).