Los estadounidenses tienen una notable
tolerancia para la matanza de niños, en especial cuando se trata de asesinatos
en masa de hijos de otros. Esta indiferencia emocional se manifestó vívidamente
después de la revelación de la Masacre de My Lai
(Vietnam del Sur: el 16 de marzo próximo se cumplirán 50 años de esa masacre),
cuando docenas de infantes y niños vietnamitas fueron asesinados por los
hombres de la Compañía Charlie: sus cadáveres diminutos, descuartizados, fueron
apilados en zanjas. Después de que el teniente William Calley fuera enjuiciado,
más del 70 por ciento de los estadounidenses creía que su sentencia era
demasiado severa. La mayoría se opuso tajantemente a cualquier tipo de prueba.
Al final, Calley estuvo menos de 4 años bajo arresto domiciliario por su papel
en la ejecución de más de 500 aldeanos vietnamitas.
Veinticinco años después, las actitudes
estadounidenses hacia las muertes infantiles se habían agudizado aún más.
Cuando se reveló que las sanciones de Estados Unidos contra Iraq habían causado
la muerte de más de 500.000 niños iraquíes, la Secretaria de Estado de Bill
Clinton, Madeleine Albright, argumentó fríamente que las muertes “valían la
pena” para avanzar en la política estadounidense en el Medio Oriente. Pocos
estadounidenses protestaron contra este salvajismo oficial hecho en su nombre.
Masacre de My Lai, fuente WikiCommons.
Ahora las armas se están volviendo
contra los propios niños de Estados Unidos y los ríos de sangre que salen de
las escuelas del país apenas provocan una sacudida en nuestra
política. Si el tiroteo de Columbine (1999) fue una tragedia, ¿qué palabra podemos
usar para describir el tiroteo número 436 en una escuela desde entonces?