Chris Hedges, quien
se ordenó como ministro presbiteriano, pronunció este sermón el domingo pasado
en la Iglesia Presbiteriana de Claremont, en Claremont, California.
Imagen de Mr. Fish
Immanuel Kant
acuñó el término “Mal radical”. Era el privilegio del propio interés sobre el
de los demás, reduciendo efectivamente a los que te rodean a objetos para ser
manipulados y utilizados para tus propios fines. Pero Hannah Arendt, quien
también usó el término “Mal radical”, vio que era peor que sólo hecho de tratar
a los demás como objetos. El mal radical, escribió, hizo superfluo a un gran
número de personas. No poseían ningún valor en absoluto. Eran, una vez que no
podían ser utilizados por los poderosos, descartados como basura humana.
Vivimos en una era de maldad radical. Los arquitectos de este
mal están arrasando a la tierra y conduciendo a la especie humana hacia la
extinción. Nos están despojando de nuestras libertades y libertades civiles más
básicas. Están orquestando la creciente inequidad social, concentrando riqueza
y poder en manos de una camarilla de oligarcas globales. Están destruyendo nuestras
instituciones democráticas, convirtiendo el cargo electo en un sistema de
soborno legalizado, almacenando nuestros tribunales con jueces que invierten
los derechos constitucionales para que el dinero corporativo ilimitado
invertido en campañas políticas se disfrace como derecho de solicitar al
gobierno o alguna forma de libertad de expresión. Su toma del poder ha vomitado
demagogos y estafadores, incluidos Donald Trump y Boris Johnson,
cada uno es la distorsión de una democracia fallida. Están transformando a las
comunidades pobres de Estados Unidos en colonias militarizadas internas donde
la policía lleva a cabo campañas letales de terror y utiliza el instrumento
contundente del encarcelamiento masivo como herramienta de control social.
Están librando guerras interminables en el Medio Oriente y están desviando la
mitad de todos los gastos discrecionales a un aparato militar hinchado. Están
colocando los derechos de la corporación por encima de los derechos del
ciudadano.
Abominación
Arendt captó el mal radical de un capitalismo corporativo en el
que las personas se vuelven superfluas (excedente de mano de obra,
como dijo Karl Marx) y se las empuja a los márgenes de la sociedad donde ya no
se considera que ellos y sus hijos tengan valor –valor siempre determinado por
la cantidad de dinero producido y acumulado. Pero como nos recuerda el
Evangelio de Lucas, “lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es
abominación”.