En 2007 ó 2008 quedé impresionado con el film Promises, que mi esposa vio en Encuentro y me descargué luego de internet. Entonces hice una entrevista a Carlos Bolado, uno de sus realizadores. Promises es un documental sobre la reunión de niños judíos y palestinos. Bolado cuenta en esta entrevista cómo siguió la relación entre esos chicos, en el marco del conflicto de Medio Oriente.
Foto de Randall Michelson en el sitio WireImage. La noche del sábado 17 de enero de 2008 canal Encuentro estrenó Promesas, un documental sobre el encuentro y el seguimiento de niños israelíes y palestinos en la zona de Jerusalén. B.Z. Goldberg, israelí-estadounidense, Justine Shapiro, sudafricana, y Carlos Bolado, mexicano, llevaron adelante el proyecto durante dos años y, luego, hicieron un “update”, una actualización, en 2004. El film emitido por Encuentro llegaba hasta el año 2001, los realizadores entrevistaban entonces a palestinos e israelíes casi dos años después de una reunión en el campo de de refugiados palestinos, a 20 minutos de Jerusalén, entre los niños Yarko y Daniel (judíos) y Faraj, Sanabel y otros chicos árabes que por primera vez, y luego de lidiar con prejuicios y odios ancestrales, accedían a vencer los miedos de los mayores y juntarse.
En uno de los momentos más álgidos de los últimos bombardeos sobre la Franja de Gaza, Promesas trajo una mirada expectante y emotiva, sin declaraciones rimbombantes ni recetas. El film enseñaba ese estado en el que un niño es la caja de resonancia de sus mayores tanto como un ser maravilloso e independiente que expresa en el juego y su vitalidad un mundo que no es menos real porque la vida adulta lo diluye. Shlomo, un chico judío ortodoxo, los mellizos Yarko y Daniel, Moishe y Raheli, dos hermanos de familia religiosa que viven en un asentamiento judío en territorio árabe y los palestinos: Faraj y Sanabel en uno de los campos de refugiados más antiguos de la zona, creado tras la guerra de 1947 (la abuela de Faraj guarda las llaves de la casa que tenía junto a los olivares, destruida ahora en un terreno israelí), Mahmoud, que vive en la zona palestina de Jerusalén, son los protagonistas de esta historia que en la actualización de 2004 (que puede verse a través de internet) aparecen adultos, recordando las jornadas de filmación, el encuentro, ese mundo que se evapora en el aire dorado del desierto y la guerra: Yarko y su hermano están haciendo el servicio militar (obligatorio en Israel durante tres años), Faraj dejó palestina en agosto de 2001 y vive en Amherst, Massachusetts, donde fue hospedado por una familia formada por una madre judía, un padre cristiano y dos hijos. Allí aprendió a tocar la guitarra, a cantar blues y trabaja de cajero en una cadena de supermercados internacional. Sanabel continúa sus clases de danza en el campo de refugiados y Moishe ya no quiere ser un comandante religioso del ejército israelí. “Sigo siendo de derechas –le dice a B.Z.–, pero me gustaría ser periodista”. Mientras que Yarko le dice al realizador: “No escucho mucha música, estoy en el ejército ahora, y es un ejército de ocupación”. Y aquí, en esas trémulas declaraciones hechas sin otra intención que dar cuenta de un estado particular y privado, está quizás lo más intenso de Promesas: haber tocado el corazón de algo inmenso (un conflicto que lleva muchísimos años, de antes incluso que la formación del estado israelí) y hacer que eso empañe las palabras hasta cristalizar en gestos, miradas, tanteos.
Carlos Bolado estba en Chile cuando lo contacté por correo electrónico hace unos días para hacerle la entrevista que sigue, terminó de filmar un nuevo proyecto y desde Promesas (con el que obtuvo premios y reconocimiento) ha hecho varios documentales, entre ellos The Imaginary Line, un film que recorre toda la frontera entre Estados Unidos y México.
La entrevista llega siete años después del estreno en su país de origen de Promesas, mientras B.Z. Goldberg está de nuevo filmando en Israel y cuando Encuentro, pese a los mensajes de espectadores en la página web ya no repite la emisión del documental. Sin embargo, tanto el entrevistado como el entrevistador pensamos que aún hay mucho por decir sobre eso que Promesas puso en el aire.
—¿Cómo nació el proyecto? Escuché que en una entrevista uno de los realizadores contaba que vio a unos niños palestinos jugar a la guerra y se preguntó cómo sería el conflicto contado por niños. ¿Cómo recibieron los padres esta iniciativa?
—La idea fue de Justine Shapiro, que había conversado mucho con sus sobrinos en Tel Aviv y le dijeron que no conocían a un árabe, ni querían conocerlo, y que además no podías confiar en ellos. Ese fue el punto de partida. A partir de ahí, se comenzó la investigación, se hizo un viaje a Israel y los Territorios Ocupados y se grabaron a una serie de infantes con la autorización de la familia. Y bueno, pues se fue haciendo el documental en el camino, nada estaba planeado, nunca hubo un guión (sólo al final se escribió la voz en off y se discutió en papel la estructura que se había montado). Las familias no sabían muy bien de qué iba el documental, pero nos dejaron entrevistar a sus hijos pensando que era una buena experiencia para ellos y que con suerte su inteligente criatura saldría en la TV, al pasar tanto tiempo en la realización nos convertimos en amigos y conocidos de la familia y comenzamos una relación más personal.
—¿Hubo un contacto con los protagonistas posterior a 2004? ¿Cómo resultó la experiencia de Daniel y Yarko en el servicio militar?
—Ha habido contacto con todos, con la excepción de Schlomo (ya que tiene menos tiempo y su familia no fue la más feliz con la película, aunque asistió al estreno y pidieron sus copias). Yarko y Daniel estuvieron la Guerra del Líbano, Daniel en un tanque y Yarko en la infantería; su unidad penetró la frontera de Líbano y, pues, le tocó ver y sufrir la guerra, ver a alguno de sus conocidos morir y sufrir, no fue una buena experiencia, como no creo que lo sea para nadie en su sano juicio.
—Por su entusiasmo, su sinceridad y, acaso, por el hecho de que, al estar del lado de los que pierden despierta más simpatías, Faraj resulta de algún modo el protagonista de esta película. Si hay un argumento entre líneas en el film, Faraj lo expresa en el “update” de 2004, cuando se muestra con su familia adoptiva en Estados Unidos. ¿Como realizadores también percibieron en Faraj algo así como el rol principal del film?
—No necesariamente, sólo al realizar el montaje me di cuenta de la importancia de B.Z., de los gemelos y de Faraj, porque son los que establecen contacto (Sanabel también, pero en menor medida por su género, despertó simpatías instantáneas al ser una mujer). Faraj es un adolecente activo, liberal, sin inhibiciones y con su curiosidad natural fue perfecto para la peli.
—¿Cómo viven las familias de los niños entrevistados el mundo del trabajo? Faraj es un trabajador recién en Estados Unidos, Mahmoud colabora en el negocio del padre, el padre de Sanabel es periodista, pero ¿cómo se da entre israelitas y palestinos cierta conciencia del trabajo, de las fuerzas productivas como base y equilibrio para un orden social?
—No estoy seguro del argumento. Yo creo que son elites apoyadas por los países “Civilizados” para aprovecharse de su petróleo y tener asegurado su suministro. (En particular el mayor y más rico que es Arabia Saudita). Creo que en Jordania se da una situación muy liberal (a pesar de ser una monarquía caduca). En fin, habría que platicar país por país. Ahora, la mezcla de la religión y el estado (con toda la libertad que exista) realmente es muy evidente en Israel (donde sólo te puedes casar religiosamente y muchos etcéteras). Los palestinos viven ahora de la caridad mundial e Israel mantiene su economía gracias el apoyo económico mensual de Estados Unidos, pero sería una larga conversación. Mahmoud es árabe-israelí, que es una situación muy diferente, ya que tiene derecho a moverse libremente y salir del país.
—En el “update” de 2004 se pregunta a los jóvenes por la música que escuchan. El único que dice no escuchar música es Yarko (“Estoy en el ejército”, se excusa). ¿Qué cambios percibieron en los chicos, más allá de los que muestra el film, cuando intervienen de modo directo ciertas instituciones como el Ejército o la iglesia?
—Creo que pierden la inocencia y un cierto optimismo. Yo vi a Yarko en Los Ángeles y según percibí tenía el síndrome de post stress que les sucede a los que van a la guerra. Cambiaron, los chicos, por supuesto, son más pesimistas y mas recelosos. La famosa realidad de la vida adulta.
—En particular para ti, que conoces esa frontera inmensa en la que también hay vallas y rencillas, la mexicano-estadounidense, ¿qué nuevas reflexiones despertó este mundo fronterizo y terrible?
—Pues que la ignorancia es la madre de la violencia contra el otro. Que la educación es vital para el entendimiento entre los seres humanos.
—Así como los judíos refieren con shoá el arrasamiento y el genocidio perpetrado por el nazismo, los palestinos comenzaron a llamar a esta condición provocada por los bombardeos y la expulsión de los israelíes y las muertes masivas que provocan, “naqba”, ¿cómo ves estos conflictos después de la experiencia del film?
—El término “naqba”, que significa “catástrofe”, surge en 1948 con la llamada “primera guerra” entre árabes e israelíes. Al desplazamiento de los palestinos y el surgimiento de los primeros refugiados se le llama la Catástrofe. Creo que las soluciones podrían haber llegado antes, creo como siempre que el conflicto se puede resolver y se resolverá, pero la desgracia, el sufrimiento, la destrucción y toda esa desolación que ha traído. En fin, mi pesimismo optimista no me deja perder la esperanza.